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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Desde luego Yolanda no ha leído a Kundera

Si lo hubiese hecho no mantendría la lamentable extravagancia de conservar su carnet del Partido Comunista

Actualizada 19:45

El gran escritor checo Milan Kundera se ha muerto a los 94 años en París, ciudad donde se había exiliado en 1975. Huyó después de que la dictadura comunista de su país lo señalase como peligroso contrarrevolucionario, prohibiese sus libros y lo convirtiese en un apátrida retirándole su nacionalidad.
A Kundera, que fumaba puritos, gastaba cara de exboxeador y se peinaba como los césares, en las dos últimas décadas le había caído encima un cierto manto de olvido. En parte se ha debido a que era una persona reservada, que no cultivaba el circo de las polémicas que mantiene en primer plano a muchos escritores bastante peores que él, pero que chupan foco liándose a bofetadas dialécticas en Twitter.
Sin embargo, a mediados de los felices ochenta hubo un momento en que Kundera gozó en toda Europa de una inesperada y enorme popularidad. El respetable público escuchaba a U2 (y Duran Duran) y leía a Ken Follet y Tom Clancy, pero al tiempo los universitarios de entonces nos tirábamos el pisto con La insoportable levedad del ser, novela de ínfulas intelectuales que quedaba bárbara si la portabas bajo el brazo. Me gustó en su momento. Aunque ahora que ya estoy más de vuelta que de ida pienso que sus digresiones filosóficas eran bastante menos sublimes de lo que nos hacía creer el prestidigitador checo en nuestra mocedad.
Las novelas de Kundera son en cierto modo folletines amorosos, muy bien escritos y engalanados con el envoltorio de reflexiones elevadas. Pero muchos de esos libros, como La broma, o la propia Levedad del ser, conservan un inmenso valor por otro motivo. Y es que ofrecen un testimonio de primera mano y muy creíble sobre cómo opera una dictadura comunista, cómo va destrozando la vida de aquellas personas corrientes que no se pliegan bajo la correcta bota. En su novela más famosa, el protagonista es un médico de nivel de Praga, que tras renegar del sistema dictatorial acaba trabajando de limpiacristales.
El propio Kundera fue de joven un aplicado comunista. Ya en este siglo, en 2008, incluso apareció una añeja documentación policial de la policía secreta checa donde se le señalaba como delator de un disidente en 1950, polémico asunto que nunca ha quedado bien aclarado. Pero como toda persona cuerda y honesta se desencantó y acabó renegando del totalitarismo y enfilando el exilio para conservar su libertad.
En 1965, tres años antes de que los soviéticos entrasen con sus tanques para aplastar la floración de la Primavera de Praga, Kundera completó el manuscrito de su primera novela, La broma, que se publicó en 1967 y arrasó en ventas en su país. Cuenta la historia de Ludvik Jahn, que en su juventud es un universitario popular, con buen cartel entre la estudiantina, y también un ortodoxo creyente comunista, como mandan las reglas. Pero en las vacaciones de un verano, una compañera le escribe una cartita un poco ñoña. La camarada le transmite en la misiva su entusiasmo ante «los jóvenes optimistas llenos del saludable espíritu del marxismo». A Ludvik se le ocurre gastarle una pequeña broma y le contesta así: «El optimismo es el opio de la humanidad y el espíritu saludable huele a estupidez. ¡Viva para siempre Trosky!». La chica, incapaz de captar que está ante un chiste, se aterra al recibir un párrafo tan subversivo y lo denuncia de inmediato a sus mayores. Ludvik es enviado a un batallón de forzados del Ejército, donde se castiga a los subversivos. Allí se pasará varios años picando en las minas y encerrado en campos de trabajo. El reverso real del sueño igualitario del comunismo.
Imagino que Yolanda Díaz, aunque encarna perfectamente la insoportable levedad del ser político, no se habrá molestado en leer a Kundera. Y si lo ha hecho, no se ve que haya tenido el cuajo moral de asumir las realidades que denuncia el literato, pues de lo contrario resulta inexplicable que a estas alturas siga manteniendo su carnet de militante del Partido Comunista. ¿Cómo se puede apoyar en 2023 una ideología tan repugnante, que ha acabado siempre igual allá donde se ha experimentado, con miseria, represión y una cúpula extractiva de oligarcas del régimen?
Aprovechando el «proceso de escucha», entran ganas de plantarse en un mitin de Sumar, acercarse al atril y regalarle La broma a la lideresa. Pero resultaría un ejercicio estéril. Jamás abriría una página. Las luminarias del comunismo de alta peluquería se mueven por dogmas preconcebidos y la realidad resbala sobre sus consignas.
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