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Un mundo felizJaume Vives

Los hijos son cosa de ricos

No caigamos en la tentación de convertir el asunto de los hijos en una cuestión de clase y de privilegios. Es un tema de apertura del corazón, y eso no depende del dinero que uno tenga en el banco

Actualizada 01:30

Mi abuelo pertenecía a una familia numerosa de doce hermanos. Justo acabada la guerra, habían llegado a compartir los días de fiesta una tortilla a la francesa entre varios de ellos y los restantes, la dieta consistía en patatas, judías y esas cosas que comen los pobres.

Su padre, mi bisabuelo, era conserje. La padrina, mi bisabuela, no trabajaba fuera de casa ¡ni falta que le hacía! Los doce hermanos crecieron fuertes y con fe. Tanta que, el mismo día que empezó la guerra, más de uno se alzó por Dios y por la Patria. Era una familia carlista hasta las últimas consecuencias, que puso la vida en juego cuando hizo falta.

Con el paso de los años esos doce hermanos, siguiendo el ejemplo de sus padres, también formaron su familia, numerosa en la mayoría de los casos.

Gracias a esta suma de historias de entrega, sacrificio y fe, hoy puedo escribir estas líneas.

Fue una vida dura, como la de todos los españoles, pero también llena de alegría y de buenos ejemplos. Lo importante estaba cubierto. Vivían sabiendo que en esta vida uno debe prepararse para la vida eterna.

Recuerdo a mi abuelo hablarme emocionado de historias de sus padres, del ejemplo que siempre fueron para él. También de la admiración que sentía por sus hermanos, especialmente los mayores, quienes durante la guerra protagonizaron auténticas heroicidades para salvar la civilización que algunos pretendían destruir.

Mis bisabuelos nunca hicieron cálculos matemáticos para ver cuántos hijos podían tener sin que su nivel de vida se viera afectado. Nunca sacrificaron un hijo por un viaje ni por un piso más grande. Ni siquiera por comer una tortilla entera los días de fiesta. Acogieron responsablemente y con generosidad los hijos que el Señor les envió.

Hoy leo muchas críticas en internet dirigidas a los ricos que tienen hijos, y veo cómo se les utiliza para justificar que la procreación es un privilegio reservado sólo a algunos. Ha pasado con los jugadores de la Selección española, recientemente campeona de Europa, criticados algunos de ellos por tener tres hijos ¡claro, porque son millonarios!

La verdad es que tienen hijos, no porque pueden –que también–, los tienen sobre todo porque quieren, porque deciden acogerlos. Igual que mis bisabuelos, que con mucho menos colocaron doce camas en el piso, más la de matrimonio, que fue el altar donde todo comenzó.

Claro que las condiciones precarias a uno lo pueden condicionar y mucho: sueldos bajos, horarios largos o encarecimiento de la vida. Pero todo eso, aunque afecte, no es la razón principal por la que uno decide no abrirse a la vida.

Lo que de verdad subyace es una falta total de sentido y esperanza, la ausencia de algo que transmitir a las generaciones venideras. Si lo único que les podemos ofrecer es una vida de noventa años, es bien poco ciertamente.

Algunos dicen esperar abundancia económica y estabilidad laboral para abrirse a la vida pero eso es tan absurdo como creer que esa abundancia y estabilidad van a durar para siempre, si es que llegan.

Además los mejores soldados se curten en las peores batallas, no en los resorts de pulserita de Cancún.

Tengo la suerte de vivir rodeado de familias de mi generación, algunas más jóvenes, que antes de llegar a los treinta ya tienen un hogar lleno de vida y cada noche ponen siete platos en la mesa. ¿Es la suya una vida fácil? Claro que no. Pero está llena de gozo y alegría.

Y no tienen asistenta que cocine, planche y juegue con los niños. Pero, como mis bisabuelos, han amoldado su plan de vida a los planes que Dios tiene pensados para ellos.

En Mateo 6, 25-32 tenemos la respuesta a nuestras inquietudes, el lugar en el que descansar:

25. "Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?

26. Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?

27. Por lo demás, ¿quién de vosotros puede, por más que se preocupe, añadir un solo codo a la medida de su vida?

28. Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan.

29. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos.

30. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?

31. No andéis, pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer? ¿Qué vamos a beber? ¿Con qué vamos a vestirnos?

32. Que por todas esas cosas se afanan los gentiles; pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.

No caigamos en la tentación de convertir el asunto de los hijos en una cuestión de clase y de privilegios. Es un tema de apertura del corazón, y eso no depende del dinero que uno tenga en el banco.

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