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02 de mayo de 2024

Palabra de honorCarmen Cordón

El latido

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, he vivido, he visto, he sido madre, y, la verdad, he moderado mucho, muchísimo, esa opinión. He entendido que el aborto es un asunto muy delicado, muy sensible, muy íntimo de cada mujer… pero no es sólo suyo

Actualizada 08:42

Confieso que de joven (más joven que ahora quiero decir) estaba radicalmente a favor del aborto. Sin concesiones. Siempre me ha gustado la historia y en aquella época disfrutaba dando leccioncitas sobre el tema a quien me quisiera escuchar. El aborto acompaña nuestra realidad desde que el hombre es hombre. Se descifraron tablillas en escritura cuneiforme de la civilización sumeria que trataban sobre el asunto; en el Código de Hammurabi ( 1750 a. C.) abortar se consideraba delito contra los intereses del padre; en la Grecia clásica el aborto era una forma normal de controlar la natalidad y no planteaba problemas morales; en la Roma clásica y del Alto Imperio el aborto era una inmoralidad pero no se consideraba delito, de hecho, las patricias romanas abortaban a menudo para castigar a sus maridos o encubrir sus propios adulterios; con el cristianismo, el aborto además de delito pasó a ser pecado mortal, lo que llevaba a las chicas a mantenerlo en secreto y arriesgar sus vidas tomando ruda o poniéndose en manos de cualquier feriante… Abortar, siempre se había abortado y mi caballo de batalla era que ante esa realidad aplastante la única misión del Estado de cara a la sociedad era regularlo y vigilar para evitar los peligros de una mala praxis.
Las que son menos jóvenes que yo seguro que recuerdan esos tiempos en que para interrumpir un embarazo había que viajar a Londres, luego, a finales de los 80, la cosa se puso más fácil y ya no hizo falta viajar. Recuerdo cómo me impresionó en primero de carrera, recién llegada del «pueble» a Madrid, que dos compañeras de clase se quedaran embarazadas, probablemente hubo más, pero sólo estas dos tuvieron la valentía de seguir adelante con su embarazo. Una de ellas hasta vino a clase con su barriguita, la otra desapareció, creo que la casaron, desconozco si siguió estudiando. Fueron heroínas. En aquellos tiempos había que ser muy valiente para confesar en casa aquel «desliz». Éramos todos unos ignorantes consumiendo el presente y aunque intuíamos el impacto profundo que aquello suponía en nuestras vidas no todos estábamos dispuestos a afrontarlo. No sé qué habrá sido de ellas, la verdad, pero me gustaría saberlo y comprobar, a toro pasado, cuáles fueron las consecuencias de aquella gallardía. Seguro que detrás hay una buena historia. Qué fue de ellas, quiénes son hoy aquellos bebés, qué hacen con sus vidas. Qué suerte tuvieron de nacer. Está feo reconocerlo, pero, sinceramente, poco o nada me importaban estas cuestiones con aquella lozana edad. Lo mejor en aquella tesitura era abortar, así lo creía yo y como yo lo pensaban y piensan muchos.
Ha pasado mucho tiempo desde entonces, he vivido, he visto, he sido madre, y, la verdad, he moderado mucho, muchísimo, esa opinión. He entendido que el aborto es un asunto muy delicado, muy sensible, muy íntimo de cada mujer… pero no es sólo suyo, y junto al derecho de decidir de la madre que yo entendía como único respetable, están los deseos o derechos del padre (igual tiene algo que opinar sobre la posibilidad de que su hijo nazca) y sobre todo los del bebé que, aunque aún no ha nacido ya «es» y tiene derecho a ser protegido por la sociedad. Por todos nosotros. De toda la vida del Señor una sociedad se gana el calificativo de «civilizada» cuando esa cooperación humana protege a sus miembros más débiles.
Aristóteles decía que el hombre está hecho de sustancia y accidente. La sustancia es nuestra esencia, lo que no cambia, y el accidente es aquello que se transforma con el tiempo. Una idea muy interesante desde el punto de vista del aborto: Yo soy Carmen Cordón, española, empresaria y madre de 55 años a la que la sociedad debe aceptar y proteger, esencia y circunstancia. Pero, ¿y si esa Carmen Cordón tuviese otra circunstancia? ¿Y si fuese ciega o sordomuda? Con más razón tendría derecho a que se me proteja. Vayamos un poco más allá ¿Y si fuese una niña abandonada y desvalida? La sociedad la protege sin dudarlo. ¿Y si fuese un bebé recién nacido al que si no se le da calor y alimento muere? ¿Y si ese bebé naciese sietemesino de manera que sin incubadora no sobrevive? Ese bebé ya «es», tiene «esencia» y una circunstancia de enorme debilidad. ¿Es protegible? ¿O debe morir? Y yo me pregunto ¿En qué momento deja de ser protegible ese bebé? ¿Cuándo tiene ojitos? ¿Cuándo tiene manos para agarrarse al regalo que es la vida? ¿Cuándo le late el corazón? Qué menos que oírlo, ¿no?
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