Este PSOE nació contra el PCE, no contra Franco
Desde una perspectiva histórica desprejuiciada, EE. UU. y Europa vieron en el nuevo PSOE la misma virtud que habían visto en Franco al término de la Segunda Guerra Mundial: era un antídoto contra el comunismo
Que lleve 49 años muerto le ha parecido a los socialistas un margen prudente para coger al Franco dictador y convertirlo en Chucky, el muñeco diabólico. Hubo en mi familia víctimas del franquismo, y puedo acertar con precisión, modestia aparte, en las críticas al franquismo (también en los logros, que está prohibido mencionar). Pero los demócratas tenemos cosas más urgentes: las violaciones actuales de libertades, las conculcaciones actuales de los principios democráticos, las amenazas actuales a la nación. La mayoría vienen de la Moncloa, y el responsable es un tipo que salpimienta su discurso con antifranquismo. Como si hoy eso significara algo.
Cuando el PSOE podía ser antifranquista porque Franco aún vivía, se celebró el Congreso de Suresnes (1974). Los «del interior» arrebataron las siglas a la generación socialista de la guerra, exiliados, con el auxilio y promoción de la inteligencia estadounidense y española (sí, sí, española de Franco, cuántas revelaciones esperan aún), más los mandatarios de la Internacional Socialista, a cuya vicepresidencia llegaría pronto González aupado por el nuevo presidente (1976), el canciller Willy Brandt. Es un hecho que la apuesta por los sevillanos (a quienes la CIA se refería como «jóvenes nacionalistas españoles») triunfó, pues el objetivo perseguido no era otro que impedir la llegada del PCE al Gobierno de España.
González y Guerra cumplieron. Las críticas que se merecen no atañen a este asunto. Desde una perspectiva histórica desprejuiciada, EE. UU. y Europa vieron en el nuevo PSOE la misma virtud que habían visto en Franco al término de la Segunda Guerra Mundial: era un antídoto contra el comunismo. Los años setenta eran menos bélicos, aunque el terrorismo azotaba a España, Italia y Alemania. La neutralización del PCE se operó por una vía pacífica e inteligente: la fabricación de un nuevo jugador capaz de seducir a España desde la izquierda. La materia prima era excelente, las dotes persuasivas de González están fuera de discusión, y las estratégicas de Guerra también. Pero para aspirar a algo necesitaban activos intangibles de tipo histórico. La vía escogida fue brillante: los «jóvenes nacionalistas españoles», miembros de una exigua militancia interior, desbancarían a los guardianes del fuego socialista en el exilio. Por supuesto, apagarían el fuego socialista inmediatamente, pero conservarían las siglas. Salió tan bien que González gobernó durante casi tres lustros.
De Franco no hablaba Felipe. Le recuerdo una mención con motivo de las exigencias de retirar una estatua ecuestre; hoy su frase lo convertiría en un casposo de 'ejtremaderecha': «Si alguien quería tirar a Franco del caballo, haberlo hecho cuando estaba vivo». Además, gran parte del franquismo sociológico reconoció en aquel nuevo PSOE una especie de Movimiento resucitado, conciliador, atento solo al futuro. Sin eso, González jamás habría alcanzado los 202 escaños de 1982. Sigue el sevillano sin hablar de Franco, y hace bien. De Franco habla, cincuenta años después de Suresnes, el incendiario que heredó el rencor zapaterino, un sembrador de discordia que ignora por completo la historia de su partido.