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HorizonteRamón Pérez-Maura

La desmemoria democrática de la izquierda

El Gobierno de la República se pasó las buenas palabras de los diplomáticos argentino y británico sobre sus políticas por el arco del triunfo. Pero de eso no le hablarán en nuestra «Memoria Democrática»

Actualizada 01:30

Este sanchismo que nos asola y al que hoy se le va a tomar la temperatura en Galicia, nos ha impuesto unas leyes de «memoria democrática» que en realidad sólo son propaganda política para reescribir la historia. Afortunadamente esta semana hemos visto en Aragón un paso positivo del Gobierno de coalición del PP y Vox: han derogado la versión local de la ley de memoria democrática. Y esta misma semana ha llegado a mis manos uno de esos documentos que la Ley de la Memoria Democrática perseguiría.

El próximo miércoles se pone a la venta ¡Detengan Paracuellos! Héroes humanitarios en el Madrid de 1936 (La Esfera de los Libros) del que es autor mi colega y sin embargo gran amigo Pedro Corral con el que compartí muchos años en el mejor ABC. En el noveno capítulo de esta magna obra, Salvar a los presos, se trata entre muchos otros el caso de Ramiro de Maeztu, el insigne ensayista, novelista y poeta. Y hay una referencia a una larga carta, algo más de dos densos folios, que enviaron el 30 de septiembre de 1936 los encargados de negocios de las embajadas de Argentina y Gran Bretaña, Edgardo Pérez Quesada y George A.D. Olgivie-Forbes, al ministro interino de Estado y ministro de Comunicaciones, Bernardo Giner de los Ríos. Ambos diplomáticos admiten que no les corresponde estrictamente interesarse por las circunstancias de un ciudadano español que lleva detenido desde el 31 de julio, aunque recuerdan que fue embajador en Argentina entre 1928 y 1930 y está casado con una ciudadana británica. Pero justifican su interés en «establecer en este caso con el Gobierno Español el oportuno contacto de advertencia y ayuda para llegar, si la versión que recogemos tiene fundamento, a evitar la desaparición violenta de quien por su jerarquía intelectual ocupa puesto indiscutible en esa zona humana que escapa al estrecho marco de las nacionalidades y a la rigidez legal de las clasificaciones (…) Cuando se aporta al acervo de la cultura un caudal considerable de universalidad, como el de este pensador y literato, sería mezquino y pueril pararse a discernir el punto mismo donde pueden alzarse las barreras que imposibilitan el paso de nuestra iniciativa.» Los diplomáticos reconocen que es cierto que Maeztu «es simplemente un ciudadano español. Pero no lo es menos que para las letras del mundo y para la cotización en los mercados de la intelectualidad, es un valor universal (…) En ningún momento ha sido ni puede ser su emplazamiento ideológico el que nos mueva a rescatar su vida del peligro que la cerca en estos instantes.»

Y tras el alegato intelectual los diplomáticos hacen una oferta políticamente inteligente: las dos misiones «quieren, en servicio de una colaboración leal bien acreditada en el transcurso de este histórico periodo, ofrecerle una ayuda que seguramente no puede parecer inoportuna, ya que nos consta el vehemente deseo de ese Poder Ejecutivo de atenuar los rigores de la guerra, cercenar sus repercusiones, salvar el mayor número de vidas y evidenciar ante la faz del mundo un propósito de paz y de generosidad que lleguen a tener perfiles de sucesos indiscutibles.

»Se presenta en el caso del señor Maeztu una ocasión bien destacada de que el Gobierno acredite una vez más la exactitud de esos propósitos y por ello, los dos Representantes que en esta ocasión se le dirigen a poner en su alto conocimiento el temor que hasta ellos ha llegado, le ofrecen la ayuda a que nos referimos que podría plasmar prácticamente en la colocación del Sr. Maeztu bajo la salvaguardia del Pabellón Argentino. De esta manera al mismo tiempo que garantizar su vida, se daría feliz cumplimiento al deseo indudable de las autoridades legítimas españolas.»

Es una lástima que esta carta no esté recogida en su integridad en el libro, pero una copia de la misma está disponible en el Archivo Histórico de la Cancillería argentina, Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto. Y no hará falta explicar que las palabras de peloteo de ambos diplomáticos exaltando la buena voluntad del Gobierno «legítimo» de «atenuar los rigores de la guerra, cercenar sus repercusiones, salvar el mayor número de vidas» se tradujeron un mes más tarde en la confirmación de los peores temores de Pérez Quesada y Olgivie-Forbes. La noche del 29 de octubre el Comité Provincial de Investigación Pública sacó a 32 prisioneros políticos de la cárcel de Ventas por orden del ministro socialista Ángel Galarza, con el supuesto propósito de llevarlos a la cárcel de Chinchilla. En Aravaca los asesinaron. Entre ellos, Ramiro de Maeztu. El Gobierno de la República se pasó las buenas palabras de los diplomáticos argentino y británico sobre sus políticas por el arco del triunfo. Pero de eso no le hablarán en nuestra «Memoria Democrática».

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