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HorizonteRamón Pérez-Maura

Perico de Arístegui, in memoriam

Los sirios de Assad le dispararon 5 obuses de calibre 240 mm con 70 kg de cargas de altísima capacidad que podían derribar edificios de 10 pisos. No fue un error. Fue un asesinato en toda regla del embajador del país que tenía la Presidencia de la Comunidad Europea en un momento en que la Presidencia tenía más calado

Actualizada 01:30

Permítanme empezar por hacer una confesión. En este periódico no hacemos obituarios de gente fallecida hace mucho tiempo. Como responsable de esa sección debo explicar eso con frecuencia a quienes pretenden publicar uno de algún allegado desaparecido hace meses o años. Pero, a la vista de lo sucedido en las últimas horas, hoy voy a hacer una suerte de obituario de Pedro Manuel de Arístegui y Petit, Perico, que fue asesinado en Beirut el 16 de abril de 1989.

Arístegui era un diplomático de vieja escuela, un hombre arrollador con capacidad para entender la diferencia entre el bien y el mal. Algo que muchos más de los que parece son incapaces de diferenciar. Fue embajador en Nicaragua durante la revolución sandinista y supo mediar entre los bandos. Fue gobernador civil de su Guipúzcoa natal en las postrimerías de la UCD. Y fue embajador en un Líbano en guerra.

Aquella fue una guerra con múltiples grupos instigados desde fuera del país. Y con un gran provocador del caos: el padre de Bachar al-Assad, Hafez. Padre e hijo han sumado 53 años en el poder en una de las dictaduras más salvajes del mundo. Arístegui estaba acreditado ante el Gobierno libanés que en ese momento ejercía el general Michel Aoun como jefe de Gobierno y con la Presidencia de la república vacante. Se había acreditado el julio de 1984 y en 1985 fue secuestrado por las brigadas Imam Mussa Sadr. Perico informó a su amigo Nabih Berri, entonces jefe de Amal, una milicia musulmana chií y desde 1992 presidente del parlamento libanés, y le anticipó que sería secuestrado en pocos días y le dio hasta 3 direcciones donde él había podido saber que le llevarían los secuestradores antes de mandarlo al Valle de la Bekaa para desaparecer. Arístegui le dijo «Nabih o mandas a tu comando de reacción inmediata a las tres direcciones a que me rescaten o esto no lo cuento». Berri creyó al embajador y le salvó la vida en la primera de las tres direcciones que dio Arístegui. En cambio, cuando había advertido de lo que le podía pasar al Ministerio, el subsecretario Gonzalo Puente Ojea se negó a dotar de seguridad a la Embajada o de coche blindado por tratarse, según él, de «jamesbondismo alucinante» de Arístegui. Lo secuestraron un mes después de pedir protección. El secuestro lo perpetró una banda de 15 terroristas con Kalashnikov y varios lanzagranadas anti-carros RPG-7.

Cuando Arístegui fue liberado, los medios españoles le asaetearon a preguntas de cómo era posible que el embajador de España en el entonces país más peligroso del mundo no tuviese ninguna medida de protección. Él se limitó a responder que no era culpa del Ministerio porque el comando que lo secuestró tenía armas contra las que nada podía un coche blindado o unos guardaespaldas.

Arístegui defendió públicamente y con una vehemencia propia de su carácter la independencia y soberanía del Líbano y criticó durísimamente la ocupación y opresión siria del país ante el que estaba acreditado.

El jefe de los servicios de inteligencia sirios en el Líbano, Ghazi Kanaan, más tarde ministro del Interior en Siria, el hombre más poderoso del país del cedro, consultó con Hafez al Assad y condenaron a Arístegui a muerte.

Él nunca creyó que lo pudieran asesinar en la embajada. Pero sí salía de ella muy protegido. El domingo 16 de abril de 1989 almorzaba en la embajada con su familia libanesa: se había casado allí en segundas nupcias y los acompañaba su familia política. Además de Arístegui murieron su suegro y una cuñada. Los sirios le dispararon 5 obuses de calibre 240 mm con 70 kg de cargas de altísima capacidad que podían derribar edificios de 10 pisos. No fue un error. Fue un asesinato en toda regla del embajador del país que tenía la Presidencia de la Comunidad Europea en un momento en que la Presidencia tenía mucho más calado que ahora. Y cuando Norberto Ferrer, el encargado de negocios que le sucedió me acogió con gran generosidad en la embajada en agosto de 1989, todavía había sangre en las paredes del comedor.

Yo comprendo que este asesinato es una gota en el mar de los crímenes de la familia Assad. Y veremos si todavía no cambia la opinión pública sobre ellos cuando veamos el caos en el que se sumerge ahora Siria. Ha sido una guerra en la que siempre he creído que no había ganador bueno.

El hombre que ha aguantado 24 años en el poder en Damasco a sangre y fuego fue derrocado el pasado domingo. Es el hijo del hombre que ordenó el asesinato de Arístegui. Y yo tuve el pasado domingo la sensación de vivir justicia divina al seguir las noticias del derrocamiento desayunando al sur de Rabat con Gustavo, el hijo del hombre al que asesinó Hafez el Assad.

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