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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

¿El problema de España? El PSOE

¿Es moralmente aceptable un partido que tras haber blanqueado a Bildu y haberse asociado con él ahora lo llama cobarde e indigno para buscar votos?

Actualizada 09:34

Las orejeras dogmáticas, la amnesia colectiva y a veces la pura y simple burramia están tan incrustadas en la sociedad española que a veces son necesarios ejercicios básicos de memoria.

ETA aflora en 1958, como escisión radical de algunos jóvenes del PNV. Pronto deciden pelear por la independencia del País Vasco a través del terrorismo, que es la búsqueda de una meta política mediante la violencia. El 7 de junio de 1968 matan a tiros en una carretera secundaria de Guipúzcoa a un joven motorista de la guardia civil de Tráfico, José Antonio Pardines, un gallego de 25 años. Pardines da el alto a un coche, porque sospecha que es robado, y los dos etarras que viajan en él le destrozan la cabeza de un disparo.

Es el primero de 854 asesinatos. El último data de 2010. Una ola de terror que se extiende por toda España durante seis décadas y que acabará con la vida de personas de toda condición, incluidos niños y mujeres embarazadas. En el año 2000, ETA mató todavía a 23 españoles y al año siguiente, a quince. Su larga pesadilla dejó más de 3.000 heridos, algunos con secuelas perennes; un exilio de 180.000 vascos; 86 secuestros y una extorsión económica mafiosa (el llamado «impuesto revolucionario»). Además, la violencia distorsionó la vida cotidiana y la política del País Vasco, donde los no nacionalistas y los nacionalistas no competían en igualdad de condiciones, pues a unos los mataban y a los otros, no (de hecho, a veces hacía el caldo gordo a los asesinos, o los disculpaban).

A los jóvenes de hoy les cuesta entender la losa que suponía ETA. Incluso un mindundi del periodismo como yo, cuando me vine a Madrid en 1998 con un cargo en un periódico recibí instrucciones policiales sobre cómo revisar mi coche a las mañanas. ETA mataba en Sevilla, en Barcelona, en Huesca, en Zaragoza, León, Córdoba, Madrid, Baleares… a cualquiera y en cualquier lugar, pues se trataba de intimidar al Estado en la alocada idea de que sucumbiría a la violencia.

Por supuesto ETA fue derrotada. Por la policía, que llegó a conocer sus entretelas al detalle. Por las secuelas del 11-S, que llevaron a Estados Unidos a introducirla en su lista negra y liquidaron el infame «santuario» galo. Por la excelente idea de Aznar y Jaime Mayor de cortar su rama política y financiera. Y por la Ley de Partidos, en la que PSOE y PP se ponen de acuerdo para ilegalizar Batasuna, la formación de ETA, tarea que culmina el Supremo en 2003.

Pero los gobiernos de España no supieron administrar su victoria, ni trabajar para que en el País Vasco jamás se borrase la memoria del terror. Zapatero pastelea con el mundo etarra. Rajoy, como es habitual, se conforma con lo mínimo, sin dar una batalla activa. Y con Sánchez llega la gran infamia: el blanqueamiento completo de Bildu por parte del PSOE, que burla todas sus promesas al respecto.

Sánchez ha convertido a Bildu en uno de los socios estables del PSOE; le ha regalado la alcaldía de Pamplona; y como pago al apoyo del antiguo criminal etarra Otegui, ha traspasado al PNV las competencias penitenciarias, garantía de que los asesinos de ETA van saliendo en tropel a la calle.

Bildu no es más que el último nombre del partido de ETA, que primero se llamó Herri Batasuna y luego, Batasuna. Tras su ilegalización, Batasuna emerge como Sortu, matriz de Bildu. Cierto que para blanquear la marca han añadido a corrientes y personas que no proceden de ETA. Pero la médula de la formación es heredera inequívoca y directa de lo que fue la banda, de ahí que se nieguen a condenar su violencia o a calificarla de «terrorista».

ETA perdió su primera guerra, la que libró con la policía, la justicia y los partidos españoles. Y decidió cambiar su estrategia: si con bombas y tiros en la nuca no es posible, tal vez lo sea si el lobo se disfraza de cordero y se apodera por vía electoral de las instituciones para luego dar el gran pulso final desde dentro del sistema. En estos están. Si ojean la web de Bildu les parecerá un partido ecologista de modernillos guapeados, cuando es la máscara de ETA con su propuesta finalista de siempre: independencia y Estado socialista vasco.

La estruendosa traición del PSOE a las víctimas, incluidos los propios muertos socialistas, vuelve completamente inaceptable el papel de algunos significados y leales servidores del sanchismo. Y me refiero a Pachi López, que ha pasado de llorar llevando el féretro de compañeros baleados por ETA a aceptar la entente con el partido de ETA. Y me refiero a la ministra responsable de las Fuerzas Armadas, que sufrieron enormemente la violencia etarra. Y me refiero, por supuesto, a Marlaska, que ha pasado en la misma vida de valiente juez en la lucha contra ETA a palmero del blanqueamiento.

El candidato de Bildu se ha mostrado en una entrevista como lo que es, negándose a calificar a ETA de banda terrorista. Y el PSOE, debido a que tiene en días unas elecciones complicadas, finge ahora escandalizarse con Bildu. La plana mayor socialista sale a criticarlo en los más enérgicos términos: «Bajeza moral», «cobardes», «inadmisible en una democracia». Personajes que han disculpado una y otra vez los pactos con los proetarras, como la portavoz Alegría, insultan la inteligencia del público español cargando ahora contra Bildu de la manera más hipócrita para ver si rascan unos votitos de última hora.

El PSOE se convierte así en un partido doblemente repugnante: por su cesión ante Bildu, el partido de los terroristas y del socialismo radical independentista, y por su doble lenguaje al respecto.

¿Vox? Por favor, no me hagan reír. Ahí no existe amenaza alguna. El mal de España, lo que está pudriendo su democracia y sus consensos, es el PSOE. ¿Cómo puede alguien votarles todavía? Misterios de España y de sus televisiones.

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