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19 de marzo de 2024

Perro come perroAntonio R. Naranjo

Macarena Olona

La exportavoz de Vox debe despedir a los asesores que la engañan diciéndole que está escribiendo una gesta cuando solo está haciendo el ridículo

Actualizada 01:30

Macarena Olona es uno de los personajes más peculiares y subyugantes de la fauna y flora políticas españolas: tan clara como Cayetana Álvarez de Toledo y tan bruta como Irene Montero en lo suyo, es una mezcla de marine y notario con pocos precedentes que se ganaba bien la vida antes de saltar al ruedo y lo seguirá haciendo si no vuelve a él. Un respeto.
Algo pasó en Andalucía desde que empezara a hiperventilar en los debates electorales, ofreciendo el tipo de tensión vocinglera que sonaba rara en un balneario: donde todos veíamos molinos de guante blanco, Olona se enfurecía ante gigantes inexistentes que la llevaron a un notable batacazo en las urnas.
Da igual por qué llegó a esa candidatura, algo extemporánea para quien brillaba en el Congreso, y da igual también por qué se marchó: ante la variedad de teorías al respecto, algunas abracadabrantes, es mejor aceptar su versión de que una enfermedad, de la que felizmente se recupera, la obligó a abandonar el partido antes incluso de que empezara.
Lo que sí es cierto es que, desde ese momento, todo lo que ha dicho y hecho es confuso, inadecuado y torpe, como si bajo el mismo chasis de siempre se hubiera infiltrado una sombra de la Macarena conocida dispuesta a ridiculizar a la original con una caricatura grotesca de sí misma.
No responde a nada de lo que se le pregunta, con lo sencillo que es aclarar qué sucedió y qué demonios quiere ahora, y lo solventa todo con un sainete mamarracho con olor a pulso pendenciero con su antiguo partido, Vox, y su promotor original, Santiago Abascal.
Si alguien le ha dicho que puede ser la Meloni de la derecha o emular en la otra acera a Yolanda Díaz, la que resta en su rebaño cada vez que dice ir a sumar ovejas, debe despedir a ese asesor dipsómano y proceder sin demora, con la claridad que la adornaba en el pasado reciente, a pedir humildemente su reingreso en filas, donde debe ser recibida con honores. Algo ya improbable, tras sus últimas declaraciones, pero no imposible si encuentra antídoto para el veneno tonto que la ha afectado.
No es tan difícil: basta con disculparse con sus electores andaluces, de los que huyó no sin razones de peso relativas al escaso papel que tendría en Sevilla, de purasangre domado como un potrillo, y pedir la oportunidad de volver al Congreso, de donde nunca debió haber salido.
Todo lo demás, lo que haya hecho o crea que le han hecho a ella, es irrelevante. Pero si insiste con el numerito, asistiremos al curioso caso de la implacable abogada del Estado convertida en un personaje dantesco de Amanece que no es poco, la sátira de José Luis Cuerda que hoy aceptaríamos gustosos frente a la broma macabra que vivimos con Sánchez.
Macarena, bonita, recuerda el aforismo de Tarradellas, que en política se puede hacer de todo menos el ridículo. Y es lo que estás haciendo, de manera aún reversible pero no por mucho tiempo. Con cariño.
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