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Al bate y sin guanteZoé Valdés

Dios está en los detalles

Cuando la prensa se dedica a decir y escribir semejantes estupideces acerca del presidente más importante a nivel mundial –no de cualquiera de los mandatarios de Estados Unidos–, se auto señala y auto subraya el bajísimo nivel en el que han caído las redacciones

Actualizada 16:08

No pienso que pasaran por alto ciertos elementos, esos tan precisos, los que de otro modo han convertido en armas verbales, las que ellos suponen agudas. No, más bien pienso, o sea, estoy segura de no equivocarme, que recalcaron pormenores muy secundarios, para que nadie se fijara en lo esencial, o no vieran detalles congeniados con los suyos que la grandeza de la ceremonia ocultó. Ah, la prensa ensobrada y su prolijidad tan exhaustiva cuando se trata de agredir al que le han ordenado atacar; y no sólo ordenado, por el que al atacarlo esa prensa ha ganado cientos de miles, millones pongamos, precisamente con la intención feroz de destruir al que, sin su obra, esa prensa no existiría.

Por ejemplo, nadie advirtió que además del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, hubo otros que vistieron traje azul Prusia, como el príncipe William de Inglaterra, y también de un azul más agrisado los que cargaron el féretro, al igual que sucedió con los que llevaron en hombros el féretro de Ratzinger en el momento de sus exequias, aunque en este caso el azul de los trajes fue más eléctrico; o sea, según las apreciaciones de esa prensa que se viste tan mal como critica, aquel azul sí que habría sido de una falta de respeto absoluta, pero callaron como furcias.

Se ha hecho notar que el presidente estadounidense estaba muy pendiente de su móvil en medio de la ceremonia, falso. El presidente estaba pendiente de otro elemento, que nadie, salvo él, sabrá muy bien qué fue, pero al parecer tendría que ver con las reuniones sostenidas principalmente con el presidente Zelenski, y las conversaciones posteriores con el presidente Macron y el primer ministro inglés Starmer. Claro, cada cual juzga por lo que hace él mismo con su móvil, sin ser presidente de nada.

Sin embargo, en apariencia esa misma prensa tan pendiente y minuciosa en sus exámenes visuales, no vio el estado en el que llegó el expresidente Joe Biden, quien apenas podía caminar, al que tuvieron que ayudar inclusive a bajar las escaleras y que una vez sentado en la fila correspondiente se quedó olímpicamente dormido, o en Babia, sin atender a absolutamente nada, como mismo hacía mientras gobernaba, guiado y «firmado» por su esposa; y de lo que la prensa tampoco se hizo eco en el momento en que debió hacerlo, más bien lo ignoraron, porque seguramente también la ensobraron para hacerse la chiva con tontera.

Que Donald Trump haya coincidido en el color del traje del que el elegante príncipe William llevaba –además de otros hombres en el público, donde se pudo hasta apreciar a uno con un penacho lleno de plumas en la cabeza, y al mismo Zelenski con una sahariana negra que más parecía que iba de explorador a la selva o al desierto (por cierto, por fin se pone algo casi adecuado)–, no fue reparado por ningún criticón.

Sólo vieron que aquel traje azul de Trump se había salido de contexto, se convirtió en un anacronismo prepagado; vamos, como que el presidente 45-47 lo había vuelto a hacer con la intención de sobresalir, de distinguirse, de desviar la atención hacia las luces para que lo enfocaran a él exclusivamente. Cuando la prensa se dedica a decir y escribir semejantes estupideces acerca del presidente más importante a nivel mundial –no de cualquiera de los mandatarios de Estados Unidos–, se auto señala y auto subraya el bajísimo nivel en el que han caído las redacciones con sus corresponsales, de ahí que a casi nadie les interese sus rotativas plagadas de mentiras. Plenas de inquina y odio.

«Dios está en los detalles», escribió el escritor francés Gustave Flaubert, inspirado de Lucas 12:6-7, esa frase también fue retomada por el arquitecto estadounidense Ludwig Mies van der Rohe. Y, Dios también estuvo en esos detalles como el inmenso narrador que también es. En los detalles de esa foto en la que aparecen el que supuestamente según la prensa «rompió el protocolo» y el que lo viene rompiendo desde hace rato; sentados ambos frente a frente en dos sillas corrientes, en medio de uno de los salones o capillas más importantes de la Basílica de San Pedro, durante un encuentro que duró quince minutos y que la Casa Blanca ha concluido que han sido los quince minutos más fructíferos de cuantas reuniones se hayan llevado a cabo sobre la paz entre Ucrania y Rusia, transcurrida en medio de los funerales de un Papa que vigiló y custodió la paz mundial.

De otro lado, se ha hablado mucho de los presentes, y muy poco de los ausentes. De la delegación española, salvo los reyes, el resto un esperpento. Dos urracas haciéndose selfis en medio de la ceremonia, una de ellas sí que rompió escandalosamente el protocolo vistiendo un trapajo por encima de las rodillas con un enorme lazo incrustado a nivel de la barriga, lleno de agujeros por todas partes; parecía la indumentaria de una bruja (cada cual se viste como lo que es). De las ausencias, bueno, esas dos sillas rojas, vacías en medio de la multitud que debieron ocupar el Enamorado y su Corrupta, que no se dignaron a ir, porque qué dignidad les quedará, ninguna, mucho menos para asistir a las exequias del Papa.

Termino, a la prensa tan pendiente de las primeras damas se le escapó un detalle importante: si yo fuera Vogue la portada del año sería la de Melania, el velo de encaje cubriéndole el cabello, el rostro bañado por el resplandor, párpados sellados, boca firme, sumergida en la oración. Pero, no soy Vogue.

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