El embajador
Así, físicamente, y después de un primer golpe de vista, el embajador Albacete no tiene mal aspecto. Sabe hacerse el nudo de la corbata, y su semblante anuncia una gran capacidad para la reflexión
Escribo al tuntún, porque no lo conozco ni incluyo conocerlo entre las últimas ilusiones de mi vida. Me refiero al embajador Albacete, el íntimo de Urtasun que Zapatero ha elegido como embajador de España en Venezuela. Todo lo que tenga que ver con Venezuela, lo maneja Zapatero, que bastante tiene Sánchez con administrar la fortuna de su esposa, a la que tanto quiere, y que suma 40 euros entre las 11 cuentas corrientes a su nombre. Entiendo la desesperanza de la empleada del balneario en la primera escena de los Extremeños se Tocan de don Pedro Muñoz-Seca y don Pedro Pérez Fernández.
De vivir en la estrechez!
¡Qué ganas tengo, Dios Mío
De morirme de una vez!
Porque así está la pobre Begoña. Las tarjetas de crédito o de débito, responden a los fondos de las cuentas corrientes de sus poseedores. Y doña Begoña vive, compra y viaja sin tarjetas, porque 11 cuentas con apenas 4 euros en cada una, no son garantía de crédito para ningún banco. Hay que ser un genio de la administración económica familiar para mantener una casa con tan modesto soporte financiero. Así, que mientras unos se dedican a superar la estrechez, otros nombran embajadores, y claro está, el embajador de España en Venezuela es cosa de Zapatero, del que dicen los maledicentes que tiene alguna mina de oro escondida en un rincón de la selva ó al pie de un tepuí de la gran sabana. Y Maduro se lo ha recomendado: –José Luis, hermano bolivariano, mándame a Albacete, que es más de Maduro que yo mismo, que soy Maduro–. Ya sabemos, y es bueno saber algo, que el embajador Albacete es un decidido partidario de mantener la trampa de las elecciones y defender la limpieza de la victoria de Maduro, que ha perdido las actas de los colegios electorales.
Así, físicamente, y después de un primer golpe de vista, el embajador Albacete no tiene mal aspecto. Sabe hacerse el nudo de la corbata, y su semblante anuncia una gran capacidad para la reflexión. Por lógica, siendo el número dos de Urtasun, el embajador Albacete vuela y zumba entre las colmenas de la ultraizquierda, y representar al Gobierno comunista de España en la Corte del asesino comunista de Venezuela, no le resultará tarea difícil. Así se matan –con perdón– dos pájaros de un tiro. Se garantizan las buenas relaciones personales y comerciales entre la Venezuela ocupada y la España bolivariana, y se permite a Sánchez que se dedique a administrar las 11 cuentas de Begoña Gómez, para poder adquirir, al menos, el café del desayuno.
La diplomacia española tuvo un gran prestigio en el mundo. Embajadores de la Carrera y embajadores políticos. Entre los segundos, Areilza en Buenos Aires y don Antonio Garrigues ante la Santa Sede y en Washington. Don Ángel Sanz Briz, joven diplomático de la España franquista en Budapest, ocupada por la Alemania Nazi, salvó a más de cinco mil judíos de las cámaras de gas de Himmler. Y don Miguel Primo de Rivera, hermano de José Antonio y Fernando e hijo del General que, enterado de una frase despectiva del Primer Ministro británico dedicada a España, lo primero que hizo al llegar al palacio de Buckingham para presentar sus cartas credenciales al Rey Jorge VI, fue solicitar la ubicación de un cuarto de baño para dejar su sello. Pero los diplomáticos de ahora no son los de antes. Parecen todos iguales, y más que representar a España, representan al partido que Gobierna en España, lo cual es un error, amén de una estafita.
El embajador Albacete ha sido enviado a Venezuela a representarse a sí mismo, porque es más partidario del tirano Maduro que el propio tirano Maduro. Y de paso, garantizar los posibles bienes de Zapatero en aquel país robado y sangrado por los sinvergüenzas bolivarianos. De ese modo, Sánchez queda libre, y con el tiempo suficiente, para administrar los 40 euros de su esposa, esa humilde mujer masacrada por la malvada ultraderecha, que ha conseguido ahorrar tan apreciable cantidad con la sagacidad y constancia que le caracterizan.
Menos mal que al embajador Albacete, el de Urtasun y Zapatero, le han destinado a Caracas. Lo mandan a Mónaco, y nos declaran los Grimaldi la guerra.