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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El abrazo de Mónica García a Isabel Ayuso

Fue un bonito gesto, sin duda, pero si lo pensamos un instante resulta contradictorio con lo que postula esa representante de la izquierda

Actualizada 09:25

Se agradece que los políticos aparquen de vez en cuando el cainismo doctrinario y hagan gala de gestos afectivos que saltan por encima de las siglas. La política –y la vida en todos sus órdenes– se vuelve mejor cuando cada cual defiende sus legítimas posiciones sin llegar a impregnarlas de odio e insultos. En ese espíritu resultó reconfortante ver a Mónica García, política de izquierdas de 49 años, acercándose a su rival Isabel Díaz Ayuso, de 44, para darle un fuerte abrazo cuando reapareció en la Asamblea de Madrid tras perder a su bebé.
Mónica García, médico anestesista en su vida anterior, ha sido la más aguerrida adversaria de Ayuso, mostrándose un tanto hiperventilada en sus críticas. Se trata de una política contradictoria, pues combina el neocomunismo populista con una vida privada a todo trapo (para entendernos: su marido y ella están forrados). Por eso cobró realce el detalle de que por un instante aparcase sus obsesiones sectarias para abrazar a su oponente. Lo hizo como una muestra de solidaridad y apoyo hacia Ayuso tras el durísimo golpe de haber perdido a su bebé en la octava semana de embarazo. García también subió a Twitter un mensaje trasladando a su rival «un abrazo» y «mucho ánimo en estos días dolorosos y complicados».
Pero si somos honestos y nos molestamos en reflexionar un instante, no podemos dejar de señalar que el buen gesto de García resulta totalmente antagónico con lo que ella predica como dirigente, pues como toda la izquierda se ha distinguido por su defensa y promoción entusiasta del aborto.
La «Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo», que es el eufemismo elegido por la izquierda para denominar a la norma que consagra el aborto, establece que en España se puede abortar libremente hasta la semana 14 del embarazo.
Y aquí es donde surge la contradicción de Mónica García, madre de tres hijos: si ella defiende constantemente que eliminar a un nasciturus de 14 semanas es algo aceptable, y si de hecho su partido promueve y banaliza semejante práctica, ¿cómo se entiende que al mismo tiempo le parezca dramático que se pierda a un bebé de ocho semanas? Si entendemos que ahí existe una vida humana, que parece que es lo que transmite cuando abraza compungida a Ayuso, jamás puede estar justificado acabar con ella.
La respuesta a esa incongruencia es muy sencilla. Debido a sus fijaciones ideológicas, la izquierda ha optado en el debate del aborto por ignorar las evidencias morales y científicas (véase, por ejemplo, el demoledor alegato que supone una ecografía de un bebé de catorce semanas con el nivel de nitidez actual). El «progresismo» regresista se niega a encarar la verdad de fondo, que no es otra que resulta inaceptable eliminar una vida humana en nombre de un supuesto derecho superior de la madre.
Isabel Ayuso reapareció el viernes ante el público con un mitin en Alcalá de Henares. Inevitablemente se refirió a lo que le acaba de ocurrir, y lo hizo con unas palabras sentidas y hermosa en defensa de la vida: «El cariño, la amistad, la vida desde el primer minuto. Eso no tiene precio». Incluso mandó un pequeño-gran recado a su partido, que a veces parece titubear en este frente: «Si nosotros como proyecto político no les damos voz a los que están ahí y no se les ve. ¿Quién lo va a hacer?».
Ese es el quid del asunto: los que están ahí y a los que a veces no se quiere ver, hasta el dramático extremo de que cada año en España más de 90.000 de ellos dejan de «estar ahí» por «eliminaciones voluntarias del embarazo». Estoy seguro de que en un futuro la humanidad se asombrará al recordar que hubo una era en la que la mayoría del arco político daba por normal el aborto, y hasta lo promocionaba.
Mucho ánimo para Isabel Ayuso y enhorabuena a Mónica García por su gesto afectuoso para con ella, que esperemos que la invite a meditar y concluir que si perder un bebé es un drama, eliminarlo es necesariamente un horror.
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