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20 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Hablando de mangantes

Amén de que nunca debió insultar así en sede parlamentaria, Sánchez acreditó cierta amnesia sobre la historia del PSOE

Actualizada 09:19

No resulta fácil definir en qué consiste la verdadera elegancia. Tampoco basta con quedarse solo con el revestimiento de las personas, es necesario escrutar también en su interior. Oscar Wilde definió al auténtico gentleman desde la moral, como «aquel que no hace daño a nadie intencionadamente». Curiosamente, Beu Brummell, el epítome del perfecto dandy, vino a concluir algo parecido: «La auténtica elegancia es hacer que los demás se sientan bien».
A tenor de lo dicho, nuestro eventual presidente del Gobierno puede ser muchas cosas, pero jamás un caballero. Por ejemplo, ninguno de los inquilinos que han pasado por la Moncloa se habría rebajado a llamar «mangantes» a los miembros del Gobierno anterior, como hizo Sánchez este miércoles, y con el agravante de soltar el facazo en sede parlamentaria.
Tras el desdoro de haber servido a Junqueras la cabeza de la directora del CNI, Sánchez necesitaba una rápida maniobra de distracción. La verdad es que los fontaneros, sherpas, gurús y trepillas varios que se agolpan en la Moncloa a mayor gloria del Rey Sol –y a costa de nuestros impuestos– no estuvieron esta vez muy ocurrentes. Recurrieron al clásico de que «la mejor defensa es un buen ataque» y decidieron parapetarse tras el comodín habitual de Sánchez: la corrupción del PP, que junto con Franco, ministro sin cartera de este Gobierno, es el perenne recurso del PSOE cuando se queda sin argumentos.
El PP tiene sus vergüenzas, por supuesto. Realmente Aznar, Rajoy, Esperanza Aguirre… No se lucieron precisamente por su ojo clínico como jefes de recursos humanos: Matas, Granados, Ignacio González, Fabra, Correa… El casting de golfos fue notable, hasta el punto de que muchos votantes populares se pasaron en su momento a Ciudadanos abochornados por la acumulación de casos de corrupción, o a Vox. Pero el último con autoridad moral para impartir lecciones de limpieza en España es el jefe del PSOE, partido que es la formación más corrupta de nuestra democracia (acaso solo superada por Convergencia y su 3 %, la máquina de atracar del pujolismo, que funcionó durante décadas a pleno rendimiento).
Cuando Sánchez llama «mangantes» a Rajoy y sus ministros –que insólitamente no le han contestado–, el eventual presidente muestra una amnesia galopante. El PSOE de Felipe González fue un auténtico patio de Monipodio: primer partido condenado por financiación ilegal con Filesa, el presidente socialista de Navarra en la cárcel; la esperpéntica fuga asiática de Roldán, el director-ladrón de la Guardia Civil; un gobernador del Banco de España que acabó en la trena, mangancia hasta con el papel del BOE… Las cosas no mejoraron tras la salida de González. El PSOE continuó aplicándose y alcanzó el hito del mayor robo de dinero público de nuestra democracia, los ERE, que mientras el gran Sánchez llama «mangante» a Rajoy tienen todavía estos días azorados en el Supremo a dos expresidentes andaluces. Tampoco ha mejorado la higiene pública con el propio Sánchez, que bate récords de nepotismo y ha llegado al extremo de inventarse un puesto en la Administración para dar un empleo a un amigote que no encontraba trabajo en España. Algún día conoceremos también las razones del cese fulminante de Ábalos. Y no les voy a entretener con las gamberradas delincuenciales de UGT, el sindicato socialista, porque eso merece un folletín de Netflix.
Pero el pueblo, que es soberano y casi siempre sabio, acaba calando a sus políticos. A día de hoy, el presidente del Gobierno es un personaje huidizo, que no puede permitirse apenas pisar calle so pena de abucheo (véase como lo recibieron ayer los vecinos de Ciudad Real en una feria del vino). Si cuando te apeas de la berlina oficial en cualquier lugar de España te silban, indica que las elecciones se te va a poner muy cuesta arriba. Y eso, querido Pedriño, no lo vas a arreglar insultando con mala baba a la oposición, o humillando de manera desalmada al pobre Edmundo Bal, que ya está de capa caída, como has hecho también en el Congreso.
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