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05 de mayo de 2024

Cosas que pasanAlfonso Ussía

Las herederas

Don Pedro desayunaba mientras leía el 'ABC' en el Café de Levante. Cuando abandonaba el local, siempre le esperaba a la puerta una mujer. Don Pedro le daba la tostada restante de su desayuno y el 'ABC' para que lo revendiera

Actualizada 09:11

Don Pedro Muñoz-Seca era un hombre rígido con las costumbres. Trabajaba en la Inspección General de Seguros. Comida en su casa, en la calle de Velázquez 57. Café y tertulia en Molinero. Durante los veraneos en San Sebastián, en el Café Guría. Por las tardes, tres horas de trabajo con sus obras de teatro. Estrenó más de 250 comedias. Y por la noche, ensayos de sus obras y con su mujer, sesión de cine, que le apasionaba. En Madrid, con anterioridad de incorporarse a sus obligaciones en la Dirección General de Seguros, desayunaba en el Café de Levante un café con tostadas. Previamente, compraba el ABC, su periódico y uno de los delitos por los que fue sentenciado a morir en Paracuellos del Jarama asesinado por los socialistas y comunistas al mando de Santiago Carrillo. «Usted ha reconocido ser católico, monárquico y lector de ABC. Es merecedor, por lo tanto, de tres condenas a muerte. Pero tranquilícese. Sólo le mataremos una vez». «Muy agradecido por el detalle», respondió don Pedro.
Don Pedro llegaba al Café de Levante a las 7 de la mañana. Tenía un margen de una hora para leer el ABC. Y para desayunar su café con leche y la tostada. Pedía dos tostadas y consumía una. Friolero. En invierno, capa o abrigo. Como andaluz importado por Madrid, en primavera y otoño, abrigo de entretiempo. Le llevaron dos abrigos a la checa de San Antón, y los milicianos de la entrada se los requisaron antes de partir el camión hacia Paracuellos. «Usted ya no los necesita. Nosotros, sí». También le robaron el reloj, le cortaron los bigotes y le arrancaron de un tirón la cadena con la imagen de la Virgen de los Milagros, su venerada y querida Patrona del Puerto de Santa María. Un miliciano más bondadoso recogió la medalla del suelo y se la introdujo en un bolsillo del pantalón.
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Guardo de don Pedro algunos recuerdos. Una gran colección de caricaturas de su época, ampliada con otros retratos firmados por Mingote, Barca, y Cendón. La pluma con la que escribió La Venganza de Don Mendo, algunos manuscritos, una pitillera con su firma grabada, cartas, y todas las postales que escribió durante su cautiverio. También fotografías. Su biblioteca fue destruida por la izquierda «culta y pacífica». Somos muchos sus nietos y lo poco que le permitieron dejar está muy dividido. Pero tuvo herederas ajenas a la familia.
Desayunaba mientras leía el ABC en el Café de Levante. Cuando abandonaba el local, siempre le esperaba a la puerta una mujer. Don Pedro le daba la tostada restante de su desayuno y el ABC para que lo revendiera. Una vez a la semana complementaba el regalo con alguna moneda. Una mañana, la mujer de todos los días no estaba. En su lugar, había dos mujeres esperando su salida del Café de Levante. Le informaron que su beneficiaria de todos los días había fallecido, y que antes de morir, les había nombrado herederas. «¿Tenía dinero para dejar herencia?», les preguntó don Pedro. «No tenía nada. Pero a mí me ha dejado el ABC, y a mi amiga, la tostada».
Ni fantasía, ni filigranas, ni exageraciones hay en esta historia hereditaria de don Pedro Muñoz-Seca, que parece un cuento de gente buena.
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