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03 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

España, en la indigencia internacional

Lo importante, en este momento en Europa es la implantación del catalán en sus instituciones. Como preámbulo para imponer también el vascuence y el gallego. Y esto, como lo de la amnistía, no es porque ni Napoleonchu ni Sánchez crean en ello. Es porque es un requisito para su continuidad en el cargo

Actualizada 01:30

La capacidad que tiene nuestro ministro de Exteriores para exponernos al ridículo más absoluto se supera cada día. Claro que hay que reconocer que nuestro Napoleonchu no pasa de ser el fiel ejecutor de las políticas que le marca su presidente. A algunos les parecerá que eso es lo normal. Desde luego es lo debido cuando un presidente quiere marcar una línea. Si no se está de acuerdo con él, uno se va a su casa. Pero nuestro Albares-Napoelonchu no querría arriesgarse a dimitir por la indigencia e indignidad de la política exterior española de esta hora. Porque a él, con los méritos acumulados en el ejercicio de la carrera y al frente de Exteriores igual no le daban ni el consulado en Lisboa que ofreció Fernando Morán a Marcelino Oreja cuando cesó en el Ministerio.
El martes pasado hubo en Luxemburgo un Consejo de Ministros de Asuntos Generales verdaderamente memorable. Las dificultades que asolan a Europa en este momento son tantas y tan graves que el representante de la Presidencia del consejo debería tener muy altas prioridades para la ocasión. Por no aburrirles con una larga enumeración de crisis que nos afectan muy directamente mencionaré sólo tres: la guerra de Ucrania, la tragedia de los miles de inmigrantes que llegan a Europa ilegalmente, un altísimo porcentaje de los cuales entran por las fronteras y costas españolas y la guerra en Israel contra el grupo terrorista Hamas. Vamos, como para que Napoleonchu pueda estar entretenido.
Por no desviarme mucho de lo que quiero señalar, recordaré sólo que desde que empezó la barbarie desde Gaza, han visitado Israel el presidente de los Estados Unidos, el primer ministro del Reino Unido, el canciller alemán, el presidente de Francia, la primer ministro de Italia, el primer ministro de los Países Bajos, el primer ministro de Rumanía, el primer ministro de Grecia, el presidente de Chipre, y en estas horas el primer ministro de la República Checa, el primer ministro de Austria o la próxima visita del primer ministro de Croacia. Así las cosas, a nadie puede sorprender el editorial de The Jerusalem Post sobre la visita de Macron a Jerusalem, considerándole poco afín a la causa israelí. Decía el texto que «Así que ¿por qué viene Macron? Porque no venir ahora, cuando han venido todos esos otros dirigentes, lanzaría un mensaje de que Europa está dividida en este asunto entre un eje americano-germano y otro franco-español (nadie espera que el presidente del Gobierno español venga a manifestar su apoyo, no más de lo que uno esperaría al primer ministro de Irlanda)». E Irlanda es geográficamente uno de los puntos más remotos de la UE respecto de Israel. Y no preside el Consejo de la Unión.
Pero haciendo méritos para acrecentar la indigencia con la que Napoleonchu y su jefe están disfrazando a España, nuestro ministro de Exteriores acudió al Consejo del pasado martes en Luxemburgo con una preocupación que no era Israel, no era Ucrania y no era las pateras que afectan a todas las costas mediterráneas además de a nuestras Islas Canarias. Lo importante, en este momento en Europa es la implantación del catalán en sus instituciones. Como preámbulo para imponer también el vascuence y el gallego. Y esto, como lo de la amnistía, no es porque ni Napoleonchu ni Sánchez crean en ello. Es porque es un requisito para su continuidad en el cargo. De esa catadura moral son. Que tenga que salir el ministro de Exteriores de Letonia, Krisjani Karins, a lanzar a Albares una invectiva cargada de acidez y explicar a Napoleonchu cuáles son las prioridades de la Unión en un momento en que España preside el Consejo creo que es un perfecto ejemplo de la indigencia a la que ha arrastrado a España este Gobierno.
Y como si nada, camarada. Sonrisas y besos sin fin de «Yolanda y yo».
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