Ábalos y la conquista del Perú
La génesis del sanchismo no puede ser más turbia: Sánchez se sirvió para tomar el poder de las capacidades maniobreras de un pícaro manifiesto, su hombre fuerte
Cesare Lombroso, muerto en Turín en 1909, fue un médico y criminólogo italiano cuya tesis viene a decir que la cara es el espejo del alma. Se puede identificar a un malvado por su físico.
Sin llegar a esos extremos, algunos somos un poquito lombrosianos. Para mis adentros, Ábalos nunca pasó ese test (probablemente injusto, pues no se debe prejuzgar a la gente por su pinta). Desde que lo vi por vez primera se activaron mis alarmas lombrosianas ante su hablar arrastrado y un poco sobrado; su aplomo a prueba de toda duda, que contrastaba con una mirada pilla; su sonrisa displicente, con más peligro que una piscina de pirañas… todo envuelto en un aspecto setentero, de aroma a Varón Dandy y sol y sombra, con un tupé menguante atusado al cepillo y una pancita que delataba a un bon vivant. Una personaje que evocaba a un secundario de Los bingueros de Esteso y Pajares.
Sin embargo, Ábalos gozaba de excelente cartel en sus primeros días por Madrid. Disfrutaba de simpatías hasta en las redacciones de medios de derecha (incluso mantenía una columna en uno de ellos). José Luis, «el comandante», como lo apodaban cariñosamente algunos periodistas afines, se mostraba accesible y campechano. Siempre de buen humor, amigo incluso de un poco de cachondeo. Pero existía también su vertiente seria. Se lo consideraba un político solvente, eficaz, capaz de combinar sus creencias socialistas con cierto «sentido de Estado» (ese gran topicazo, asignado tantas veces a personajes que luego se revelaron como golfos manifiestos, con Pujol como epítome).
Había cosas raras a la vista. Su tercera mujer, 17 años más joven que él, había logrado entrar en la Policía Municipal de Valencia tras varios intentos fallidos siendo él concejal. Al llegar la pareja a Madrid, ella, una simple guardia municipal, fue fichada como «asesora» de la Delegación del Gobierno en materia de seguridad, siendo delegado Uribes (más tarde efímero ministro de Cultura, que luego ha seguido chupando del bote como embajador ante la Unesco y ahora desde el CSD). Pero aquel burdo enchufe no mereció mayor atención, apenas se contó entre líneas.
Nadie quería desacreditar al majetón Ábalos, nieto de un guardia civil e hijo de un torero, maestro de escuela que solo ejerció tres meses, militante del PCE hasta que en 1981 se pasó al PSOE y fue medrando por sus habilidades como fontanero y asesor hasta llegar a barón jefe en Valencia.
Todavía en enero de 2018, solo cinco meses antes de culminar las negociaciones en la sombra y contra natura con los golpistas de 2017, Ábalos hacía unas solemnes declaraciones en las que decía que por ahí, jamás. Existían unas líneas rojas. El PSOE nunca aceptaría un Gobierno obtenido con los escaños separatistas. Vaya bromazo.
Ábalos tuvo el acierto de apostar en 2016 por un caballo perdedor que luego daría la sorpresa. Cuando Sánchez es sacado con fórceps de Ferraz, en una maniobra promovida por González y Rubalcaba para evitar que hiciese lo que luego haría —encamarse con los separatistas—, Ábalos permanece al lado de su camarada y amigo Pedro y se convierte en pieza clave de su operación retorno. Él lideraba al grupito de leales que se reunían para preparar la campaña de Pedro en la calle Marqués de Riscal, en curioso guiño del callejero a la personalidad social de Ábalos.
José Luis defendió la moción de censura que llevó a su amigo al poder en nombre de la regeneración democrática. Después se escuchaban cosas. Los curiosos pagos de los gastos del ministro, con su gorila particular sacando la billetada de unos sobres. Los enchufillos. Las veladas de luces rojas, porque la política es agotadora y a veces es necesario «relajarse un poco». La vida personal desordenada de este Liz Taylor amoroso del socialismo patrio, con un follón de cinco hijos de tres matrimonios… Y en enero de 2020, nada más ser confirmado de nuevo como ministro y hombre fuerte del PSOE, el espectáculo de la misteriosa reunión intempestiva con Delcy en Barajas, con la consiguiente cadena de trolas encadenadas.
En julio de 2021, Sánchez lo echa del Gobierno y le retira también el mando en el partido. Pero no se da razón alguna y le permitió seguir presentándose por el PSOE hasta ayer mismo, en 2023. Incluso gozaba de categoría de tertuliano en un programa popular de una tele de las del régimen.
Lo que no se sabía —o no sabíamos— es que además Ábalos era el cabecilla de una trama de mordidas en el corazón de su ministerio, llegando a la ruindad de hacer negocio con el material de la pandemia. Hoy este periódico destapa una infamia más del personaje, un pícaro trasatlántico. Según ha descubierto Alejandro Entrambasaguas en una dificultosa investigación en Perú, Ábalos tiene registrada allí a su nombre una enorme vivienda, que fue comprada con fondos públicos de la cooperación española, pero que acabó quedándose para él, según consta en los registros peruanos. Ese es el nivel moral.
En el caso Ábalos no hay que mirar al dedo, sino a la luna. El precio político debe pagarlo quien se sirvió de él y lo fue promocionando hasta que el hervor de la mugre ya levantaba la tapa de la olla. Ábalos es Sánchez. La génesis del sanchismo no puede ser más turbia.
(PD: Los periodistas del régimen se han puesto a trabajar de inmediato ante la información de El Debate, barriendo a favor de Ábalos. Mejide, eficaz apologista del sanchismo al hacerlo con una falsaria careta de seudo independencia, dio pábulo a las excusas del exministro, mientras una de sus tertulianas insultaba directamente al autor de la exclusiva. El caso es bien sencillo: Ábalos compró una vivienda enorme en Perú con dinero de la cooperación española, la puso a su nombre, echó a los beneficiarios peruanos del inmueble y ocultó la propiedad en sus declaraciones de bienes. No es muy difícil de entender... salvo que en vez de periodista seas un fámulo del Gobierno).