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25 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

En zapatillas bajo la lluvia de diciembre

O hablar por hablar para que no parezca que hablamos de lo que hay que hablar

Actualizada 10:12

Lo confieso: he hecho trampa con el titular de arriba. Es sábado, y en medio del larguísimo puente, bien podría componer un comentario de humor costumbrista sobre la fiebre de las zapatillas deportivas, que alcanza ya hasta a octogenarias como mi madre cuando se nos pone pop. Durante esta semana, en la que ha jarreado a gusto en Madrid, me he cruzado cada día con personas de todas las edades que circulaban con sus playeras empapadas, chapoteando ajenas a que existe un viejo invento llamado zapatos, e incluso otro denominado botas, que todavía protege mejor del frío y el agua. Pero no: todo el mundo con la nueva etiqueta podal: las puñeteras playeras, como si la vida fuese un perpetuo partido de fútbol sala (sin asumir siquiera que a quienes hemos sobrepasado ya los 50 tacos normalmente nos quedan tan bien como un smoking al gorila Copito de Nieve).
He hecho trampa con el titular porque al parecer no debo seguir hablando de lo que hay que hablar. Me lo han indicado incluso personas de mi círculo personal: «No escribas tanto de Sánchez, hombre, no ves que os hacéis pesados todo el día con lo mismo. Es ya como el cuento de Pedro y el Lobo». Me parece que esos consejeros amicales no están teniendo en cuenta un problema: aquí Pedro se ha convertido en el lobo.
No voy a hablar del imperio de las zapatillas (ni de ese inefable chándal para bajar al súper o ir de vinos), porque no se puede hacer el avestruz ante lo que está pasando en España. Estamos sufriendo comportamientos que son más propios de una dictadura que de una democracia, por supuesto perfectamente opacados por las televisiones del régimen, que son casi todas. Estamos viviendo una situación orwelliana, donde se idiotiza a los ciudadanos dirigiéndose a ellos desde el poder mediante una neolengua (el siempre enfadado Pachi López explicaba que cargarse el delito de malversación a la medida de Junqueras y su tropa es en realidad una media «para fortalecer la lucha contra la corrupción»). Es decir: vivimos ya en la distopía dialéctica de la novela 1984.
Días atrás, una admirada amiga me señalaba: «Han ido a por todos: jueces, fiscales, artistas, periodistas, presentadores, empresas, banca, patrimonios, energéticas, oposición, propietarios». Así es. El Gobierno del nuevo Frente Popular ha perseguido a los que crean empleo, con impuestos confiscatorios, denunciando sus «beneficios obscenos» y castigando la creación de riqueza. Han perseguido a los jueces hasta maniatarlos, porque todos han de ser «progresistas». Han perseguido a los medios que no forman parte del Orfeón Progresista, a los que el presidente del Gobierno no ha concedido ni una entrevista y a los que tachan de «fachas» o «fascistas». Han perseguido hasta al inocuo Pablo Motos, presentador de un programa blanco de televisión...
Pero añado más. Han perseguido a la monarquía, con ministros comunistas que abogan por cargársela. Han perseguido al propio orden constitucional, formateando el TC al servicio de los separatistas para darles el referéndum de independencia que exigen a Sánchez para mantenerlo ahí. Han perseguido a la Iglesia, olvidando su maravillosa labor pastoral y caritativa para hablar solo de casos puntuales de pederastia. Han perseguido a los artistas y escritores que no piensan como ellos, excluyéndolos de todos los premios nacionales y cuchipandas culturales. Han perseguido hasta la propia la libertad de movimiento de los españoles, con un estado de alarma doblemente inconstitucional. No están dejando títere con cabeza. Así que lo siento, pero es imprescindible seguir con «la matraca».
Me despido con unas palabras de un eximio defensor de la libertad, Karl Popper:
«La libertad política –no vivir bajo una tiranía– es el más importante de todos los valores políticos. Y debemos estar siempre preparados para luchar por la libertad política. La libertad puede perderse siempre. No podemos cruzarnos de brazos en el convencimiento de que está asegurada».
Pues eso.
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