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29 de abril de 2024

El observadorFlorentino Portero

El reto de la credibilidad

Estados Unidos tiene que reconstruir su perdida credibilidad y Europa hallar su sitio en un entorno que le exige más de lo que está en condiciones de dar

Actualizada 03:03

Mientras Rusia envía las primeras señales de cómo puede finalizar la presente campaña militar, cobra interés creciente el efecto que todo lo ocurrido va a tener en el futuro inmediato del planeta. Si brutales son las consecuencias de la guerra –muertes absurdas, destrucción, ruina– no dejan de ser preocupantes las señales que tenemos sobre cómo lo ocurrido puede afectar al conjunto de la sociedad internacional.
Ya antes de la invasión reconocíamos que el «orden liberal» surgido de las ruinas provocadas por la II Guerra Mundial estaba en crisis. No solo los estados antiliberales –Rusia, China, Irán o Venezuela, entre otros– cuestionaban su vigencia. Los propios Estados Unidos, el máximo responsable de su implantación, parecía dispuesto a dejarlo de lado en beneficio de un America first que anunciaba un tiempo de retraimiento.
La invasión rusa de Ucrania ha revitalizado el vínculo trasatlántico y con él los valores del renqueante orden liberal. Sin embargo, detrás de la contundente reacción de la Alianza aparecen algunas grietas que deberemos seguir con atención. En la propia Europa, la voluntad exhibida para renunciar a los hidrocarburos rusos choca con la realidad de una dependencia estratégica, que los alemanes no quisieron ver durante décadas y que los rusos alimentaron por interés. Rusia sigue vendiendo gas y cobrando por ello a pesar de las muchas declaraciones y sanciones aprobadas. Décadas de una diplomacia frívola no se superan mediante reacciones altisonantes.
Más serio es el comportamiento de estados afines a lo ancho del planeta. Las monarquías árabes, ejemplo de conservadurismo y de histórica dependencia de Estados Unidos en el plano de la seguridad, no han condenado la invasión. Ven en la actitud de la Administración Biden otro bandazo de la diplomacia estadounidense; recelan de la costumbre de imponer sanciones –incluyendo la congelación de fondos– a estados cuyo comportamiento no gusta a las autoridades de Washington; y, por último, pero no menos importante, rechazan de plano el intento de renovar el acuerdo nuclear con Irán, que consideran muy insuficiente. Asistimos a un paulatino distanciamiento desde los días de la Administración Obama. La «línea roja» en Siria o las críticas por la campaña de Yemen o al Príncipe heredero saudí, por su costumbre de torturar y asesinar a sus opositores, han ido haciendo mella. El bloque árabe ha ido acercando posiciones a China y en algunos estados, el caso más llamativo es Emiratos, el dinero y los oligarcas rusos están siendo bien recibidos.
Israel sigue la misma línea. Mantiene un buen entendimiento con Rusia para actuar contra los intereses iraníes en Líbano y Siria, rechaza de plano el acuerdo con Irán y no ve mal unas crecientes relaciones con China. Más evidente ha sido el rechazo de India, un aliado crítico de Estados Unidos en el Índico, el más sonoro detractor de la política China, pero fiel a una antigua relación con Rusia, su gran proveedor de armamento. India siempre ha desconfiado de la cohesión de la diplomacia norteamericana y lo sucedido en las campañas de Irak y Afganistán no han hecho más que reforzar sus dudas.
El resurgir del «orden liberal» requiere algo más que declaraciones y sanciones. Nadie parece dudar del efecto que en el medio y largo plazo estas tendrán sobre la economía y la sociedad rusa. Sin embargo, para restablecer su vigencia hace falta algo más: la auctoritas romana. Estados Unidos tiene que reconstruir su perdida credibilidad y Europa hallar su sitio en un entorno que le exige más de lo que está en condiciones de dar.
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