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20 de mayo de 2024

El ojo inquietoGonzalo Figar

Contra la narrativa 'default'

La izquierda no es moralmente superior a nada ni nadie. Las ideas de izquierda, aplicadas sin ambages, sólo han provocado miseria, división y muerte. El comunismo es la ideología más asesina de la historia

Actualizada 01:30

En gran parte de Occidente, y desde luego en España, hay una narrativa cultural dominante. Es un discurso que lo impregna todo, omnipresente; se ve en los programas de televisión, en las series y películas, en la cultura popular. Es una narrativa default, por defecto, un conjunto de lugares comunes que muchos españoles asumen, quizás inconscientemente, quizás sin pararse a pensar. Por desgracia, esa narrativa es maniquea, falsa y dañina, y está llevando a España y Occidente por un camino que puede acabar mal.
A grandes rasgos, esta narrativa se sustenta en tres postulados. El primero es el de la superioridad moral de la izquierda. Presupone que la izquierda es noble, defensora de los trabajadores y los vulnerables, mientras que la derecha es autoritaria y defiende a los poderosos. Que la izquierda es moderna y progresista, pero la derecha es retrógrada y sujeta a valores superados. Que la izquierda es tolerante y abierta, y la derecha reaccionaria. Que lo público es bueno y lo privado malo.
Esta superioridad de la izquierda es asumida por una gran cantidad del público automáticamente, en España y en el resto de Occidente. Pregunten a un joven cualquiera, y lo normal es que diga que es de izquierdas, porque es lo que supuestamente debe decir. Pongan cualquier serie y los políticos malos siempre son de derechas. Pregunten a cualquiera que con que espectro político relaciona a un «fascista», y dirá que a la derecha.
El segundo postulado es el colectivismo identitario. Esta es la filosofía que considera que la unidad primaria de realidad es el grupo. Es la negación de la individualidad, de la persona: tú eres un grupo, sin más, y tu pertenencia a ese grupo determina tu bondad o maldad. Da igual lo que cada uno piense o haga, dan igual tus valores, tus intereses, tus decisiones; eres parte de un colectivo y eso es lo que define tu identidad.
Este enfoque colectivista ve toda relación social como una lucha de poder entre opresores y oprimidos, enfrentados en masa. Hombre contra mujer; rico contra pobre; heterosexual contra homosexual. Los primeros son opresores y los segundos oprimidos. Todas las acciones de los primeros son malas porque sólo sirven para perpetuar la jerarquía y todas las de los segundos son loables porque se encaminan a la liberación. En definitiva, el colectivismo identitario no deja de ser una reconstrucción del rancio discurso marxista, pero aplicado a otras categorías culturales en lugar de sólo a las del trabajo.
Y el tercer postulado que sustenta esta narrativa predominante es el relativismo moral. El relativismo es la filosofía del todo depende. La verdad, la realidad objetiva, los conceptos morales del bien y del mal no existen, sino que todo es relativo y depende de la perspectiva individual.
El relativismo propugna que todas las posiciones son válidas y que el criterio personal es la única vara de medir. Es decir, no hay ningún estándar de conducta, ni moral basada en una realidad inexistente, por lo que toda posición merece respeto y tolerancia, sin considerar el mérito o la lógica.
La deriva natural en nuestra sociedad de esta concepción es un evidente triunfo del sentimiento personal sobre los hechos contantes y sonantes. La validez de un argumento, de un posicionamiento o de una decisión sólo depende de cómo cada persona se sienta, en lugar de una realidad objetiva que puede ser verificada.
Estos tres postulados que conforman la narrativa cultural imperante son destructivos y falsos, sin embargo, viven preinstalados en la mente de la mayoría. No hemos sabido combatir – o siquiera plantar batalla – culturalmente a estos axiomas y ello está llevando a una irremediable decadencia de nuestras sociedades. Va siendo urgente combatir estas ideas parasitarias e iniciar una revuelta cultural que las destierre para siempre al basurero de la historia.
Porque, en verdad, la izquierda no es moralmente superior a nada ni nadie. Las ideas de izquierda, aplicadas sin ambages, sólo han provocado miseria, división y muerte. El comunismo es la ideología más asesina de la historia, con 150 millones muertes a sus espaldas. El socialismo no sólo es antinatura, sino que únicamente crea pobreza. Da igual si es en Venezuela, en Argentina o en España, la izquierda, cuando gobierna, deja un país esquilmado y donde siempre, siempre, los más pobres y vulnerables son los primeros damnificados.
Y, en verdad, tu identidad no está determinada por tu grupo. No todos los ricos, hombres, blancos, o lo que sea son iguales. Cada individuo tiene sus propios valores y convicciones, y su virtud no viene predeterminada por su pertenencia abstracta a un colectivo. Una persona es mucho más que miembro de un grupo, para empezar, porque todos pertenecemos a muchos colectivos a la vez, lo que implica que cada uno, al final del día, somos individuos únicos y soberanos.
Y, ciertamente, no todo es relativo. Hay verdades objetivas en este mundo. Los hechos existen. Los conceptos de bien y mal existen. Los estándares existen. Ni la realidad se puede moldear al antojo personal de cada cual, según cada uno se sienta; ni todo es igualmente válido, sino que hay ciertas cosas mejores que otras, y ciertas decisiones mejores que otras. Todos tenemos la libertad de elegir, base de una sociedad libre, pero eso no significa que todas las elecciones sean igualmente buenas.
Tenemos que dar la batalla por estas ideas.
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