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01 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Por los pelos

Mis títulos nobiliarios me fueron concedidos durante el franquismo, pero no se han visto afectados por la ley de esta pandilla de golfos

Actualizada 01:30

El 13 de julio se detuvo ante el portal de la casa de don José Calvo- Sotelo, líder de la Oposición, y que había sido amenazado de muerte en el Congreso por la desgarrada comunista Dolores Ibarruri, La Pasionaria, un coche de 'La Motorizada' con cuatro policías de Asalto. Dos de ellos, destinados al servicio de escolta personal de Indalecio Prieto. Calvo-Sotelo fue ilegalmente detenido por la Policía Republicana. Fue acomodado en el asiento delantero de la derecha, y un sicario de Prieto, Luis Cuenca, sentado en el asiento posterior, le descerrajó dos disparos en la nuca. Aquel crimen de Estado fue el principal desencadenante de la Guerra Civil. Finalizada la Guerra, el que fuera Jefe del Estado – señor corrector, Jefe del Estado, sea el que sea, se escribe con mayúscula-, como Regente del Reino de España concedió a título póstumo al político monárquico asesinado el ducado de Calvo-Sotelo. Fue una víctima, y la Ley nauseabunda de la Memoria del Resentimiento priva ahora a sus descendientes del título nobiliario que nació con la sangre derramada de don José. También a los descendientes del heroico General Moscardó, defensor del Alcázar de Toledo, gesta militar admirada en todo el mundo por sus propios adversarios, serán obligados a prescindir del título nobiliario que recuerda la resistencia y el heroísmo de los defensores del Alcázar. Y los títulos de Duque de Franco y Señor de Meirás fueron concedidos por el Rey Juan Carlos I, impulsor de la democracia, pocos días más tarde del fallecimiento del General Franco. Con este vómito resentido de la Ley de la Chufla Democrática desaparecen 28 títulos más. De siempre he dicho que el socialismo y el comunismo sienten una enfermiza obsesión-veneración por los títulos de la nobleza. Creo entender que los afectados están en su derecho a recurrir y que si lo hicieran conjuntamente, con más éxito que por separado. Sólo el Rey o el Regente, siempre que exista un Consejo del Reino en el segundo caso, están capacitados para conceder o revocar los títulos nobiliarios, y espero y animo a los afectados a unirse ante la Justicia para litigar con la mamarrachería del rencor y la venganza.
Yo, por mi parte, no me puedo quejar. Mis títulos nobiliarios me fueron concedidos –tenía 19 años–, durante el franquismo, pero no se han visto afectados por la ley de esta pandilla de golfos. Lo cierto es que me fueron concedidos por mí mismo, por propia iniciativa, para reducir la resistencia de una maravillosa venezolana que pasó por Madrid. En aquellos tiempos, yo era feísimo, orejas desmedidas y acné juvenil para empeorar la situación. Y en el grupo de mis amigos que aspiraban al amor de la caraqueña había cuatro o cinco que me aventajaban en todo.
En la calle de Hermosilla esquina con Serrano, había una gran papelería. Miguel Muñagorri. Su propietario era amigo de mi padre y para buen colmo, había sido jugador del Real Madrid. Compañero de Santiago Bernabéu cuando los dos eran futbolistas. Acudí al establecimiento y encargué un centenar –cantidad mínima–, de tarjetones con mis títulos nobiliarios, algunos de ellos internacionales. Decía así el tarjetón: “Alfonso de Ussía y Muñoz-Seca. Duque de Arebanza, de la Dehesa de Burguillo, de Echalar, de Castrogonzalo, de Igueldo y de la Isla de los Faisanes. Marqués del Valle del Rudrón, de las Rozas de Argamasa, de Ortigosa de los Ciervos y de Gudamendi. Conde de la Gineta y de Fraisolí.
Príncipe Exiliado de Mogrovia, Nutrovia y Vasilenko. Príncipe de Pía della Lojácono. Caballero de Cluny. Y encabezando la relación, dos escudos dibujados por el genial «Barca» con dos leyendas. En uno de ellos, «Rex me fecit nobile, et ego aceptavit»; y en el otro «Non est posibile maiorem sánguine azulem». Y con este tarjetón, le envié al Hotel Ritz a la bella venezolana un ramo con cuatro docenas de rosas carmesíes. Al día siguiente, su padre y su abuela me invitaron a cenar al Ritz, y ella me confesó que se había equivocado en la elección, y que el hombre de su vida, era yo.
No me han quitado ningún título. Me he salvado por los pelos.
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