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18 de abril de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

El comunista esnob

Entre las ovaciones, Carrillo se acerca a Alberti y susurra a su oído. Se abrazan. Entonces, pide silencio para ofrecer a los invitados una gran noticia

Actualizada 01:20

Rafael Alberti fue un extraordinario poeta, además de un canalla. Portuense del «Puerto de, Puerto de Santa María». Sus primeros poemarios, asombrosos. Marinero en Tierra, A la Pintura…Siempre quiso ser Picasso, y se esmeró en sus Liricografrías. Sus poemas durante la Guerra Civil, muy malos. Alberti, durante la Guerra estaba en otras cosas, visitando checas y celebrando asesinatos. Su poesía en Buenas Aires, magnífica. Y al final, en su exilio romano, en el barrio del Trastévere, escribe quizá, su libro de poemas más nostálgico, Roma, Peligro para Caminantes, en el que intuye el final de su exilio. Recibió el Premio Lenin de Literatura, gracias a las influencias en el Kremlin de su amiga Dolores Ibárruri, también conocida por La Pasionaria. Añoranza del Puerto. Preciosos tercetos en su soneto Lo que dejé por ti.
Dejé palomas tristes junto a un río,
Caballos junto al sol de las arenas,
Dejé de oler la mar, dejé de verte.

Dejé por ti todo cuanto era mío,
Dame tú, Roma, a cambio de mis penas
Tanto como dejé, para tenerte.
Pero Rafael Alberti, con aquella capacidad poética embriagadora –en todos los sentidos, porque se agarraba unas cogorzas monumentales–, creció entregado a los resentimientos. Él quería ser uno de sus primos, Los Terry Merello. Quería ser señorito, no un media clase. Le fascinaban las tradicionales familias bodegueras. La Terry – la de sus primos hermanos–, la Osborne, la Caballero, la Domecq. En 1928, ya inmerso en el comunismo más extremo, escribe por 25.000 pesetas, una fortuna para aquella época, un extenso poema que le encomienda la marca Domecq en homenaje al Ilustrísimo Señor Vizconde de Almocadén, cuya lectura produce estupor y vergüenza ajena. Más que un poema, es un conjunto de versos escritos con vaselina y aceite de masaje. También soñó con ser un Domecq, pero era un Alberti.
¡Párate, Gran Vizconde! Ten el freno
Áureo de tu caballo jerezano,
Y al pie del Guadalete, ya sereno,
Presta tu oído a un ruiseñor cristiano.
¡Detente, Gran Vizconde, frena y mira
Cómo el viento en tu honor, se vuelve lira!
Adulación cremosa. Los pelos en punta, la piel de gallina, el pudor vendido por 25.000 pesetas.
Ya lo he contado. Alberti tenía un hermano, Vicente, íntimo amigo del doctor José Muñoz-Seca, hermano menor de don Pedro, mi señor abuelo. Cuando fue detenido por las hordas social-comunistas, y acusado de ser católico, monárquico y antirrepublicano –nueve hijos, martirizado, torturado y finalmente fusilado en Paracuellos del Jarama por orden de Santiago Carrillo y el aplauso de Largo Caballero–, Vicente Alberti –que no era comunista y estaba encantado de ser un Alberti–, le pide a Rafael que interceda por su paisano Muñoz-Seca. Éste le da largas, y al fin, el 30 de noviembre de 1936, Rafael llama a su hermano Vicente. –Vicentito, deja de darme la lata con Perico Muñoz-Seca. Lo fusilamos anteayer–.
Pepín Bello, el que mejor conoció a los poetas del Veintisiete gongorino, se irritaba cuando le recordaban la amistad de Alberti y Lorca. –Es falso. Alberti jamás fue amigo de Federico. Odiaba a Federico por envidia, porque ante García Lorca, Alberti pasaba desapercibido–. En su elegía a Lorca Nunca fui a Granada, Alberti se presenta como un desconsolado amigo que renuncia ir a Granada por el asesinato de García Lorca a manos de un desalmado grupo de falangistas. Luis Rosales supo mucho de esto, porque lo sacaron de su casa, donde se había refugiado. Alberti nunca fue a Granada porque no le apeteció ir a Granada, pero nada más. Cínico y farsante.
Alberti y María Teresa León ocuparon, con permiso de las autoridades, el Palacio de Heredia-Spínola en la calle Marqués del Duero 7 de Madrid. Fiestas y saraos. Caviar y vodka. Allí, en una de las fiestas, María Teresa León abofeteó al poeta Miguel Hernández cuando éste le afeó los lujos de sus invitaciones. En la noche del 28 de noviembre de 1936, Alberti y María Teresa abren su palacio ocupado y sus despensas de caviar y vodka en honor de Iliá Ehrenburg, el gran comisario de Stalin en Madrid Mihail Koltsov, el general soviético Kléber, el general húngaro Maté Zalka, el dirigente comunista francés André Marty, y Santiago Carrillo. Alberti lee emocionado sus poemas a Stalin y a las Brigadas Internacionales. Entre las ovaciones, Carrillo se acerca a Alberti y susurra a su oído. Se abrazan. Entonces, pide silencio para ofrecer a los invitados una gran noticia: «Señoras y señores, compañeros, camaradas. Mi joven amigo, Santiago Carrillo, me acaba de comunicar que hoy ha muerto uno de nuestros mayores enemigos, el católico, monárquico y fascista Pedro Muñoz-Seca. ¡Gajes de la guerra! El mes pasado ellos acabaron con nuestro admirado y grandísimo Federico y hoy le ha tocado el turno a uno de ellos. ¡Viva la República! ¡Viva Rusia! ¡Viva Stalin!» –El Viacrucis de los Escritores Españoles durante la II República, la Guerra Civil y el Exilio. Julio Merino. Tomo I. Córdoba, 2017–.
Días atrás, justificando el golpe de Estado que está en marcha, un individuo sanchista apellidado Sicilia, un don nadie, guerracivilista y tonto –lo segundo es más grave–, rememoró en la tribuna del Congreso los versos bélicos de Rafael Alberti en su malogrado poema A Galopar, también del gusto del cantautor que desafina Paco Ibáñez. «A galopar, a galopar, hasta enterrarlos en el mar». El primo hermano de los Terry que quiso ser Terry y se quedó en Alberti, fue un gran poeta que jamás pudo escapar de su resentimiento social, y su odio. No pisó el frente de guerra durante la contienda civil. Visitaba la checa de Bellas Artes y celebraba los sufrimientos de sus torturados con vodka y con caviar. Quizá, esos pequeños detalles son los que gustan al comisario Sicilia del Sanchismo. Porque más de Alberti no ha leído. Se ha quedado con lo peor de aquel extraordinario poeta y monumental canalla. El comunista esnob que no pudo ser un Terry.
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