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07 de mayo de 2024

El observadorFlorentino Portero

¿Victoria o éxito?

Las «estrategias asimétricas» funcionan porque sus ejecutores descubrieron que la combinación de democracia con relativismo crea una vulnerabilidad crítica que no pueden resolver las nuevas tecnologías

Actualizada 00:30

Hace unas semanas el general Pedro Méndez de Vigo explicaba en un acto público, convocado por la Universidad CEU-San Pablo y retrasmitido por El Debate, la importancia de saber distinguir entre los conceptos de «victoria» y «éxito» en los conflictos contemporáneos. Como esta distinción es particularmente oportuna para entender lo que está ocurriendo en Oriente Medio me voy a permitir abusar de ella para proponer algunas reflexiones.
El lector habrá oído en más de una ocasión referencias a la «guerra irregular» como contraposición a una hipotética «regular». De lo que se trata es de marcar las diferencias. Por un lado, los conflictos entre estados soberanos, dotados de fuerzas «regulares» dirigidas por oficiales formados en academias miliares y, todo ello, sometido a un conjunto de «reglas» que rigen desde la organización militar al uso de la fuerza, pasando por la formación de los oficiales. Una «guerra irregular» será, por el contrario, aquella en la que por lo menos una de las partes no es un estado soberano, cuya fuerza no es un ejército sino una milicia o un mero grupo terrorista y cuyos oficiales ni han pasado por una academia ni están sometidos a norma alguna.
La ausencia de normas permite a estas organizaciones plantear «estrategias asimétricas», aprovechando las vulnerabilidades de la otra parte. Normalmente un ejército regular es más competente que una milicia en el campo de batalla. Sin embargo, aquí nos encontramos con el problema conceptual al que hacía referencia el general Méndez de Vigo. ¿De qué campo de batalla estamos hablando? El convencional es físico, un territorio en el que chocan dos fuerzas y que concluirá con la victoria de una parte y la derrota de la otra. Podemos encontrar multitud de ejemplos desde los hititas hasta la II Guerra Mundial. Pero ese ya no es nuestro mundo. Sigue habiendo conflictos convencionales, pero incluso estos, como es el caso de la guerra de Ucrania, están ya contaminados por características propias de las estrategias asimétricas.
El campo de batalla asimétrico no es físico, sino político. En él la «victoria» en el campo de batalla convencional no resulta determinante. Es más, una sucesión de derrotas se puede convertir en un activo que lleve al «éxito» final. La rendición, que la hay, no dependerá del comportamiento de los ejércitos sino de las sociedades. Se buscará tanto su cansancio como su rechazo, derivado del coste humano o económico o de una perspectiva moral. De ahí se deriva que el campo de batalla principal no es el militar sino el político. Más en concreto, se trata de ganar el cuarto de estar de las familias gracias al trabajo de los medios de comunicación y de las redes sociales. El objetivo último será siempre deslegitimar la acción del Estado, para restarle apoyo tanto nacional como internacional. Desde la guerra de Argelia hasta la actualidad gazatí hemos visto la evolución de estas estrategias constatando su éxito en buena parte de las ocasiones.
Los dirigentes de Hamás han aprendido de su propia experiencia, un significativo número de dolorosas derrotas, y, sobre todo, de la asesoría de la Guardia Revolucionaria de Irán, cuya división al Qud es una referencia académica y operativa en la materia. Han cometido un atroz acto terrorista, recreándose en el horror, para provocar la invasión de Israel y cerrar cualquier opción a la creación de un Estado palestino. Al tiempo se han nutrido de una poderosa munición, más de doscientos rehenes que van a utilizar como moneda de cambio. No han dudado en convertir a los millones de gazatíes en escudos humanos, en la seguridad de que sus muertes, de las que sólo ellos son responsables, aíslan a Israel de su entorno natural –los estados occidentales y árabes– y a los estados árabes que han reconocido a Israel, o están en ello, de sus propias ciudadanías. En la medida en que las «victorias» israelíes se sucedan, mayor será la crítica desde Occidente y desde Oriente y mayor la presión para que se «contenga», lo que supondría el «éxito» de Hamás en el corto plazo y un paso más para acabar con Israel, con la Autoridad Palestina y con las monarquías árabes.
Las familias de los rehenes israelíes exigen anteponer su liberación a la victoria, queriendo ignorar que la consiguiente liberación de todos los presos palestinos y el alto el fuego traería consigo miles de muertos israelíes, o el propio fin del Estado, en un tiempo breve. La opinión pública occidental exige el respeto a la población gazatí olvidando cómo se liberó Europa, cómo se derrotó a Japón y queriendo ignorar igualmente el coste que para Europa tendría un triunfo del islamismo en Oriente Medio.
Las «estrategias asimétricas» funcionan porque sus ejecutores descubrieron que la combinación de democracia con relativismo crea una vulnerabilidad crítica que no pueden resolver las nuevas tecnologías. ¿De qué nos valen los F-35 o los satélites de inteligencia si no estamos dispuestos a pagar el precio de nuestra libertad?
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