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16 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Desmontando la tribuna supremacista de Urkullu

Propone reventar la Constitución por la puerta trasera para convertir en naciones cuasi independientes a varias regiones por su presunta superioridad histórica

Actualizada 09:28

Una de los errores más enternecedores –por no decir tontolabas– de la política española es considerar al PNV como un partido sensato y con sentido de Estado, con el que se puede contar para mantener la estabilidad de España (ahí está el PP, todavía agarrado a la ensoñación de que podrían apoyar a Feijóo). Pero el PNV es un partido de origen xenófobo y racista, como atestiguan las palabras de sus fundadores, los hermanos Arana, y ha planteado su relación con España siempre en modo aprovechategui. Con corbata y con toneladas de hipocresía, el PNV trabaja a piñón fijo para su horizonte final de crear el Estado vasco (de ahí su lamentabilísima pusilanimidad ante las matanzas de ETA).
En 2005, el entonces presidente vasco, Ibarretxe, intentó sacar adelante una propuesta para convertir a la comunidad autónoma vasca en un Estado asociado dentro de una España confederal. En honor a Ibarretxe cabe señalar que a diferencia de los golpistas catalanes de 2017 presentó su iniciativa por el cauce constitucional. Como España todavía no se había vuelto tarumba, fue goleado en el Congreso, que le tumbó la ocurrencia con 313 votos en contra.
Hoy el presidente vasco es Íñigo Urkullu, en el cargo desde finales de 2012. Con la empanada habitual, en Madrid se le califica de «moderado». En Génova alardean de su buena relación con Feijóo y lo presentan como el contrapeso que podría hacer que el PNV lo apoyase in extremis. Paparruchas. Urkullu es un separatista, que simplemente prefiere ir poco a poco y aprovechar un trance de debilidad de España para lanzar el arreón final.
Viendo que España está en un jardín tras los últimos resultados electorales y consciente del entreguismo del PSOE ante los nacionalistas, Urkullu ha publicado una sonada tribuna en el periódico sanchista sobre cómo arreglaría él la cuestión territorial. Propone un auténtico truño jurídico, mucho peor que el plan Ibarretxe, porque no va por el cauce constitucional. Su meta sería crear un «Estado plurinacional» donde «Euskadi, Navarra y el resto de las comunidades históricas» vendrían a ser una suerte de Estados asociados a España. ¿Y en nombre de qué? Pues de sus supuestos derechos históricos.
¿Tienen más historia las provincias vascongadas que León, reino viejísimo donde nació el parlamentarismo, o que Aragón, o que Asturias? Evidentemente no. Lo que denota el «moderado» Urkullu es una repugnante arrogancia supremacista, que lo lleva a pesar que existen dos categorías de españoles, los que forman parte de los pueblos superiores y los mindundis del común.
Lo que propone Urkullu con su cháchara amable no es más que liquidar la nación española y dar paso a un reino de taifas más o menos asociadas. ¿Y cómo propone que se haga? ¿Respetando los cauces que propone la legalidad constitucional para reformarla? No. Inventándose una coña marinera que él llama «convención constitucional», que sería la encargada de reventar la Constitución del 78 por la puerta trasera y crear la nación de naciones, simplemente porque así le place al PNV.
El artículo no hay por donde cogerlo, plagado de fábulas. Arranca diciendo que las elecciones del pasado 23 de julio «ratificaron la diversidad y pluralidad del Estado». Para nada, querido Íñigo: los partidos estatales españoles sumaron 21,7 millones de votos y la tropa separatista, toda junta, os quedasteis en 1,6 millones, en un país de 48 millones de almas. El artículo incide en que «no podemos aceptar que se impida al pueblo vasco manifestar su voluntad». ¿Y quién establece cuál es esa voluntad? Pues el PNV, por supuesto, cuando en realidad el apoyo a la independencia está hoy por los suelos en las provincias vascongadas.
El absurdo artículo sostiene que «el cambio acordado en 1978 se quedó en una descentralización, pero no fue más allá». Falso de nuevo: Cataluña y el País Vasco, debido a la debilidad antipatriótica de PP y PSOE, han logrado unas cuotas de autogobierno que habrían espantado a los padres constituyentes, que son únicas en Europa y que están poniendo en jaque al Estado.
Urkullu escribe que «el estado español fue plurinacional en la práctica hasta el siglo XVIII». Amén de que es un aserto harto discutible (hasta los romanos hablaban ya de Hispania), si fuese así estaríamos hablando ya de una nación con más de 400 años de historia, que ahora toca liquidar cuando es un éxito simplemente porque así le apetece al PNV en nombre de su prurito de superioridad y su lectura mítica y mística de la historia vasca.
Urkullu se delata cuando lamenta que no se haya descentralizado el poder judicial. Normal que no se hiciese, pues sería la alfombra roja para que los nacionalistas lanzasen una ruptura a la brava del Estado, la misma que no logran por los cauces legales, los de la civilización.
Urkullu se queja del «café para todos». Ya se sabe que un murciano, un valenciano o un andaluz son muy inferiores a un vasco pata negra. Urkullu ha escrito un texto execrable por el educado supremacismo que rezuma y además propone una chapuza antijurídica para lograr lo que de facto sería la independencia del País Vasco.
¿Y qué dice el PSOE? Pues que ve «muy legítima» su propuesta, aunque no la comparte, con Bolaños pelotilleando al PNV mientras escupe a las propuestas de Estado de Feijóo. ¿Yolanda? Apoya encantada un plan supremacista que va contra la igualdad. ¿Y el PP? Borja Sémper, que nunca pierde la ocasión de lucirse, la valora como «una diferencia notable» respecto a los nacionalistas catalanes y se limita a decirle que mejor hablar de otros temas.
España se está enfrentando ya al gran problema que muchos vaticinamos que iba a llegar con un Frankenstein 2: la posibilidad de que se cuartee la propia unidad de la nación. Y ya ven cómo la estamos defendiendo.
En fin, imagino que cada país tiene lo que se merece…
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