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20 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

El pa-tri-ar-ca-do de Évole

Veo que mientras mueren mujeres y niños, algunos se lucran muy bien de buscar enemigos imaginarios y de golpearse el pecho como si solo ellos sufrieran y a ellos les afectara más que a las propias víctimas

Actualizada 04:18

El domingo pasado tuve una curiosa experiencia en La Sexta con Jordi Évole, un buen comunicador que tiene de periodista lo que servidor de bailarina del ballet Bolshoi: esto no es una crítica, sino una definición que el propio aludido aceptará sin mayores problemas.
Él se dedica al espectáculo y no tiene la obligación, por tanto, de buscar los hechos, organizarlos y contextualizarlos; ni tampoco de esquivar la tentación de tener las respuestas antes de conocer siquiera las preguntas: lo suyo, parecido remotamente a lo de Michael Moore, consiste en tener un objetivo de antemano para, a partir de ahí, buscar testimonios que encajen en sus conclusiones para legitimar su relato.
El caso es que, unos minutos antes de su intervención, Nuria Roca nos pidió a los presentes una reflexión sobre el asesinato de un niño de 11 años a manos de su padre, maltratador antes de su madre.
Dije lo que diría cualquiera de ustedes si tienen la sesera en su sitio: que ese tipo debería pasar el resto de su vida en la cárcel y que la ley no puede permitir a nadie mantener contacto con sus hijos si está comprobado que maltrataba a su madre.
No se es maltratador a ratos y los niños son una tentadora herramienta de extorsión y de daño para esos bárbaros que no aceptan un adiós de sus parejas y son capaces de cualquier salvajada para acabar con ellas: matarlas de verdad o matarlas en vida al quitarles lo que más quieren.
Luego entró Évole, con ese tono de tener unos sentimientos y valores inalcanzables para el resto que es la peor variante de la arrogancia, a regañar a Feijóo y al PP por no suscribir su teoría, y la de una parte no menor de la izquierda, de que esos crímenes son producto del «patriarcado».
Suscribía a la diputada Tania Sánchez Melero, que antes lo incluía en el fenómeno de la «violencia vicaria» y se enfadaba conmigo por completar mi reflexión, con los escasos tiempos que da la televisión para detallar cualquier argumento complejo, preguntándome con dudas si debíamos llamar también así a la violencia de las madres sobre sus hijos, estadísticamente similar a la de los padres en términos de asesinatos.
Todo ello obedecía a encontrar la mejor respuesta legal preventiva para un drama insoportable, y nunca para depreciar los fenómenos de la violencia machista ni del propio machismo: los dos existen, tienen sus causas propias y necesitan respuestas adaptadas a esa evidencia.
Y quien lo niegue, se equivoca o, peor aún, no le importa: para replicar con algo de autoridad a quienes utilizan estos problemas para justificar el sectarismo de género y el negocio que lo rodea; lo primero es aceptar la existencia de asesinos machistas y del propio machismo.
Y decir, las veces que haga falta, que las violadas, asesinadas, minusvaloradas, maltratadas, agredidas y acosadas son ellas. No piense usted en las petardas que viven de convertir este problema en un pecado general del hombre y desprecian el consenso de todos para privatizar el beneficio electoral o económico de su gestión: mire a su madre, su esposa, su hija o sus compañeras de trabajo y se dará cuenta de que es a ellas a quienes les pasan estas cosas y sentirá obviamente la necesidad de ponerse a su lado. O detrás. Donde ellas nos digan.
El caso es que, tras decir todo esto, recordar que los delitos son individuales y lanzar propuestas concretas bastante contundentes sobre lo que a mi juicio habría que hacer con estos sinvergüenzas; Évole se personó para extenderme a mí mismo el ataque al PP, intentando presentarme como un «negacionista» de la violencia machista por no incluirla en el régimen del «pa-tri-ar-ca-do» que a su juicio lo explica todo.
Si les digo la verdad, hubiera sido más duro con El Follonero de no ser un tema tan sensible y triste, que no merece quedar embarrado por una discusión que no tocaba: me limité a decirle que era una pena que, por colgarse una medalla, espantara el consenso que debe haber para ser útiles contra esta lacra.
Ni yo soy relevante al lado del problema ni, desde luego, lo es Évole, que no quiso debatir más, por temor a la respuesta o por ese tipo de asco que le generamos gente como yo pero no le provocan un etarra u Otegi, con quienes no tiene problema en charlar las veces que haga falta.
Pero si dedico unas líneas a esta historia es porque tiene una moraleja relevante: permite confirmar que hay gente que parece rehuir los pactos que a la vez exige a voces y que, quizá sin darse cuenta, aspira a que ciertos problemas nunca se solucionen ni avancen, no sea que les quite una forma de vida, unos buenos ingresos y una explotación del dolor, utilizado para darse homenajes a sí mismos a costa de causas a las que no sirven, pero de las que se sirven muy bien.
No sé si a lo que nos pasa hay que llamarlo «pa-tri-ar-cado» como pedía el bueno de Jordi o no, ni creo que el nombre sea relevante, pero sí veo que mientras mueren mujeres y niños, algunos se lucran muy bien de buscar enemigos imaginarios y de golpearse el pecho como si solo ellos sufrieran y a ellos les afectara más que a las propias víctimas.
Un cordial saludo, camarada Évole, y a ver si repasamos la separación de tus llantos por sílabas cuando la palabra incluye dip-ton-gos.
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