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29 de abril de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Bomberos pirómanos

La política da un espectáculo deplorable, con media España ardiendo por su inutilidad sostenida durante años

Actualizada 05:20

Al parecer, España arde por el cambio climático o la Agenda 2030, a quienes se ha divisado alternativamente, según el lugar en llamas, como al Yeti en las lomas del Himalaya.
Del cambio se dice que es chaparro como Adriana Lastra, de peso similar al de Baltasar Garzón tras haberse comido a Baltasar Garzón y que, aunque no habla, emite sonidos guturales similares a los de Escrivá explicando la reforma de las cotizaciones de autónomos.
La Agenda 2030, de la que tampoco hay fotos, es más sofisticada, según comentan los escasos testigos que creen haberla visto deambulando como la santa compaña, y guarda un remoto parecido con lo que saldría de mezclar a Begoña Gómez con Greta Thunberg y la novia cadáver de Tim Burton.
Entre quienes afirman haber divisado al cambio climático está, como referente con autoridad, Pedro Sánchez, que le persiguió hasta casi darle caza con el Falcon, el Puma y un Audi A8, emitiendo CO2 sostenible en una épica persecución entre Madrid y Extremadura para inaugurar un moderno tren entre Extremadura y Madrid de cuya velocidad da cuenta un dato: si lo asaltaran los sioux, podrían hacerlo a pie, sin cansar innecesariamente a los caballos, para solaz del animalismo de los rostros pálidos.
A la Agenda 2030 la han escuchado ulular bajo las llamas de Zamora, entre otros, el vicepresidente castellanoleonés de VOX, Juan Ignacio Gallardo, utilizando didácticamente un gag de los Monty Phyton para que todo el mundo entienda el peligro del monstruo liberado por Soros para nuestros valores de siempre, : «¡Yo no soy un romano! ¡Nunca seré un romano! ¡Soy un kiki, un yidi, un jebe, un narizotas, un kosher, un peatón del Mar Rojo, y a mucha honra!».
Mientras la política nacional, autonómica y municipal y espesa buscan enemigos verosímiles para escurrir el bulto, arden los pueblos, el monte, las vacas, las siembras, las casas y esa pobre gente que, con calor y con frío, con fuego y con lluvia, a más 40 y a menos 10 grados, habían evitado las hogueras durante siglos.
Son todos unos inútiles, unos negligentes y unos caraduras que se gastan millonadas en montar chochocharlas o criticarlas mientras ahí fuera, durante el invierno, se acumula la maleza en sus narices esperando una chispa veraniega para prenderlo todo.
El cambio climático es un grave atropello a medio plazo, que no explica la muerte de un peatón si no se pone en mitad de la autovía en plena operación salida: echarle la culpa a la velocidad, en ese caso, es lo que hace Sánchez con los incendios para que parezcan otro volcán de La Palma donde hacerse selfis y grabar esa serie hagiográfica a la que llamaremos informalmente «El ala tonta de la Casa Blanca».
Y la Agenda 2030 es una excusa, sustentada en algunas ideas razonables, para justificar más palos fiscales, invadir hasta el último rincón de la conciencia y la libertad individuales en nombre de una autoridad moral inexistente y tapar las vergüenzas de quienes no saben cómo diantres actuar hoy pero se permiten presumir de que tienen respuestas a dos décadas.
El monte arde porque han abandonado a los pueblos y a sus gentes; porque hablan de las vacas, los lobos y las ovejas sin conocerlas; porque hay dinero para impartir talleres de pintarse el toto pero no para recoger maleza en febrero; porque un urbanita pijo le dice a una señora de pueblo que no recoja una piña seca y porque en cualquier Ayuntamiento de medio pelo hay tropecientos concejales, sindicalistas y patronales liberados pero las arcas no tienen para cuadrillas forestales abundantes todo el año.
España arde, en fin, porque los pirómanos van de bomberos y, cuando exhiben su incompetencia entre lágrimas de impotencia de los paisanos, señalan al Yeti o a Soros y salen de allí quemando rueda a comerse un entrecot poco hecho.
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