El oasis de Patxi
A la vista está lo reconstruida que está España y la bajura a la que ha caído él
Cuando uno pensaba que el portavoz de Pedro Sánchez en el Congreso no podía caer más bajo, llega Patxi López, el de Portugalete, y dice que «la crispación que durante demasiado tiempo yo viví en Euskadi ahora la vivo en Madrid, salvando todas las distancias». Todo ello, sostiene, le impide poder «pasear por la capital» sin que le «insulten o intenten agredir». Afirma, además, que cuando vuelve al País Vasco tiene la sensación de vivir «en un oasis de tranquilidad». Hay políticos mezquinos, discursos despreciables y ejecutorias indecentes, y luego está Patxi, que parece empeñado en dar la razón a esa dignísima mujer, madre de Joseba Pagazaurtundua, asesinado por los amigos de Otegi, hoy colega de López, que vaticinó: «Patxi, dirás y harás cosas que me helarán la sangre».
Qué razón tenía quien seguro que habría dado todo porque su hijo Joseba hubiera podido pasear por las calles de este Madrid que destila odio sin que le hubieran descerrajado cuatro tiros a bocajarro en la cabeza, el hombro y el estómago mientras estaba de baja médica en esa arcadia vasca que hoy —gracias a Pedro y Patxi— destila paz y armonía, donde los malos han ganado a los buenos, donde los asesinos gobernarán a los vascos cuando ganen en las próximas elecciones, como premio por haber dejado de pegar tiros, donde a los niños les suena más el tiktok de Belén Esteban que la memoria de Miguel Ángel Blanco.
Es entendible que en la hemiplejia moral de Patxi no se salve ninguna distancia y pueda compararse la serenidad que da haber claudicado a las pistolas, para lograr medrar políticamente en Madrid, con la indignación democrática de unos ciudadanos como los madrileños que, ellos sí, saben discernir entre la paz de los cementerios y los silbidos legítimos que le dedican a un político sin escrúpulos. Que no olvidan que hubo mujeres a las que les arrancaron piernas, que hubo bebes desventrados, que hubo madres en ataúdes con nonatos en sus entrañas. A Patxi el sufrimiento ajeno no le interpela, lo hace que unos chavales le increpen mientras entra en un restaurante a tomarse un chuletón. De las agresiones de las que habla nada sabemos; y condenables son, por supuesto, si se han producido.
Como las que también denuncia Rufián -sin pruebas ni atestados-, a quien igualmente le molesta que le riñan por las calles y le manden a Cataluña a disfrutar del latrocinio de los suyos al resto de España. Pero es que la cobardía moral produce estos monstruos. En el Madrid facha que persigue al benéfico ventajista vasco o al separatista catalán se sabe que el triunfo de los matarifes de ETA es una injusticia clamorosa. Y se grita, claro. Y se sabe que lo que Patxi practica es una amnesia cómplice y un cinismo sordo. Y que solo cuando la recua de politicastros a la que él pertenece se retire a jugar a la petanca, tendrá que venir una generación de conciencias limpias que no hayan vendido su integridad por un plato de votos en el Congreso.
Pero López solo sigue el magisterio de otros compañeros, como el ya imputado delegado del Gobierno en Madrid, Francisco Martín, que también dejó una frase para el cemento y el oprobio cuando aseguró que «Bildu ha hecho más por los españoles y por España que los patrioteros de pulsera». Esos patrioteros de pulsera a los que ETA hubiera amputado la mano con pulsera incluida de haber podido. Ya lo hizo mientras pudo.
No contento con haber blanqueado a la banda asesina, negociado y pactado con sus herederos, y traicionado la memoria de las víctimas (también socialistas, ¡y vascas!) acaba de comparar el fascismo de tiro en la nuca, bomba en los bajos del coche, impuesto revolucionario, acoso asfixiante que obligó a la diáspora a miles de vascos, y espesa atmósfera de los proetarras intimidando a las víctimas y a sus familias, con el entendible rechazo que provoca el partido y el Gobierno al que sirve entre la ciudadanía madrileña, harta de ver cómo el presidente de todos los españoles ningunea y discrimina a esta Comunidad frente a sus socios separatistas, tan solo porque ha osado no votarle y apoya mayoritariamente a una presidenta del PP convertida en obsesión patológica de la izquierda.
Ya sabíamos que al exlendakari no le adornaba una virtud que solo la buena crianza otorga: la gratitud, cuya carencia le ha llevado a imprecar cruelmente contra el PP, partido sin cuya generosidad y altura de Estado jamás hubiera sido presidente autonómico vasco (cuánto podría contar de este asunto Antonio Basagoiti). Y, finalmente, están sus humillaciones a los periodistas no afines y su falta de categoría moral respecto a la desastrosa gestión de la pandemia, que provocó la más alta mortandad por el virus de toda Europa. Está claro que lo de empatizar con las víctimas, cualquiera que sea su naturaleza, no es lo suyo. Porque Patxi, tras pasar por la presidencia del Congreso hace siete años, con desaires continuos al Rey durante la primera investidura fallida de Sánchez, fue coronado como presidente de la comisión para la reconstrucción de España tras el coronavirus. A la vista está lo reconstruida que está España y la bajura a la que ha caído él.