Ni Marisu, ni Óscar, ni Pili, ni Diana
Ni la dana ni la utilización política que han hecho los socialistas para culpar en solitario de la tragedia a Mazón le da ninguna baza a la candidata valenciana. De hecho, la ministra de Ciencia y Universidades, Diana Morant, es la menos conocida de todo el Ejecutivo y su falta de notoriedad adelanta la debacle de votos
Qué calamidad de casting le ha quedado a Pedro Sánchez. Ya no es ni alternativa en regiones en las que antaño pintaba algo. Ha mandado a medio Consejo de Ministros a derribar a los barones que no le hacían la rosca y ahora resulta que nadie le compra esas motos, la mayor parte gripadas. El peor de los ciclomotores es el de María Jesús Montero en Andalucía. No es que, como ocurre en otras Comunidades, se lleve las guantadas electorales que sus paisanos querrían propinar a Sánchez, es que ella misma cosecha un rechazo de fábrica, de pura cepa. Seguro que ese «cariño» lo arrastra desde que formó parte de la Junta de los ERE y ahora se ha acrecentado con su defensa del cupo catalán, la desigualdad entre españoles y la amnistía a los delincuentes que quisieron trocear España.
Marisu forma parte —nada menos que es la primera vicepresidenta— de un Gobierno tóxico, que ante la duda siempre está con los enemigos de la legalidad, lleven barretina o boina. Y eso se paga. Los últimos barómetros la dejan a 19 puntos del PP de Juanma Moreno, con un resultado por debajo de los 30 escaños, el peor de la historia de los socialistas andaluces. Y no es baladí un dato que le interpela precisamente a ella: la mitad de los electores rechaza que el Gobierno perdone la deuda a Cataluña porque «la tendremos que pagar todos». En concreto, la Hacienda que Montero dirige y alimentamos con nuestros impuestos.
No le va mejor a Óscar López, un candidato con pies de barro del que todavía no conocemos su participación en el presunto delito de revelación de secretos, por el que el Supremo investiga al fiscal general del Estado y ha llamado a declarar a una de sus principales colaboradoras cuando él era responsable del Gabinete de Moncloa, Pilar Sánchez Acera. Y, por si fuera poco, hemos de calibrar la dimensión de sus contactos con Villarejo, cuando buscaba porquería para aniquilar a su entonces enemigo y hoy mentor. Aunque los madrileños consultados le otorgan a López la segunda posición en detrimento de Más Madrid tras el cierre en falso del caso Errejón, amplían la mayoría absoluta de Ayuso, que le saca al ministro 37 escaños. Tampoco tiene mejor fortuna Reyes «navajita plateá» Maroto, otra que fue ministra sanchista. Frente al alcalde Almeida, la mejor amiga de Aldama lo único que puede hacer es recuperar la segunda posición que le arrebata a Yolanda Díaz, pero su desplome otorga al PP otros cuatro puntos de propina en el Ayuntamiento.
Las que faltaban para completar un boceto abracadabrante para Sánchez son sus ministras Pilar Alegría y Diana Morant. La portavoz del Gobierno ha arrasado con todas las opciones del PSOE aragonés, que echa ya de menos y mucho a Javier Lambán. El desembarco de la sonrisa del régimen para desactivar una voz tan crítica como la del exbarón aragonés se salda con la caída de cuatro puntos respecto a las pasadas autonómicas, lo que igualaría el peor balance de la historia de su formación en esa región.
Ni la Dana ni la utilización política que han hecho los socialistas para culpar en solitario de la tragedia a Carlos Mazón le da ninguna baza a la candidata valenciana. De hecho, la ministra de Ciencia y Universidades, Diana Morant, es la menos conocida de todo el Ejecutivo y su falta de notoriedad adelanta la debacle de votos. Su sobreactuación y su protagonismo en la campaña contra el ineficaz presidente valenciano no le ha reportado ningún beneficio demoscópico —hecho que debería ser estudiado en las universidades que ella gestiona—, lo que apunta directamente al presidente, que ha querido usar el escaparate del Gobierno para la propaganda de sus candidatos y ha recibido un claro efecto bumerang. Y ya no hablemos de Miguel Ángel Gallardo, el líder extremeño y presidente de la Diputación, procesado por la contratación irregular del hermanísimo de Sánchez, lo que desmantela cualquier posibilidad de que la izquierda arrebate la Junta a María Guardiola. A la espera de saber las posibilidades de supervivencia de Barbón tras su nefasto papel en la tragedia de los mineros de Cerredo, en Asturias, solo quedan vivos Salvador Illa y María Chivite, el uno mimetizándose con la izquierda independentista catalana y la otra compitiendo en el mismo marco mental y con políticas similares con los proetarras de Otegi, que sueñan con anexionarse Navarra.
La imposición de barones, laminando la democracia interna de las agrupaciones socialistas, solo ha reforzado el rechazo hacia ellos y, de paso, hacia quien los ha nombrado digitalmente. En su afán por controlar cada resquicio del partido, Sánchez ha mandado paracaidistas en caída libre y, por tanto, solo será a él a quien deban los socialistas pedir responsabilidades el tercer domingo de mayo de 2027. Y esta debacle generalizada arroja otra conclusión no menos inquietante: el PSOE no es un partido de Estado, no recaba el favor de los ciudadanos y solo puede mantenerse gracias a su vocación polarizadora que se basa en reunir el apoyo de los nacionalismos y la extrema izquierda, cuya única razón de ser es impedir que la derecha vuelva a gobernar España.