Félix, Pumpido y la corrupción moral
Pero Félix sabe algo: aseguró en el Congreso que se iba a restaurar la justicia sobre él en unas pocas semanas. No sé si es que barrunta un pronunciamiento del Supremo en contra de su imputación
Félix Bolaños no sabía, no se acordaba. Por poco no le dice al juez Juan Carlos Peinado aquello de «no sé de qué me está usted hablando», cuando le interrogó sobre su participación en el contrato de Cristina Álvarez, la imputada asesora de Begoña Gómez y su asistente para el ánimo de lucro, es decir, para los negocietes privados de la esposísima y su cátedra falsa en la Complutense. En la exposición razonada por la que Peinado solicita al Tribunal Supremo que impute como aforado al ministro de Justicia, porque incurrió en falso testimonio cuando testificó desde Moncloa en calidad de testigo, el instructor sostiene que conocía perfectamente cuándo y para qué se fichó a Álvarez y se hizo el distraído «omitiendo con reticencias maliciosas las correctas contestaciones». Eso lo sabe hasta un bebé con chupete.
El bueno de Bolaños era en 2018 secretario general de la Presidencia, es decir, una pieza clave en el engranaje del personal de Moncloa, cuando Cristina, en lugar de realizar funciones de atención protocolaria o de carácter público para la consorte presidencial, «efectuó múltiples trabajos para la actividad privada de Begoña Gómez, sin relación alguna con las funciones para las que había sido nombrada», según reza el documento de Peinado. Recordemos –como hace el juez– que cuando en abril fue llamado a declarar el hombre para todo de Pedro Sánchez, hizo un paripé de no saber de qué iba el asunto y le endosó la responsabilidad del trabajo poco ortodoxo de la asesora a Raúl Díaz Silva. Sin embargo, este funcionario declaró, hasta en dos ocasiones, que a él que le registraran, que eso de fichar a una amiga del matrimonio Sánchez-Gómez era cosa de los jefes. Es decir: de Bolaños. Según Peinado, el ministro mantuvo «una actitud totalmente proterva»; y lo peor es que no nos choca. El juez le riñó por la sonrisa que esbozaba en su respuesta y por cómo se evadía de las preguntas. Hasta tuvo que pedirle que abandonara la sala y se enterara de verdad quién estaba detrás del trabajo que realizaba la susodicha Álvarez, cuya imputación ha sido avalada por la Audiencia de Madrid.
Cayetana Álvarez de Toledo le dijo al ministro anteayer que era un zombi en busca de un epitafio; y no le faltaba razón. Es el artífice de la ley más divisiva de la democracia, que compró el poder para el presidente y lo llamó convivencia. Fue el fallido cortafuegos de la corrupción socialista, que ha intentado blindar a Sánchez y ha fracasado estrepitosamente. Fue una termita voraz de las instituciones hasta lograr el hito de que el fiscal general, su comisario político, fuera procesado y para quién sus subordinados piden hasta seis años de cárcel. Fue el profanador de la independencia judicial, el experto en bulos y el primer ministro de Justicia al que la propia justicia quiere imputar por malversación y falso testimonio.
Pero Félix sabe algo: aseguró en el Congreso que se iba a restaurar la justicia sobre él en unas pocas semanas. No sé si es que barrunta un pronunciamiento del Supremo en contra de su imputación. No sé, no sé. Pero viendo su impostura, su complicidad con los Ceaucescu de Moncloa, me he acordado de las palabras que evocó Emiliano García-Page en la reciente entrevista con Carlos Herrera. El presidente castellano-manchego dijo que nunca olvidará unas declaraciones de Pedro Sánchez que se le quedaron grabadas. A las que se refería Page son estas de 2014 y las pronunció el todavía presidente: «Íbamos hacia Huesca, conducía mi mujer y yo cogí el teléfono. Me ofrecían volver a ocupar un escaño en el Congreso y tenía que responder en un día. Esa noche lo pensamos y le dije a Begoña: si entro, que sea para liarla; si vuelvo, que sea para hacer algo grande». Liarla la ha liado. Que se lo digan a Bolaños.
Lo de hacer algo grande también: el amigo de Pedro y Félix, Cándido Conde-Pumpido, acaba de infligirle a la Constitución, con la Ley de Amnistía, la más grave agresión desde que se aprobó en 1978. Se ha convertido esa mayoría progubernamental en una mayoría constituyente que la izquierda no tiene ni por asomo en el Parlamento. En pocas palabras: han perpetrado un acto de corrupción moral.