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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Madrid envenena los sueños de Sánchez

Los madrileños se defienden ahora, más de dos siglos después, de las arremetidas de uno de sus primeros vecinos, empadronado hasta diciembre en el Palacio de la Moncloa, y de su cohorte de amigos, que detestan una región en la que viven, comen y cobran como no se merecen

Actualizada 01:30

Durante diez años intenté leer en el alma de los madrileños, cubriendo la información de su Comunidad, un auténtico mosaico de otras almas del resto de España. Compleja como ninguna, esta región necesitaba hallar a alguien que interpretase que su falta de identidad es una forma de tener una identidad propia, de entender la vida sin excluir a nadie, de integrar a todos (y no de boquilla), de vivir y dejar vivir, de no preguntar de dónde se viene ni adónde se va. Parece de Perogrullo, pero ese sentimiento abierto y sin corsés es el que ha sabido captar Isabel Díaz Ayuso a la perfección: así se explica sociológicamente su éxito electoral y las buenas expectativas que las encuestas le vaticinan para dentro de tres domingos.

Esos ciudadanos, que mañana celebran su fiesta regional, estaban hartos de estar hartos. Cansados de ser sometidos a la inquina de nacionalistas e independentistas, por su condición de capital de España, y en los últimos meses, de haber sumado también las descalificaciones de Comunidades hermanas, como la Valenciana de Ximo Puig o la Castilla-La Mancha de Page, escocidos por su pujanza económica y su fiscalidad bonancible. Los madrileños buscaban a alguien que los reivindicara y pusiera en valor sus indudables logros económicos y sociales, su apuesta por el emprendimiento y la libertad. Tezanos habló despectivamente de un Madrid tabernario, como sólo un mercenario de Sánchez puede hacerlo, sin atisbar que estaba retratando en efecto una realidad que, lejos de restar, es un colosal activo, que la ha convertido en la Comunidad que más inversión recibe, rozando el 80 por 100 de toda España.

Ese orgullo que nada tiene que ver con los prejuicios nacionalistas, sino que es radicalmente antinacionalista, que se reconoce en la defensa de los valores constitucionales y de España, que aborrece a los supremacismos que la desprecian –«el Gobierno de Madrid», los unos; «Madrit nos roba», los otros– es el que hasta la llegada de Ayuso se encontraba huérfano. Solo en esa clave cabe entender su hegemonía (sin que pueda presentar una hoja de servicios con proyectos reseñables), que ha concitado apoyo transversal, que la llevó a ganar en 2021 en todos los distritos de la capital y en la mayor parte de los municipios de la Comunidad, antaño cinturón rojo, cuya bandera creía poseer la izquierda pero que le ha sido birlada sin contemplaciones por esta periodista de 44 años. La misma que mandó a su casa a todo un vicepresidente que prometió parar el fascismo y lo sucedido fue que Madrid paró el comunismo que él representaba, que algo de fascismo tiene; en eso no mintió.

Cada paso que ha dado la izquierda, cada candidato que ha enfrentado a la líder popular, lo ha transformado en derrota. Superviviente incluso de una guerra interna que a punto estuvo de desangrar al PP, los madrileños la valoran especialmente por su resistencia al desacreditado Pedro Sánchez, a sus palos de ciego durante la pandemia, este presidente que tiene atragantados a los madrileños desde que fue concejal gris y por carambola de la capital, desde que votó a favor –el mismo que detesta a los banqueros– de las preferentes en Caja Madrid y que es el jefe de Gobierno que, encabezando la lista por Madrid, menos votos ha tenido desde la instauración de la democracia. A Sánchez el Madrid de Ayuso le discute la falaz superioridad moral de la izquierda, contra él libra la guerra cultural a la que la derecha acomplejada siempre se ha resistido y a sus ministras les recuerda que no tienen el patrimonio de la defensa de la mujer.

Solo una Comunidad, la madrileña, ha elegido de fiesta regional el día que se conmemora la última gran gesta española contra un invasor extranjero. Siguiendo el ejemplo de los mostoleños en 1808, los madrileños se defienden ahora, más de dos siglos después, de las arremetidas de uno de sus primeros vecinos, empadronado hasta diciembre en el Palacio de la Moncloa, y de su cohorte de amigos, que detestan una región en la que viven, comen y cobran como no se merecen.

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