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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Aplazamiento

Cataluña se nos ha desmoronado de congoja, y hay periodistas que sollozan en público, y las gentes pasean por Barcelona, con la nuca resignada y la mirada hacia el asfalto, y así no se puede votar

Actualizada 14:06

Ignoro si es competencia del presidente del Gobierno o de la Junta Electoral Central. Pero después de leer extractos y resúmenes de la prensa de Barcelona, creo que sería justo un aplazamiento de las elecciones generales en Cataluña. La autonomía catalana pasa por un momento de tribulación. «En tiempos de tribulación, no hacer mudanza», como bien recomendó uno de los más grandes de nuestra Historia. Íñigo de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, soldado heroico y natural de uno de los más preciosos y tristes valles vascongados, allá entre Azpeitia y Azcoitia.

En dos días, Cataluña ha pasado de ser un territorio ilusionado a representar las nubes del abatimiento. Riadas de lágrimas. El poeta latino Virgilio, paladín de la metáfora, resumió en un verso la tristeza de los soldados embarcados hacia la guerra bajo las pequeñas velas de las embarcaciones. «Navegaban bajo las amargas telas de la despedida».

La causa de la melancolía catalana, que, en mi opinión, impide a sus naturales, inmigrantes y censados votar con sosiego y reflexión, es Messi.

Leo con gusto, por lo mucho que me interesa y divierte su sentido de la libertad, a Salvador Sostres. El único barcelonés y barcelonista que desde hace seis meses nos ha adelantado a sus lectores la seguridad de la hecatombe culé. «Todo es una patraña para ocultar la ruina».

Se esperaba la llegada del joven Messi, a punto de cumplir 36 años, para relanzar al gran club deprimido. Un Messi tan agradecido y enamorado de su «Barça», dispuesto a jugar de nuevo, en su casa y con los suyos, llevando la camiseta con los colores del Cantón suizo de su fundador helvético, Jean Gamper, Joan para los barcelonistas. Toda la alta, media y baja burguesía catalana, toda la inmigración, todos los comerciantes, todos los ágiles danzantes de las alegres sardanas, todos los veraneantes en Puigcerdá, y todos los políticos separatistas, nacionalistas, constitucionalistas que son nacionalistas y nacionalistas que Ebro hacia abajo son españoles y Ebro hacia arriba recuperan su catalanismo, todos, confiaban en el milagro de Messi. El abad de Montserrat oró ante la Moreneta con los brazos en cruz durante seis horas rogándole a la Virgen el retorno del humilde y desinteresado futbolista argentino. Un extraordinario futbolista al que el «Barça» hizo crecer –en lo físico y en lo deportivo– que se volcó con él y su familia, que le renovó en más de quince ocasiones el contrato, y que terminó por convertirse en el ciudadano de Cataluña más admirado, querido y aclamado, más aún que Copito de Nieve, que producía algunos recelos por ser natural de la Guinea Española. Y cuando todo estaba a punto para el estallido de la alegría, la vuelta del Hijo Pródigo, arrodillado ante su padre Laporta –Dialnet– mientras la casa se iluminaba de alegría y de los celos de su hermano, el cumplidor –véase el prodigioso cuadro de Rembrandt que se expone en el Hermitáge de San Petersburgo–, el chasco y el morrón. Messi, al que jamás le ha importado el dinero como buen argentino, trata desairadamente al club más poderoso de la Ciudad Condal, y decide jugar sus últimos años en el Atlético de Miami, entidad de gran prestigio futbolístico. Y no lo hace por dinero, que eso –insisto– jamás le ha guiado por la humilde senda de su vida. Lo hace porque desea ser el máximo goleador de la prestigiosa Liga del Este norteamericano, cuya culminación sería la repera limonera. Pero Cataluña se nos ha desmoronado de congoja, y hay periodistas que sollozan en público, y las gentes pasean por Barcelona, con la nuca resignada y la mirada hacia el asfalto, y así no se puede votar.

De tal manera, que solicito un aplazamiento hasta que la alegría retorne a Cataluña, la herida de Messi cicatrice y los constructores turcos finalicen las obras de «Nou Camp Nou». Entonces, sí. Pero ahora es anímicamente contraproducente.

Y suerte a Messi en Miami. Hasta puede conocer a Julio Iglesias.

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