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Ojo avizorJuan Van-Halen

Nada por lo que pedir perdón

Llega a tanto la disuasión del oficialismo que Wikipedia ofrece la versión socialista al contarnos la trama de los ERE, el mayor ejemplo de corrupción vivido en España. La misma petición de perdón se nos insiste para García Ortiz, hasta las orejas de fango

Actualizada 01:30

Se ha convertido en una costumbre que Sánchez y sus ministros, como un eco, exijan pedir perdón por lo que atribuyen a maniobras fachas contra los suyos. Es una cantinela que venimos soportando. Para el sanchismo lo cierto parece ser que Ábalos salió del PSOE sin motivo alguno, Begoña perdió su pintoresca cátedra por no apañar favores desde Moncloa, David, el hermanísimo, dimitió porque es inocente, y García Ortiz borró sus mensajes sin haber filtrado datos impropios. Así se escribe esta pequeña y vil historia.

Recurro a la Biblia, el libro de libros, y en Marcos 11:15 encuentro: «Si tienen algo contra alguien, perdónenlo, para que también su Padre, que está en el cielo, les perdonen a ustedes sus pecados». ¿Debemos pedir perdón por llamar ladrón al ladrón, trilero al trilero, y defraudador al defraudador? Mientras, los afectados, algunos ya condenados por los tribunales, se van de rositas con la satisfacción de que su supuesta bondad ultrajada recibe la compensación del perdón. El mundo al revés.

Ya ocurrió con Chaves, Griñán y Magdalena Álvarez. En el último Congreso socialista se exigió pedirles perdón. Conde Pumpido, actuando el TC impropiamente como tribunal de casación, y tras sentencias firmes del Tribunal Supremo, decidió que estos tres personajes deberían ser eximidos de ciertos delitos que la última instancia, el Supremo, que por algo se denomina así, había reconocido y condenado. Ese trío fue jaleado por los asistentes demostrando, una vez más, que forman un rebaño de ovejas sumisas.

Llega a tanto la disuasión del oficialismo que Wikipedia ofrece la versión socialista al contarnos la trama de los ERE, el mayor ejemplo de corrupción vivido en España. La misma petición de perdón se nos insiste para García Ortiz, hasta las orejas de fango, y no me extrañaría que vivamos la exigencia de pedir perdón al Tito Berni y a Koldo, el portero de puticlub venido a más. A Ábalos no, que cayó en desgracia. Pero si le cabrean hablará. Claro que para resolverlo ahí estará Conde-Pumpido.

Se conminó a pedir perdón a Begoña Gómez, acusada de cuatro delitos. Los ministros y demás palmeros echaron el resto para quedar bien con el puto amo (Puente dixit) apoyando a la amada que proclamó Sánchez en su irrisoria carta tras sus días de meditación. Cómo no, implicó al Rey al acudir a Zarzuela para trasladarle su decisión de seguir en Moncloa que nadie, del Rey abajo, había dudado un segundo.

La última exigencia de perdón afecta a David, el hermano de Sánchez, Azagra por nombre de guerra, acusado de cuatro delitos. Acosado por la Justicia dimitió de su bicoca en la Diputación de Badajoz, y parece que esa decisión merece una disculpa de los demás. ¿Por qué? Su situación judicial no ha cambiado. En su comparecencia ante la juez supimos que no conoce cómo se denomina su cargo, qué responsabilidades conlleva, con quiénes trabaja y dónde está su despacho. Sin contar que reside y paga sus impuestos en Portugal. Ni preparó su comparecencia judicial, así de arropado se siente. Hizo el ridículo.

Los tertulianos y columnistas de cabecera intentan destacar los motivos, que no existen, para las peticiones de perdón. No hay nada por lo que pedir perdón. Los ministros saben que de llegar la tempestad serían los primeros en padecerla. Óscar López, Alegría y sobre todo Bolaños, denunciaron, una vez más, la «jauría ultraderechista» de los jueces y los ataques a la familia de Sánchez para perjudicarle. Bolaños es el primer ministro de Justicia en nuestra Historia que ataca a los jueces. Como en tantas cosas negativas, este Gobierno no tiene precedentes.

Un pensamiento de Castiglione, ejemplo de caballero de su época, viene al caso: «Perdonando al que yerra se comete injusticia con el que no yerra». Es lo que busca el coro de Sánchez. No debemos caer en esta nueva trampa. Me reconforta la frase de Oscar Wilde, al que nunca afectó la opinión de sus contemporáneos: «Perdona siempre a tu enemigo; no hay nada que le enfurezca más». Si fuese así no me importaría perdonar a los delincuentes, en unos casos presuntos y en otros confirmados, como piden Sánchez y los suyos. Pero no sé si el dandi Wilde se equivocaba en su aseveración. Por eso no me callo. Po eso no pido perdón.

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