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18 de mayo de 2024

HorizonteRamón Pérez-Maura

Confieso que me equivoqué

Yo me alegro de reconocer en Faustino Sainz a un gran español, poco conocido, que hizo una gran labor alrededor del mundo alejado de los medios de comunicación y al que se reivindica con esta gran biografía

Actualizada 01:30

Confieso que me equivoqué. No se puede juzgar a una persona por un hecho aislado o por una cuestión personal. Yo lo hice y ahora me arrepiento. Debí tener más altura de miras.
Se acaba de publicar una magnífica biografía de monseñor Faustino Sainz, «En el corazón de la diplomacia vaticana» del historiador Xavier Reyes Matheus. Siendo, como soy, aficionado a la lectura de biografías, autobiografías y memorias, debo decir que ésta es de las mejores biografías que he leído en mi vida desde los puntos de vista narrativo y de contenido.
Mi camino se cruzó con el de monseñor Sainz en los tribunales eclesiásticos y siempre he creído que él se portó mal ahí. Pero aún si yo tuviera razón en lo que pienso que hizo y pese a que con ello se me complicó la vida, yo no soy más que un grano de arena, irrelevante ante la enorme obra que hizo monseñor Sainz en su vida.
Faustino Sainz fue un grande de la diplomacia vaticana y el libro cuenta con detalle su carrera que, tras formarse al lado de monseñor Casaroli, le puso ante cinco grandes retos. El primero fue la resolución del conflicto del Canal de Beagle que enfrentaba desde hacía un siglo a Argentina y Chile. El laudo arbitral que redactó monseñor Sainz bajo la dirección de cardenal Antonio Samoré llevó a la firma de un Tratado de Paz y amistad entre ambos países el 19 de noviembre de 1984.
El siguiente destino de Faustino Sainz fue Cuba durante el llamado «Periodo Especial» del que lo más especial que tenía era lo especialmente mala que era la situación y la carencia de casi todo. Para ir allí fue nombrado pronuncio y al mismo tiempo tuvo su ordenación como obispo y su elevación a arzobispo titular de Novaliciana. En La Habana tuvo varios encuentros con Fidel Castro y pudo ayudar a consolidar la posición de la Iglesia Católica en la isla en un tiempo en que la práctica de la Fe estaba gravemente perseguida.
En 1992 fue nombrado pronuncio en el Zaire de Mobutu Sese Seko. Ahí presenció el declive y la caída de una tiranía de las más criminales del mundo en la que se vertía sangre a diario. Él tenía la especial responsabilidad de cuidar de los sacerdotes y las religiosas de los que, solamente los españoles eran 400 –es decir, la totalidad de la colonia española. Monseñor Sainz presenció la caída de Mobutu y la llegada de Laurent– Désiré Kabila (que moriría cinco años después asesinado a balazos en el palacio presidencial). Pero Sainz ya no vivió la Presidencia de Kabila. Le bastó con la de Mobutu durante la que llegó a estar 15 días secuestrado, asunto que se mantuvo en secreto.
En enero de 1999 fue nombrado el primer nuncio ante la Unión Europea –hasta entonces esas funciones las desempeñaba la nunciatura ante el Reino de los Belgas–. Ahí dio una batalla por hacer constar en el preámbulo del Tratado Constitucional las raíces cristianas de Europa. No lo logró. Pero al menos en el artículo 51 se menciona por primera vez en un documento oficial el diálogo con las iglesias y la aportación de las mismas a la construcción europea.
Su último destino fue el de nuncio en el Reino Unido, uno de los cargos más importantes de la diplomacia vaticana por las complicadas relaciones con ese país desde el cisma protagonizado por Enrique VIII. Allí estuvo seis años hasta que un tumor cerebral le obligó a renunciar y regresar a Madrid, donde moriría dos años más tarde.
Hay veces en que debemos aprender a dejar al margen nuestras circunstancias personales que nos pueden llevar a ser egoístas. Yo me alegro de hacerlo hoy y reconocer en Faustino Sainz a un gran español, poco renombrado, que hizo una gran labor alrededor del mundo alejado de los medios de comunicación y al que se reivindica con esta gran biografía.
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