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Un mundo felizJaume Vives

Espaciar los hijos cual macetas del jardín

Si es malo para tu trabajo que tengas hijos, te conviene alejarte de él como de una relación tóxica, aunque eso te haga más pobre. Pero sin duda serás mucho más rica en felicidad. No sé si los expertos lo confirman, pero la experiencia sí

Oí el otro día en el parque una conversación entre dos madres que hablaban de sus hijos. Perdón por la indiscreción pero no iban a ser mis hijos los únicos en divertirse.

Suelen ser, las del parque, conversaciones de lo más aburridas, pero hay que tener paciencia, algunas veces el material es jugoso y nos descubre aspectos nuevos del ser humano y otras, simplemente es bueno para el divertimento.

En esta ocasión una de las madres acababa de dar a luz a su tercer hijo cuando el mayor contaba apenas tres años (igual que los nuestros) y la otra, sorprendida, le preguntaba cómo se lo hacía, como si solo la magia pudiera explicarlo. Sin duda esa sorpresa es fruto de la ignorancia, quienes los tienen saben que ni son mejores por tenerlos ni tienen una preparación previa y especial que los capacite para ello.

Se trata de vivirlo como un don. Con la gratitud y la acogida propias del don, que hace algo más dulce la renuncia que lo acompaña.

La otra madre comentaba que ella no podía tenerlos tan seguidos a causa del trabajo, y que por ello los estaba espaciando. Y después de dar algunas vueltas al asunto, todavía no me ha venido a la cabeza nadie a quien le vaya bien tenerlos a causa del trabajo (salvo a algunas influencers, claro). Y eso sobre todo nos dice mucho de lo mal montado que está el mundo moderno, y de lo bueno que sería rebelarnos contra él.

Nos muestra que hacer creer a la mujer que su lugar en el mundo está fuera del hogar tiene más que ver con una ensoñación ideológica que con una lectura correcta de la realidad. Lectura que, acompañada de una tremenda presión –económica y social–, ha conseguido su objetivo y sigue haciendo no pocos estragos.

Ya no eres simplemente una proletaria (por muy sustancioso que sea tu salario), ahora también eres una esclava que, creyendo haberte emancipado de la sumisión que impone el ámbito familiar, has acabado sometida al jefe hasta límites que ni la mente más putrefacta podía imaginar unas décadas atrás. Él decide qué familia y cuándo puedes formarla. Un tío que no sabe ni tus apellidos se ha metido en tu cama.

Supongo que se trata de priorizar más que de conciliar, aunque eso haga que tu vida sea todavía más precaria. Si es malo para tu trabajo que tengas hijos, te conviene alejarte de él como de una relación tóxica, aunque eso te haga más pobre. Pero sin duda serás mucho más rica en felicidad. No sé si los expertos lo confirman, pero la experiencia sí.

Y luego está el tema del espaciamiento. Reconozco que me hierve la sangre cuando oigo a los padres hablar en estos términos, como si sus hijos fueran bolas del árbol de Navidad, macetas del jardín o alimentos con grasas malas que el dietista ha recomendado espaciar en el tiempo.

Y no falla, los pocos hijos de quienes viven con esa mentalidad, suelen ser más difíciles de aguantar que los que tienen ocho o diez. Supongo que es la diferencia entre acogerlos y educarlos como don o tenerlos porque van bien, porque el éxcel lo soporta y sobre todo porque apetece. Son dos formas tan distintas de ver y de vivir en el mundo que lo impregnan absolutamente todo, también la educación de los hijos. Es la diferencia entre hijos que ocupan el lugar que les corresponde e hijos consentidos convertidos en pequeños tiranos.

Y seguramente, a estas alturas, el lector me haga un más que comprensible reproche por haber olvidado en este artículo hablar de la paternidad responsable. Y no le falta razón, he obviado el tema deliberadamente. No por no ser importante ni porque no haya que considerarlo, más bien porque el problema hoy es que con esa excusa lo que hay es una paternidad inexistente. Nos hemos pasado de frenada vistiendo de prudencia actitudes que quizá no lo sean, y necesitamos que nos espoleen para vivir una mayor generosidad.

Yo me quedo con la madre que despierta suspicacias, la que parece haber perdido el control de su vida, la que no trata el trabajo como un segundo marido al que hay que contentar y complacer, la que muere un poco con cada hijo, la que ha dado la bienvenida al caos en su vida, un caos —solo aparente— en el que hay muchísima más belleza y felicidad que en el orden —totalmente esquizofrénico— que nos propone el mundo.

Prefiero a la madre que ha decidido no espaciar a sus hijos como si fueran macetas del jardín. Y encima, quien le dice cómo, cuándo y dónde colocar las macetas, no vive en su casa ni conoce su jardín.

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