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05 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

La menopausia de la izquierda andaluza

Está en su derecho de rebatir cualquier iniciativa legislativa, pero convertir ese debate en un espectáculo barriobajero como el que protagonizó Maribel Mora es en sí una falta de respeto a los andaluces

Actualizada 01:30

Entre las imágenes parlamentarias más deplorables que dejarán estos tiempos de ruido y furia estará por méritos propios la que se produjo en el Parlamento andaluz. Allí una diputada llamada Maribel Mora, de Adelante Andalucía, una escisión locoide de los podemitas, vació un tarro de arena sobre el escaño del presidente Juanma Moreno, como gesto de rechazo al plan de regularización de los regadíos en las zonas agrícolas del condado de Huelva, principalmente de la fresa. Una propuesta que, lejos de lo que dice la ínclita Mora, busca evitar que el acuífero de Doñana se siga perforando ilegalmente y ayudar a los pequeños agricultores que están sufriendo sequías letales. Un plan que estará a expensas de que se apruebe el trasvase que, visto el sesgo «ecolojeta» de la vicepresidenta Ribera y del propio Sánchez –«Doñana no se toca»–, seguirá durmiendo el sueño de los justos. Bien es cierto que el Gobierno andaluz, apoyado por Vox, tendrá que explicar muy bien en Bruselas este proyecto, que nunca ha sido bien visto por la Comisión Europea dada la delicada situación de uno de los humedales más importantes de Europa.
Todo es discutible y la izquierda andaluza está en su derecho de rebatir cualquier iniciativa legislativa, pero convertir ese debate en un espectáculo barriobajero como el que protagonizó Maribel Mora es en sí una falta de respeto a los andaluces, por no hablar de que el Gobierno se agarre a este clavo ardiendo para litigar con una comunidad autónoma, como hace habitualmente con la madrileña. Es verdad que la respuesta del presidente de la Cámara, Jesús Aguirre Muñoz, no fue tampoco un ejemplo de finura institucional ante el desacato de la diputada, pero eso no mejora el comportamiento de una señora que, como poco, representa a 56.937 sevillanos que la votaron como número uno de su lista.
Es verdad que esos electores en el pecado llevan la penitencia, porque la trayectoria parlamentaria de esta Demóstones pseudopodemita es bochornosa, santo y seña del populismo que destila el sanchismo. La buena señora ha llamado maltratadores a los diputados de Vox sin sonrojarse, pide igualdad de sexos y la mayor parte de los dirigentes y candidatos de su formación son hombres, reclama supermercados públicos al estilo Maduro, ha demandado en sus redes sociales que se quemen las prisiones donde hay mujeres encarceladas por culpa de «nuestro sistema patriarcal» y, lo más descacharrante, lejos de ser proactiva sobre los problemas de los andaluces como el paro, la vivienda y la sanidad, se dedica desde la tribuna a contar a sus señorías cuándo se le retiró la regla, los sofocos nocturnos que padece y a interpelar al consejero del ramo por las medidas que tomará para que «garantice los derechos de las mujeres cuando vivimos esa fase biológica de la menopausia». ¿Hay quién dé más?
Mora es el brazo armado de Teresa Rodríguez, con quien se marchó cuando esta se pegó políticamente con Pablo Iglesias e Irene Montero por razones de poder, por los sillones bien remunerados, por ver quién mandaba sobre ese lodazal de la izquierda radical, la misma pelea que hoy libran con Yolanda Díaz. Puro estalinismo aderezado con unas gotas de populismo, que se ha encargado de añadir la ministra Ribera, que apeló a la «pequeña esquinita» de Juanma Moreno, al que ha atribuido arrogancia de señorito en Doñana, ese tópico tan trasnochado de la izquierda derrotada.
Hombre, hablar de pequeña esquinita al apoyo del 43,13 % de los andaluces al Gobierno de Moreno, que dobla al que cosechó el partido de la vicepresidenta y de Sánchez es, como poco, una osadía. Pero no es casual que sea en Andalucía donde se están traspasando todos los límites de la cortesía parlamentaria. Allí la derecha sensata ha tumbado en la lona a la izquierda del latrocinio de los ERE y el sindicalismo del langostino, con resultados económicos y políticos que los andaluces siguen apreciando. Andalucía es el escenario preferido por el radicalismo antisistema para mostrar cómo escuece perder la hegemonía política después de treinta años de régimen clientelar. Y eso no lo tapa ni una tonelada de arena sobre un escaño.
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