Enriqueta's en el 'Midtown'
Enriqueta es una señora cubana, hermosa, siempre muy bien arreglada, que cocina como una diosa, dueña de una cafetería-restaurant, que se repleta de cubanos, de americanos, de turistas
No seré yo quien la vaya a descubrir, ya David Beckham se encargó de hacerlo mucho antes, pero merece la pena que se vuelva a hablar de ella, porque Enriqueta es mucha Enriqueta. Durante el mes que estuve en Miami iba con una misión, comerme un sándwich cubano de los preparados por Enriqueta y de los que tanto había leído y oído hablar; por fin lo logré el último día de mi estancia.
Enriqueta es una señora cubana, hermosa, siempre muy bien arreglada, que cocina como una diosa, dueña de una cafetería-restaurant, que se repleta de cubanos, de americanos, de turistas. Insisto en que Beckham la llenó de cumplidos en su Instagram, pero la verdad es que Enriqueta los merece. En Enriqueta’s, el restaurancito que hace esquina, está el sabor de toda una época, de la Cuba de verdad; si hay un lugar en la que se puede saborear el menú de nuestras madres y abuelas es allí, con ella, con la patrona del lugar.
Mientras devoraba un clásico pan con lechón, no pude evitarlo, pensaba con tristeza en lo tanto que se pudiera hacer allá si las bestias hubieran abandonado el poder: se podría regresar a lo que fuimos, e inclusive seríamos mejor, iríamos cada vez a lo máximo. Con cien Enriqueta’s se mata el hambre de décadas de todo un pueblo. Con doscientas Enriqueta’s se rehace un país entero.
Pero, desdichadamente no tenemos puñados de Enriqueta’s, ni de Carmen Machado en Sentir Cubano (sitio del que ya les hablé), más bien lo que nos sobra son los buenos para nada, los mocopegaos, los inútiles, los delincuentes disfrazados de cualquier cosa, tratando de vivir del tumbao, de la moña, del metemano y huye que viene el cocuyé.
Tímidamente me acerqué a Enriqueta, quería tomarme una foto con ella, aquello estaba lleno hasta el tope, ella no paraba de atender hasta el más mínimo detalle, así y todo, tuvo tiempo para dedicar atención a mi requerimiento. Sonrió: «¿Salí bonita en la foto?». Más que bonita, salió auténtica, como es ella, una perla del edén, que diría la canción.
Pensé en Europa, ¿cuántas señoras estarían dispuestas a continuar ahí, pegada a un mostrador, para defender su negocio al precio que sea? Existen, no digo que no, aunque cada vez menos. Y, no es por culpa de ellas, el sistema las aplasta, las ningunea, las ignora, los impuestos las machacan, el régimen las jubila antes de tiempo, con la miseria que les dan como migajas. Después de un arduo trabajo de toda una vida lo ganado no se ve por ninguna parte.
Por el contrario, Estados Unidos se levanta, Miami crece. El Midtown está irreconocible, por donde quiera se empina un rascacielos, se construye aquí, allá, en todas partes, Miami es ya la tercera ciudad más elevada de Estados Unidos después de Nueva York y Chicago. Pese a los shows de baja estofa, las deportaciones masivas, todavía la gente cree en quien votaron por mayoría, no se sientan a esperar a que caigan milagros de punta, ellos saben que forman parte del milagro, del sueño americano, del …great again.
Enriqueta es el milagro de su negocio, sin ella Enriqueta’s no existiría, no es menos cierto que el futbolista británico le tiró tremendo cabo al hacerle la publicidad en todos lados, pero con Beckham y sin él, Enriqueta ya había iniciado un viaje sin retorno al éxito y de paso a la eternidad. Porque como mismo se hablaba de los Ten Cent de antes del desastre en La Habana, de las fabulosas fondas de chinos, de los restaurantes de cocina española, de todo tipo de negocio que floreció en La Habana fulgurante, y que murió en el año fatídico de 1959, se hablará en el futuro de cada uno de los negocios de Miami, que hoy con relación a La Habana ni siquiera me atrevería a comparar.
Miami es una joya rara, La Habana es en la actualidad una fosa, una pocilga, donde imperan el hambre, el odio, la agonía, y desgobierna el miserabilismo comunista. Sin Miami, Cuba entera se habría hundido hace rato; sin Miami, no pudiera entenderse lo que fue la Cuba Eterna de Diego Suárez. Sin Miami no tendríamos memoria, como sin Enriqueta no habríamos salvado el paladar y la sazón de esa Cuba española, europea, africana, india, china. La verdadera Cuba no vive en ella, se halla exiliada a noventa millas, más viva y agradecida de su pasado, de su legado, que aquella en la que no queda ni el que hacía relucir con un paño húmedo la farola del Morro.
Detrás de la ermita de La Caridad, un malecón reluciente y un vasto mar libre, nos recuerda lo que un día fuimos allá antes de la maldición barbuda, y que hoy somos acá: la promesa de una nueva vida.