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28 de abril de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

El supuesto conocimiento de Peñafiel

Es verdaderamente increíble el crédito que se puede dar en España a autores de libros así. Pero con estos mimbres Peñafiel se ha convertido en un referente internacional

Actualizada 13:23

Me habla mucha gente estos días del último libro de Jaime Peñafiel, Letizia y yo. El título –que es lo único que pienso leer– ya es un canto a la modestia del autor. Pero me cuenta quien lo ha leído que la catarata de cosas negativas que dice de la Reina es demoledora. Yo no sé qué tendrá de cierto y de falso ese alud. Pero creo que para quienes consideran al autor un especialista en familias reales quizá les pueda ser útil releer esta crítica que publiqué en ABC Cultural el 17 de junio de 2000 sobre su libro: Los herederos. Todos los reyes del siglo XXI. Mi crítica se titulaba «Fantasías sin fundamento» y la reproduzco íntegramente.
Los periodistas «restaban dignidad al acontecimiento». Esta afirmación relativa a la boda del Príncipe Rainiero de Mónaco y Grace Kelly la hace un periodista que se vanagloria de haber asistido a decenas de matrimonios regios. La frase evidencia la consideración que tiene de su propio trabajo. No obstante, no ha tenido empacho en publicar un mal refrito de las dos versiones anteriores de su célebre Mis bodas reales.
Es criterio elemental el que cuando se publican refritos conviene actualizar los tiempos verbales para que en un libro aparecido en abril de 2000 no se diga que «la prometida del Príncipe Felipe [de Bélgica] se convertirá el día de su boda…» (página 174) dado que el heredero del trono belga lleva en esa fecha cuatro meses casado.
Pero peor son las cuestiones de fondo sobre las que se presupone conocimiento al autor y demuestra carecer de él. Así, en las familias reales e imperiales exiliadas confunde Reyes con jefes de Casa Real; se atreve a enunciar la lista de «todos los príncipes europeos que ostentan el título reconocido de una manera oficial» (pág. 39) y faltan al menos tantos como enumera -empezando por los cinco Príncipes de la Casa Real búlgara que viven en España-; explica cuáles son los títulos de los herederos de las casas reales europeas y dice, entre otros errores, que el heredero de la Casa Imperial alemana sería «príncipe de Kromprinz» (pág. 41) –ya se sabe que el alemán es un idioma difícil, pero el autor debería saber que Kronprinz, con n, no con m, es Príncipe Heredero en alemán, no un título–; asegura que Felipe de Bélgica midió 80 centímetros al nacer (pág. 186) –dato que incomprensiblemente no ha recogido el Guiness–; afirma que «los británicos poseen una línea real plagada de monarcas femeninas» (pág. 207) –plagada es seis reinas de los 41 soberanos habidos desde Guillermo I (1066-1087)–; sostiene en la página 14 que en el mundo hay 35 monarquías para que al llegar a la página 120 hayan quedado reducidas a 26 –fruto sin duda del aprecio que les demuestra el autor–; afirma que el Archiduque Otto de Habsburgo es nieto de la Emperatriz Sissi –es sobrino bisnieto– y atribuye la misma ascendencia a la Princesa Tatiana de Liechtenstein, que tampoco la tiene…
Peor aún es el análisis de las páginas dedicadas a la Casa Real española. Según Peñafiel en España «sólo pueden suceder los varones» (pág. 29). La cita entrecomillada de la opinión de S.A.R. el Conde de Barcelona sobre cómo debe elegir el Príncipe de Asturias a su futura mujer varía entre la página 110 y la 117. Sitúa el origen de la Monarquía española en Isabel y Fernando (pág. 55), saltándose solamente siete siglos de dinastía. Aunque, eso sí, informa del nombre del jefe de policía que encabezaba el cortejo nupcial de Don Juan Carlos y Doña Sofía en Atenas y repite dos veces en siete páginas el contenido textual del artículo 57.4 de la Constitución –sin que este autor perciba error alguno en las transcripciones–.
El Príncipe de Gales –hombre de vida desgraciada– parece de los pocos herederos que cuenta con el aprecio del autor. Su capítulo es de los más logrados: buena parte de él está ocupado por la transcripción de un artículo del propio Carlos de Inglaterra y otro del Paul Preston sobre el Príncipe –por cierto, la más elemental cortesía exige citar la fuente del artículo: la Tercera de ABC del 8 de agosto de 1999–.
Un libro de este tipo podría tener alguna utilidad si se incluyesen los datos elementales de cada Casa Real: sus integrantes, normas dinásticas, títulos del heredero… todo eso lo ha hecho ya Chantal de Badts en su Les dix Princes Héritiers del familles régnantes d’Europe, pero el libro no está traducido y eso siempre es un problema. Así que se limita a dar sobre cada país unos datos de enciclopedia complementados con unos árboles genealógicos arbitrarios y plagados de errores -está mal la fecha de nacimiento de Andrés de Inglaterra, no aparece la hija de Carolina de Mónaco y Ernesto de Hannover, en el árbol de los Liechtenstein hay más errores que aciertos…
Lo más triste, en fin, sería la voluntad del autor de demostrar que los protagonistas de su libro «viven del del cuento», pero afortunadamente queda claro que quien vive del cuento es otro.
Es verdaderamente increíble el crédito que se puede dar en España a autores de libros así. Pero con estos mimbres Peñafiel se ha convertido en un referente internacional. Si el libro del que aquí se reproduce la crítica fue publicado por una editorial prestigiosa como Plaza & Janés, figúrense lo que puede representar uno aparecido bajo el ignoto sello de Arcopress.
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