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20 de abril de 2024

Ojo avizorJuan Van-Halen

Guirigay y amnesia

Patxi López me cae simpático, aunque la sinapsis de sus neuronas falla a menudo. Por ejemplo se evidencia en periodos de amnesia. Olvida qué votos le hicieron lehendakari y luego presidente del Congreso

Actualizada 01:30

España es diferente, como proclamaba un viejo reclamo turístico, y una prueba de ello es que no nos extraña casi nada, ni siquiera que el Parlamento se haya convertido en un guirigay donde el insulto y la descalificación superan con creces al razonamiento. La cordialidad permanece ausente y, a menudo, también la buena educación. En los Plenos el presidente del Gobierno y sus ministros no contestan a lo que se les plantea, se pierden en los cerros de Úbeda y cierran su paupérrima dialéctica con algún insulto. Incluso el más cursi de los ministros acostumbra a descalificar sin gracia para sombrear su falta de respuestas.
Tengo la sensación de que dependemos de quienes ignoran lo que hacen, que al barco lo gobierna el grumete. Como si los más zoquetes del cole suplantasen al profesorado por ironías del destino. No es imposible que un día ocurra gracias a la ley Celaá, hoy embajadora ante la Santa Sede donde demuestra su mal gusto e improcedencia indumentaria.
El rostro y la voz del sanchismo en el Congreso es Patxi López, por nombre original Francisco Javier López Álvarez, que lleva desde los dieciséis años en política y no ha dejado de ocupar cargo tras cargo, de lo cual me alegro por él, además de que me cae simpático, aunque la sinapsis de sus neuronas falla a menudo. Por ejemplo se evidencia en periodos de amnesia. Olvida qué votos le hicieron lehendakari y luego presidente del Congreso. No digo que sea bondadoso con el adversario pero no es preciso insultar y menos cuando puede llevarle a hacer el ridículo. Estoy seguro de que Sánchez ya le perdonó que se enfrentase a él en las primarias, incluso habrá olvidado aquella hiriente pregunta: «¿Sabes lo que es una nación?». Luego se vio que la pregunta de Patxi era oportuna. No lo sabe.
Al demandarle su opinión sobre el caso Mediador y los manejos de su compañero Tito Berni, Patxi contestó tajante: «No hay caso». ¿Y entonces por qué le obligaron a dejar el escaño? Acababa de negar la constitución de una comisión parlamentaria para investigar la trama. Anunció que, sin embargo, se activaría la vieja comisión del caso Kitchen, de hace diez años, de cuya lista inicial de presuntos implicados y citados la mayoría fueron ya desimputados. Qué distinta vara de medir sobre la presunción de inocencia y la presunción de culpabilidad tienen los socialistas.
Y no es nuevo. Hay un golpe de Estado del que nunca se habla, envuelto en amnesia: la llamada revolución de Asturias, iniciada el 5 de octubre de 1934, contra el Gobierno de la República. El resultado: cerca de dos mil muertos y graves destrozos en el patrimonio monumental, artístico y documental. El motivo: había perdido las elecciones la izquierda y socialistas, comunistas y anarquistas amenazaron con un golpe si se integraban en el Gobierno ministros del partido que las había ganado. Cumplieron su amenaza. Aprovechando la confusión Companys proclamó la República catalana. Salvador de Madariaga, republicano, historiador, embajador y ministro, escribió en su libro España: «Con la rebelión de 1934 la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936». Indalecio Prieto señaló en México el 1 de mayo de 1942: «Me declaro culpable ante mi conciencia, ante el Partido Socialista y ante España entera, de mi participación en aquel movimiento revolucionario. Lo declaro como culpa, como pecado, no como gloria».
Parece que no ha pasado el tiempo. España sigue siendo diferente. Para Sánchez tampoco pasa. Esta vez el Super Puma le llevó a Azután (Toledo), municipio de menos de trescientos habitantes, para una reunión con mujeres rurales, la alcaldesa y una concejala, socialistas ambas. Las convocadas pertenecen a la Asociación Fademur beneficiada por el Gobierno con 285.000 euros. Era una visita improvisada y no se avisó ni a García Page pero a una asistente se le escapó: «No he podido dormir pensando en esto».
Y Pam se ríe cuando sus pupilas corean «qué pena me da, qué pena me da, que la madre de Abascal no pudiera abortar». ¿Cómo va a dimitir? En qué trabajo escucharía algo tan sublime. Sería su primer trabajo y cómo va a perder los 123.000 euros que le pagamos los españoles por su ignorancia. También lo pagan los destinatarios de sus ordinarieces.
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