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25 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Los novios de Sevilla

Sevilla, cuando Cristo resucita, estalla de nuevo y de renuevos. Aprovecharé esas fechas para viajar a Sevilla y felicitar a Carmen y Curro

Actualizada 01:30

El novio ha cumplido los 89 años, y la novia, 67 tacos. El novio es un maestro del arte de torear y la novia, su impulso. En su casa de Espartinas, los novios nos reunieron a los Burgos, los Mingote y los Ussía.
«A ver, Antonio, tú que observas todo. ¿Qué no hay en esta casa de un torero?». Y Antonio, así de sopetón, no supo contestar. «Pues no hay ni una sola cabeza de toro disecada. Bastante me han hecho sufrir como para tenerlos en la pared, mirándome. Porque lo más peligroso de un toro es la mirada». El novio nos narró su conversación telefónica con el más grande torero que ha nacido de madre, Antonio Ordóñez, el rondeño. Los rondeños son hijos de la serranía, y en las sierras, un viento inoportuno y sesgado desarbola la prudencia de los serreños. «Curro, eres un torero inigualable, artista, profundo… pero no vas a pasar a la posteridad porque no has toreado ninguna corrida de miuras». Y Curro no pudo dormir aquella noche, dándole vueltas a las palabras del gran rondeño. Por la mañana, decidió llamar a Antonio Ordóñez para informarle de su decisión. «Antonio, he decidido que no quiero pasar a la posteridad». Y se preguntaba a sí mismo: «¿Cómo voy a torear una corrida de miuras si me da susto hasta saludar a don Eduardo?». Toreaba en Sevilla una corrida de la ganadería de uno de los Domecq. Cinco toros cómodos de pitones y uno que parecía un búfalo de las sabanas sudafricanas. En el sorteo, le correspondió torear al búfalo. Habló con su primer picador, Luis. «Luis, dale fuerte». El búfalo se arrancó de lejos al caballo y el público se puso de parte del toro, pero Luis cumplía la orden del maestro, y le daba, le daba y le daba. Se iniciaron las protestas. Curro se vio obligado a representar su disgusto. «Déjalo, Luis», y Luis seguía dándole caña al toro. «¡Luis, déjalo, déjalo, para, Luis!», y Luis seguía a lo suyo. Fue cuando oyó el comentario de una mujer en barrera a su acompañante. «El picador no se debe de llamar Luis, porque no le hace ni caso», Comíamos en Oriza, en la calle San Fernando. Antonio Burgos, Pío Halcón, el gran Curro, Carmen Tello y el que escribe. «¿Qué diferencia hay entre un toro de una ganadería cualquiera y un toro de Miura?»; «muchísima», dijo Curro. «Tú paseas por la noche por esta calle, y te cruzas con un señor, más o menos normal, como uno mismo, y lo saludas 'buenas noches', y el señor más o menos normal, con más o menos expresividad, te devuelve el saludo. Un toro de tantos. Y al día siguiente, también por la noche, te cruzas con un señor elegantísimo, muy alto, muy bien vestido, con un abrigo de pelo de camello, cubierto con un sombrero inglés, y claro, lo saludas y le deseas las buenas noches con plena confianza. Y ese señor, con tan buena pinta, tan buena facha y de tan buena familia, te arrea un puñetazo. Eso es un miura».
Gracias a Antonio Burgos, tuve la fortuna de compartir con Curro Romero horas y horas de genialidades y sabidurías. Don Francisco Romero nació en la humildad, allí en Camas. Paralizó con su toreo el curso del Guadalquivir y los vientos toledanos que sopan en Las Ventas de Madrid. Salió a hombros por la Puerta Grande madrileña y la del Príncipe en la Real Maestranza de Sevilla. No fue un torero, sino una religión. Una inteligencia natural brillante y una bonhomía de señor a la antigua. Y un día se enamoró de Carmen Tello, la novia, una belleza sevillana. Curro y Carmen, los novios, estaban casados por lo civil, pero querían hacerlo ante Dios. Superados los inconvenientes durante años, y la burocracia, y los tostones habituales, en la capilla de la Casa de Pilatos, los novios de Sevilla consagraron su amor ante Dios. Desde aquí les envío mi enhorabuena más enardecida. Los novios no van a cumplir con el coñazo del viaje de novios, porque su destino está en Sevilla. Para mí, que los sevillanos recién casados en lugar de viajar a las Seychelles, o a Bali, o a Nueva Zelanda como el hortera comunista de Garzón, tendrían que viajar a su propia Sevilla y conocerla mejor. ¿Para qué abandonar por unos días una de las ciudades más asombrosas del mundo? En pocos meses, Sevilla no será la invernal y fría, la de las buganvillas tristes, los jacarandas desnudos y el azahar lejano.
Sevilla, cuando Cristo resucita, estalla de nuevo y de renuevos. Aprovecharé esas fechas para viajar a Sevilla y felicitar a Carmen y Curro. Desde aquí, y en espera del cumplimiento, mi admiración y mi cariño. Enhorabuena, novios.
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