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29 de abril de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La trola del julio más cálido

La verdad es que no lo sabemos, pues sistemáticamente se escamotea el dato de que solo existen registros fiables desde hace 143 años

Actualizada 09:11

Al margen de la política, una de las noticias del mes que estamos cerrando ha sido el calor. «Este julio será el mes más cálido registrado en la Tierra», nos alerta preocupadísima la prensa de izquierdas. En paralelo, periodistas de todas las televisiones españolas ofrecen crónicas de urgencia a pie de calle sobre el supuesto apocalipsis climático que se nos está viniendo encima. Curiosamente, si el compungido reportero de turno está en una ciudad suelen asomar pasando por detrás paisanos de todas las edades caminando de lo más tranquis; y si está contando el fin del mundo desde una playa, se ve a la gente tomando el sol o bañándose como si tal cosa, ajenos a que están ardiendo en la boca de un infierno provocado por la pérfida mano del hombre.
Cada vez que escuchen lo de que un mes, o un día, ha sido el más cálido de la historia, pueden echarse una risilla sin carga de conciencia alguna, porque el aserto es una trola. ¿Cuál es la edad del planeta Tierra? Los científicos creen que unos 4.500 millones de años. ¿Y desde cuando existen registros climáticos? Según la NASA, los primeros fiables para establecer conclusiones planetarias datan de 1880. Es decir, hace solo 143 años. Hacia atrás no hay manera de hacer comparaciones. Puede haber habido docenas, o miles, de julios tan cálidos como éste. En España, la Agencia Estatal de Meteorología asegura que el dato más antiguo registrado de manera sistemática es el de las precipitaciones de enero de 1805 que llevó a cabo el Real Observatorio Astronómico de San Fernando (Cádiz).
¿Qué está pasando con este monotema del clima? Pues que la izquierda occidental, huérfana de causas al haber fracasado a la hora de mejorar las condiciones de vida de las anchas clases medias, ha adoptado la «emergencia climática» como una especie de nueva seudo religión.
No me considero un energúmeno antiecológico. Por supuesto quiero que los ríos estén limpios y no llenos de purines y mierdas varias, que no se ensucien los mares con restos de plástico, que las fábricas y los vehículos contaminen lo menos posible, que se preserven los bosques... También acepto que la mano del hombre puede estar contribuyendo a calentar el planeta, toda vez que tal parece ser la conclusión de la gran mayoría de los estudiosos. Pero una cosa muy diferente es inculcar el terror a la población magnificando el problema, omitiendo los datos históricos de calentamientos y enfriamientos y haciendo el canelo respecto a países como China o Rusia (que siguen manchando a caño abierto mientras aquí nos van a calzar nuevos peajes y nos fríen a impuestos verdes en nombre de una salvación del planeta en la que por razón de volumen somos insignificantes).
En los medios del Orfeón Progresista nunca contarán que una de las razones de la caída del Imperio Romano fue un fenómeno de calentamiento en el siglo III, que trajo una gran sequía que arruinó las cosechas y aumentó las epidemias. O que en los siglos VI y VII se registró la que los expertos actuales llaman la Pequeña Edad de Hielo de la Antigüedad Tardía, enfriamiento provocado por tres grandes explosiones volcánicas. O que entre 1550 y 1850 se registra en el Hemisferio Norte la llamada Pequeña Glaciación, por una disminución de la actividad solar y un aumento de la actividad volcánica. En 1789, el Ebro se heló durante quince días. ¡Imagínense a las televisión al rojo vivo y la prensa global ante una situación así! Sonarían las trompetas del apocalipsis.
Tampoco se cuenta la verdad completa cuando se atribuyen a un aumento del calor los grandes incendios forestales. Más del 80 por ciento de los fuegos son obra del hombre, por negligencias y por acciones de pirómanos. Pero ese dato no encaja en el psicodrama climático de la ex-niña Greta y allegados.
En resumen, hay que cuidar el mundo en que vivimos, no cabe duda. Pero despreocúpense, que no vamos a extinguirnos como los dinosaurios, ni vamos a arder como huevos fritos en la sartén del cambio climático de Teresa Ribera (aunque sí resultarán abrasadas nuestras carteras, víctimas fiscales de tanta histeria).
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