En el mes de María
Descubrí el poema de Paul Claudel en una brasería a pocas cuadras, no podía sentirme más triste; sin embargo, ese poema, como el de Martí siendo niña, me reconfortó. Se titula La Virgen a mediodía
Desde hace siglos el mes de mayo fue dedicado a honrar a la Virgen María, la Madre de Dios, a través de ella se homenajeaba también a la mujer y a la madre en toda su belleza y esplendor, a la fertilidad, a su vientre, a su belleza sana y florida; a las flores también se le dedicaba, el mes de mayo era el mes de las flores. Mientras que mi padre pretendía llamarme Patria, lo que conté en mi novela La nada cotidiana, fue mi abuela quien logró bautizarme como Zoé Milagros, para ella yo era su milagro de vida, mi madre quiso complacerla hasta en eso. Era una época en que contaba la generosidad de una hija con su madre. Importaba mucho el día y mes de nacimiento, la presencia de un nombre que tuviera que ver con lo tradicional y lo compasivo, y colmara los anhelos familiares.
La promesa que le hizo mi abuela a la Virgen tuvo que ver con mi tío, que se puso muy enfermo; no le daban nada, inválido andaba en sillón de ruedas. Abuela hizo todo lo que pudo, prometió a la Milagrosa que si mi tío se curaba su primera nieta se llamaría Zoé Milagros y su primer nieto Lázaro. Así fue, mi tío curó milagrosamente, pudo andar lazarianamente, en un tiempo asombroso.
Mi abuela rezaba mucho durante el mes de mayo, ella le consagraba un especial valor a este mes, entre los rezos introducía poemas que había aprendido de memoria, aquel tan hermoso de José Martí:
Madre mía de mi vida y de mi alma,
dulce flor encendida,
resplandeciente y amorosa gasa
que mi espíritu abriga.
Serena el escozor que siento airado,
que tortura mi vida,
¡qué tirano!
¡qué sidera el alma mía!
¡Se rebela, maldice,
no quiere que yo viva
mientras la Patria amada
encadenada gima!
Un gran dolor la sigue
como al hombre la sombra fugitiva,
y los dos me acompañan
junto con la fatiga.
Mata en mí la zozobra
y entre las nubes de mi alma brilla...
¡el peregrino muera!
¡que la Patria no gima!
Hoy todavía digo esos versos y me erizo. En un ambiente tan convulso, tan dedicado a destruir el alma y la fe, mi abuela y mi madre luchaban para que nada de esto se extinguiera, y poder inculcarme mediante la belleza del lenguaje una cierta dignididad espiritual.
Décadas más tardes, desde mi exilio político, mi abuela materna había fallecido ya, y mi madre se hallaba enferma; yo iba cada tarde a la iglesia de la Milagrosa de la Rue du Bac a rezar para que mi madre no padeciera, no tuviera dolores, que su fin fuera lo más dulce y tranquilo posible. Entraba destrozada, salía algo aliviada. No hubo milagros esta vez, pero mi madre se despidió a mi lado, cerca de su nieta, hoy descansa en un cementerio decente, hermoso. Queda ese consuelo, aunque no repose en su tierra.
Una de aquellas tardes, al salir de la iglesia de la Milagrosa, una de las monjitas me regaló un poema de Paul Claudel impreso en un plegable. En aquella época me sentía más atraída por Camille Claudel, su hermana, la gran escultora, seducida por su arte y conmovida por su destino. Camille murió en un manicomio al que la condujo su hermano, ella enloqueció de amor no correspondido por Auguste Rodin, un gran artista también, pero casado, que jamás abandonaría a su esposa.
Descubrí el poema de Paul Claudel en una brasería a pocas cuadras, no podía sentirme más triste; sin embargo, ese poema, como el de Martí siendo niña, me reconfortó. Se titula La Virgen a mediodía:
Es mediodía. Veo la Iglesia abierta. Tengo que entrar. Madre de Jesucristo, yo no vengo a rezar.
No tengo nada que ofrecer, y nada tengo que rogarte. Sólo he venido, Madre, para mirarte.
Contemplarte, llorar de dicha, saber así, Que yo soy tu hijo y que Tú estás ahí.
Nada más que un momento mientras se detiene el aire. ¡Mediodía! Allí donde tú estés, estar contigo, Madre.
Sin decir nada, contemplar tu semblante, Dejar al corazón cantar con su propio lenguaje,
Sin decir nada, cantar porque se tiene el corazón tan lleno, Como el mirlo que sigue sus anhelos en súbitos gorjeos. Porque Tú eres hermosa, porque Tú eres inmaculada, La mujer de la Gracia por fin reinstaurada.
La criatura en su primer honor y en su desvelamiento final, Tal como salió de Dios la mañana de su esplendor original.
Inefablemente intacta porque Tú eres la Madre de Jesucristo, Que es la verdad en tus brazos, y la sola esperanza y el fruto único.
Porque eres la mujer, el Edén de la antigua ternura olvidada,
Allí donde el mirar encuentra de golpe el corazón y hace saltar las lágrimas en él acumuladas.
Porque Tú me has salvado, porque a Francia has salvado,
Porque también en ella, como en mí, Tú has pensado, Porque Tú interviniste justo entonces cuando todo se hundía, Porque una vez más has salvado a esta Francia mía. Porque ahora es mediodía, porque estamos ahora en este día,
Porque Tú estás para siempre ahí, simplemente porque Tú eres María, simplemente porque
existes Tú.
¡Gracias y otra vez gracias, Madre de Jesús!
Recomiendo que hagan el siguiente ejercicio: durante el mes de mayo busquen en los libros, en las redes, versos a María, léanlos en voz alta, o en un susurro, se sentirán mejor. Mientras tanto rezo por Cuba y por España.