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02 de mayo de 2024

Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«El fin del otoño» (o lo gili cum laude)

Asombra que el rector de una gran universidad de un gran país católico tenga alergia a la palabra Navidad, pero esa es la sociedad que estamos construyendo

Actualizada 09:26

La Navidad solo tiene un sentido: conmemorar el nacimiento de Jesucristo, que para los católicos es Dios que se hace hombre. Todo lo demás son adornos, aunque algunos resulten tan gratos y positivos como reunirse con la familia en su versión ancha (ya ven que estoy demostrando un gran fair play con los cuñados).
Para escapar del espíritu cristiano que da su único sentido a la Navidad se ha llegado a incurrir en todo tipo de fruslerías superficiales, que tratan de opacar el meollo de la efeméride. El poder autonómico nacionalista se ha inventado sus papanoeles autóctonos –el Olentzero vasco, O Apalpador del BNG, el Tió catalán–, basados en ancestrales tradiciones seculares… creadas a finales del siglo XX por motivos políticos.
En algunos ayuntamientos gobernados por la izquierda las luces navideñas no guardan relación alguna con lo que se conmemora; servirían igual para un festival de reguetón o un certamen gastronómico. Muchas empresas y personajes públicos se refieren ya a «las fiestas», en vez de la Navidad, no vaya a ser que la cosa les quede carca. Las monarquías europeas, todas ellas de raíz cristiana, han tomado la absurda costumbre de felicitar a sus ciudadanos con fotos de la realeza posando en un marco neutro, como si estuviesen enviando una imagen cualquiera de un álbum de Instagram, sin referencia alguna al componente religioso de estas fechas.
Pero siempre se puede dar un paso más en la ruta del esperpento. El que lo ha logrado ha sido el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Joaquín Goyache Goñi, pamplonés de 61 años, catedrático de Sanidad Animal. Su felicitación «navideña» muestra una hoja seca acompañada de la siguiente leyenda: «El fin del otoño abre paso al nuevo año con deseos de paz, renovación y prosperidad».
En efecto, usted está pensando lo mismo que yo: ¿qué necesidad tenía este buen hombre de incurrir en lo gili denominando «fin del otoño» a la Navidad para no citarla por su nombre? ¿Por qué hace esto una persona que se supone cabal y que concurrió a las elecciones por el rectorado presentándose como la alternativa aseada frente a la decana de la imposible Facultad de Políticas, meca del podemismo, la asamblea perenne y las pintadas empuercando todas las paredes? Pues lo hace porque la presión ambiental del mal llamado «progresismo» es tal que este señor teme meterse en un lío si hace algo tan normal como felicitar por su nombre la Navidad. Por supuesto si se tratase del ramadán sí lo citaría encantado.
Confiamos en que el señor Goyache Goñi asuma que se ha columpiado, se sacuda los complejos y felicite las navidades como Dios manda (nunca mejor dicho). España es un país que no se entiende sin su médula católica, fe que hicimos universal y que sigue siendo la de la mayoría de nuestra población. Pero si seguimos a este ritmo acabaremos felicitando «las fiestas del solsticio de invierno» en nombre de «el clima, el feminismo y la lucha LGTB», los nuevos seudocredos de la izquierda.
Algunos días –cada vez más– te acuestas con la pegajosa sensación de que España está haciendo oposiciones para convertirse en uno de los países más tontolabas del orbe. Esperemos que sea un sarampión pasajero y volvamos pronto a entender que no hay futuro sin pasado, ni ramas sin raíces, ni moral auténtica sin la esperanza en Dios.
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