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27 de abril de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Los calzoncillos del PSOE

Tras saquear al benemérito cuerpo y escapar de la justicia con una peripecia que puso en jaque a un Estado, Roldán acabó con la carrera de un ministro y convirtió a una vieja nación, que fue un imperio, en hazmerreír del globo

Actualizada 04:29

Los de mi generación crecimos con Felipe González elevado a un altar político, del que se cayó el día que vimos en la revista Interviú a un señor en calzoncillos de lunares como trasunto del declive del partido al que por entonces votaban gente de izquierdas, gente de derechas y hasta los mediopensionistas, tras el aniquilamiento, a manos de fuego amigo, de la histórica figura de Adolfo Suárez. El socialismo español, con más de una cuenta que saldar por su implicación en la oscura República española, se sacudió el marxismo, las consignas antiOTAN y sus veleidades soviéticas, abrazándose al europeísmo, lo que le convirtió en opción ganadora y partido sistémico de la democracia española.
Pero la desgastada pana con la que Felipe decía representar a los desheredados no fue lo suficientemente tupida para ocultar la corrupción que, desde el cafelito del hermano de Alfonso Guerra, fue jalonando sus mandatos, hasta abocar en la última y devastadora legislatura que le llevó a perder el poder ante un José María Aznar que logró colocar al centroderecha al frente del timón del Estado tras 14 años de felipismo. Por el telediario de los españoles fueron pasando Filesa, escándalo, Mariano Rubio, escuchas del CSID, caso BOE, fondos reservados, los GAL… Pero el más ridículo, humillante y bochornoso de los sucedidos tiene como protagonista a Luis Roldán, fallecido ayer a los 78 años, que puso al Estado en una de las situaciones más devastadoras de nuestra democracia.
Con el partido que se decía de los trabajadores, la corrupción anegaba los más sensibles rincones institucionales de nuestro país: desde el Banco de España al Ministerio del Interior, desde la Guardia Civil a los servicios secretos, desde la financiación del PSOE hasta el Boletín Oficial del Estado. Los socialistas no tenían manos para tapar tantos agujeros, pero especialmente complicado fue justificar a la sociedad cómo el alguacil (el director general de la Guardia Civil) terminó alguacilado, como en la memorable obra de Quevedo, tras saquear al benemérito cuerpo y escapar de la justicia con una peripecia que puso en jaque a un Estado, acabó con la carrera de un ministro y convirtió a una vieja nación, que fue un imperio, en hazmerreír del globo.
A pesar de ese retablo de las maravillas en que los socialistas convirtieron España, todavía los votantes de Ferraz le perdonaron la vida a González en 1993 y solo perdió el poder por la mínima, menos de 300.000 votos de diferencia, tres años después, frente a Aznar. Entonces, como ahora, los medios de comunicación (mayoritariamente de izquierdas, una anomalía en los países de nuestro entorno), la eficaz propaganda progre, los complejos ideológicos de la derecha y su renuncia a dar la batalla cultural, remaban a favor de la pretendida superioridad moral de la izquierda y, por tanto, de su hegemonía electoral, apuntalada por los partidos nacionalistas. Solo así se explica que Felipe –por otro lado, presidente con indudables luces en su gestión– tardara tanto en ser desalojado del poder y que hoy tengamos sentado en la Moncloa a un personaje tan insolvente y tramposo como el actual jefe del Gobierno. De aquellos calzoncillos de Roldán, estos lodos de Pedro Sánchez.
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