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27 de abril de 2024

Abecedario filosóficoGregorio Luri

De «San Agustín» a «Al Razi»

«La sociedad es una maravillosa máquina que permite a las buenas gentes ser crueles sin saberlo»

Actualizada 04:25

Agustín
Al leer que Cicerón se admiraba de un hombre que «jamás pronunció palabra de la que más tarde tuviera que retractarse, San Agustín exclama: '¡Elevado elogio, sin duda, pero más aplicable a un asno completo que a un auténtico sabio!'» El camino del saber no está libre de errores. Es difícil que un hombre que lo transite pueda ser un juez predispuesto hacia su propia causa.
San Agustín fue descrito por su biógrafo, Posidio, como «un hombre de los que se ha ganado su fin». Y esto, el esfuerzo para ganarse su fin es lo que encontramos en Las confesiones, obra en la que se desnuda ante Dios «para que Tú me veas y recojas». Es decir, para que Tú veas en mí algo Tuyo, pues «estabas en mí».
Se ha dicho que San Agustín anticipa a Descartes, pero cuando nos aconseja «no vayas fuera, céntrate en tí mismo; en el interior del hombre habita la verdad» está más cerca del Rousseau con Les confessions que del Descartes del Discurso del método.
Alain
«La sociedad es una maravillosa máquina que permite a las buenas gentes ser crueles sin saberlo». Alain, Propos sur le bonheur.
Baltasar Álamos de Barrientos
Álamos de Barrientos es un representante del «tacitismo español», que era una manera honorable practicar el realismo político eludiendo a Maquiavelo pero teniendo muy presente al autor que más cita el florentino, a Tácito. Leemos en sus Aforismos al Tácito español: «Los que escriben de monarcas que no tratan de ensanchar su imperio, no pueden escribir cosas grandes». En este libro aprendió Carl Schmitt que la política consiste, en su esencia, en la distinción entre amigos y enemigos.
Alberto Magno
San Alberto Magno, dominico, teólogo, geógrafo, filósofo, alquimista… un polímata de la ciencia medieval. Sabía incluso que «si quieres juzgar o conjeturar lo que ha de venir, hazte con una quelonita. Es de púrpura y de diversos colores, y se encuentra en la cabeza del caracol. Quien la lleve debajo de su lengua, juzgará y profetizará de lo por venir. Pero tiene este poder solo el primer día del mes, cuando la luna está saliendo y creciendo, y nuevamente el día veintinueve, cuando está menguando».
Alcibíades
En el elogio a Sócrates pronunciado por Alcibíades en el Banquete de Platón aparece por primera vez la representación del individuo como personalidad única y, por lo tanto, indefinible. Sócrates, dice Alcibíades, es imposible de clasificar. No se lo puede comparar con ningún otro hombre. Es átopos. Así lo reconocerá el mismo Sócrates en otro diálogo de Platón (el Teeteto): «Soy totalmente desconcertante (átopos) y no creo más que perplejidad (aporía)».
Alegría
Gustav Janouch (resumiéndole a Kafka un cuento chino): El corazón es una casa con dos alcobas. En una reside la pena y en otra la alegría. Nunca se debe reír demasiado, ya que de lo contrario se puede despertar a la pena que vive en el cuarto de al lado.
Franz Kafka: ¿Y a la alegría? ¿Puede despertarla una pena ruidosa?
Gustav Janouch: No. La alegría es dura de oído. No puede oír la pena del cuarto contiguo.
Kafka asintió.
Al Farabi
En una ciudad gobernada por un cruel déspota vivía un hombre íntegro que, sintiéndose en peligro, decidió exiliarse. Al enterarse el tirano de su propósito, ordenó que se le impidiera abandonar la ciudad. El hombre íntegro se disfrazó de vagabundo, y tocando un tambor se presentó en una de las puertas de la muralla, cantando como si estuviera borracho. Cuando el guardia le preguntó quién era, le contestó la verdad. El guardia lo dejó pasar sin creer lo que decía.
Al Razi
El médico persa al-Râzî comienza su Medicina espiritual con estas palabras: «Dios, ensalzado sea su nombre, nos ha dado la razón para obtener por ella, tanto del presente como del futuro, los mejores beneficios que podamos conseguir; es el mejor don que Dios nos ha dado. Debemos apoyarnos en ella para juzgar todas las cosas y actuar según lo que nos manda». Aplicándose este criterio en La conducta virtuosa del filósofo llega a la conclusión de que «a veces se hace preciso beber para disipar las penas».
Es decir, gracias a que somos racionales podemos, de vez en cuando, dejar la razón en casa e irnos de fiesta.
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