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02 de mayo de 2024

Pecados capitalesMayte Alcaraz

Adiós, Echenique, adiós

Habrá que repetir cuantas veces haga falta que solo atizando el fantasma de Vox, y propagando la falsedad de que ese partido iba a recortar derechos democráticos de la mano del PP, se entiende que Sánchez Castejón no esté a estas alturas llamando al camión de la mudanza

Actualizada 01:30

Se va Pablo Echenique Robba (de segundo; no va con segundas), un argentino que ha hecho todo lo posible por cambiar a peor el hogar que le ha acogido, nuestro país, sembrándolo de odio. Los pablistas van desapareciendo: con la salida de Montero, Mayoral y Echenique termina una etapa terrible de nuestra política, cuyo epílogo se está escribiendo todavía desde el sofá de Galapagar. Desde allí, el antiguo jefe teledirige a Ione Belarra, una traidora a su amiga Irene Montero, revestida ahora de pepita grilla de Yolanda Díaz, pero que en el fondo se ha agarrado a Sumar como un clavo ardiendo para seguir viviendo de la nómina pública.
Con la marcha del sectario Echenique debería acabar una etapa en España que protagonizaron dirigentes ya retirados como Albert Rivera y Pablo Casado y ensuciaron otros, como Pablo Iglesias. Sin embargo, esa página de nuestra historia la mantiene abierta y bien abierta el cuarto líder en discordia de aquel tiempo de ruido y furia, Pedro Sánchez, que sigue echando leña al fuego del cainismo, lógica frentista que le ha permitido salir vivo de una muerte segura el 23-J. Habrá que repetir cuantas veces haga falta que solo atizando el fantasma de Vox, y propagando la falsedad de que ese partido iba a recortar derechos democráticos de la mano del PP, se entiende que Sánchez Castejón no esté a estas alturas llamando al camión de la mudanza.
Conviene no olvidar que Echenique es una de las figuras más tóxicas que ha pisado el Parlamento y que mejor ha orillado con su verborrea injuriosa el tradicional parlamentarismo en España. Aun en la despedida de esta semana ha vuelto a reivindicar esa dialéctica guerracivilista: «Solo haciendo ruido es la única manera de que a los de abajo se nos escuche», ha vomitado. Ruido es, en palabras de este físico argentino que siempre se ha sentido incómodo en España, intentar cerrar la boca a los periodistas, chapar medios liberales, mandar al paro a los empleados de Mercadona o Zara, donde compran las clases trabajadoras, contratar irregularmente y sin Seguridad Social a asistentes, llamar violador a un asesinado sobre el que no pesaba condena alguna, hacer la pelota a la pareja de su jefe por una ley calamitosa y llamar fascistas a todos los españoles que no le votan e incluso a los que le votan y estaban del lado de Yolanda Díaz. Éste es Echenique.
Uno de los valores más admirables del ser humano es el agradecimiento. El podemita vino a España a los trece años con su familia porque su grave dolencia solo podía ser tratada con dignidad en un país tan solidario e igualitario como España. El peronismo de su colega Cristina Kirchner no parece que le ofreciera demasiadas garantías para sobrevivir con su 88 por ciento de discapacidad, limitación que gestiona con un tesón digno de encomio, todo sea dicho. Sin embargo, lo que ha devuelto Echenique a la sociedad que le recibió, sanó y respetó son insultos y resentimiento político. Ha vejado y humillado a millones de españoles, a los que llama bolsonaristas, que le pagan sus tratamientos, la Seguridad Social que hurtó a su asistente y los 9.041,62 euros que se embolsaba al mes como portavoz parlamentario de su moribundo partido.
Aunque dice que quiere reingresar en el CSIC, siempre tendrá abierta las puertas de las dictaduras latinoamericanas a las que tanta admiración profesa. Solo le doy la razón en una cosa: la dejadez de Meritxell Batet le ha obligado a ejercer de portavoz en la parte baja del hemiciclo porque la presidenta del Congreso no ha considerado oportuno mejorar la accesibilidad de la Cámara Baja. Pero, claro, Batet es tan poco ejemplo de persona de bien como Pablo. Adiós, Echenique, y cierra al salir.
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