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29 de marzo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sánchez ya es un pato cojo

El PSOE no tiene tiempo para remontar de aquí al 23 de julio, de hecho su resultado empeorará al estar Sánchez en primerísimo plano como candidato

Actualizada 14:12

Dice un buen amigo que «lo malo de hacer autocrítica es que los demás se la creen». Así que incluso a riesgo de sonar petulante reproduciré el título de los artículos de ayer y anteayer: «El PSOE huele a gran toña», titulé el sábado. «Sánchez se puede despedir hoy», encabecé el del domingo, 28-M.
Y así ha sido, para bien de España, que este 28 de mayo ha comenzado a liberarse de la nociva coalición antiespañola que encabezaba Sánchez desde junio de 2018. Soportamos un Nuevo Frente Popular que de seguir una legislatura más abriría el melón de las consultas de independencia como nuevo pago del PSOE para armar un Frankenstein 2. El golpe es tan fuerte que antes de la hora del vermú nos hemos encontrado ya con el adelanto de las generales al 23 de julio.
Sánchez es una víctima de la sobada cita de Abraham Lincoln: «No es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo». Los españoles se han saturado de mentiras, marrullerías y alianzas antinaturales con los más sañudos enemigos de España (amén de que en los hogares se suda cada vez más para acabar el mes). Amén de que el personaje no caía bien ni a los que le votan.
El PSOE ha recibido un repaso épico; no había más que ver la cara de la fogosa ministra de Educación, la portavoz de Ferraz. Su poder autonómico queda totalmente mutilado y sufre severas pérdidas en importantes capitales de provincia. El Partido Socialista ya no manda en ninguna de las regiones más populosas de España. La pérdida de la Comunidad de Valencia, la joya de la corona de estos comicios, supone un golpe severísimo, y se une también el pinchazo en Aragón, Extremadura y Baleares.
En el cómputo total de voto de las municipales, el PSOE, que había ganado las anteriores, se queda a más de 750.000 votos del PP, el triunfador de la noche, que luce además la guinda de las mayorías absolutas de Ayuso y Almeida. Por lo demás, gran logro personal de Núñez Feijóo, que en poco más de un año ha llevado arriba a un partido que se arrastraba en las urnas.
Sánchez seguirá levitando, por supuesto, y todavía intentará tender alguna emboscada. Es su naturaleza. Pero se trata ya de un pato cojo, como llaman en la jerga política estadounidense a los presidentes de salida. A final de año tendrá que hacer la mudanza y llevarse de la Moncloa el colchón que trasladó allí para no dormir en el que había utilizado el viejo Mariano (según contaba ufano a comienzo de Manual de Resistencia, el libro autobiográfico que le escribió una negra, a la que promovió a secretaria de Estado). Además se ha quedado sin muleta: Yolanda era un globo de gas, emperifollado con alegres telas y mechas, y Podemos vuelve a las catacumbas de las que nunca debió haber emergido.
¿Estamos yendo demasiado rápido en la conclusión de que expira el sanchismo? ¿Puede Sánchez rehacerse y volver a armar el Nuevo Frente Popular? No lo creo, el verano se echa encima, la legislatura está casi acabada y no quedan ya conejos en la chistera, ni balas de plata para abatir a la derecha. Y menos en un país que este domingo ha dejado de creer en el «que viene el lobo de la derecha y la ultraderecha».
Importante que PP y Vox sepan administrar su victoria de esta noche. Hace falta un rearme institucional de España, y también moral. Urge limpiar la carcoma doctrinaria que erosiona los pilares de nuestra convivencia y comenzar a desmontar la ingeniería social de una ideología, el mal llamado «progresismo», que tenía aspiraciones de pensamiento único (lo cual al final siempre acaba en tentaciones autocráticas).
La convocatoria de elecciones anticipadas el 23 de julio, en plena canícula, no es más que rubricar el acta de defunción de un proyecto descabellado: gobernar España, un país importante del primer mundo, con los comunistas, el partido de ETA y los golpistas separatistas de ERC. El 23 de julio el resultado del 28-M empeorará, porque ya no habrá la distracción de los candidatos locales y al elector solo le quedará una suerte de plebiscito: elegir entre más sanchismo o echarlo. Y la respuesta es ya evidente. Bye, bye, Peter.
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