¡Oh capitán, mi capitán!

Pedro Sánchez es el capitán. Y «el capitán se queda a capear el temporal». «El capitán no se desentiende cuando viene mala mar, se queda para llevar la nave a puerto». Lo dijo el capitán de la desvergüenza el sábado en el Comité Federal, escuálido y maquillado, ante sus desvergonzados grumetes, que han elegido soltar el lastre de los principios a cambio de seguir teniendo llena la nevera. Como en un politburó de pacotilla, todos aplaudieron. Menos Page, curiosamente el único que gana elecciones, del que dio buena cuenta el tiburón Óscar Puente, aplicado a morder a los decentes de su partido una vez que ha acabado con la decencia política y la eficacia en la gestión ferroviaria.

El capitán Sánchez Pérez-Castejón ha colocado a España en el vórtice de una galerna y ahora se erige en el socorrista que nos librará de ella. Él nombra a los corruptos, a los acosadores, a los consumidores de prostitutas, él se embarca con tres en un Peugeot fundacional y dice que nunca supo de su vertiente prostibularia, él designa a los fontaneros de las cloacas, él negocia con forajidos, con terroristas, él ataca a la prensa libre, a los jueces, él mantiene a un fiscal general procesado, él se pasea con la imputada vestida de alta costura que tiene por esposa, él afora al mercenario al que mandó colocar a su hermano y ahora nos dice que nos va a salvar de tanta piratería del submundo que ha creado, que permanecerá aferrado al timón para que no se lo arrebate la derecha y la ultraderecha. Que va a salvar su barco lleno de bucaneros, y que nos demos por contentos de que se queda para evitarnos al resto el naufragio. Y ahí va el capitán pirata, cantando alegre en la popa, Marruecos a un lado, al otro Europa, y allá a su frente República Dominicana.

No hay capitán igual. El mismo día en el que vuelve a intentar ponerse a cubierto, le sale otro pirata feminista de boquilla, el tal Paco Salazar: contra el patriarcado en los discursos y acosando a las compañeras por los pasillos en horas de labor. Lo denunció el fuego amigo, lo que demuestra que este capitán ha perdido el control y el rumbo; son sus amiguetes los que le hacen desayunarse el día del Comité Federal con otro nombramiento baldío, otra impostura del último miembro del equipo que le acompañó a las primarias desde primera hora, un aspirante a fontanero en jefe que había colocado en la nueva dirección, al que le han hecho un me too en vivo y en directo sus compañeras que, según ha contado el coautor de la información, advertían a las chicas nuevas que entraban a trabajar con Salazar en Moncloa que nunca se quedaran a solas con el amigo de Sánchez. Está tan aislado el capitán que ya nadie le advierte de que va desnudo, de que es radiactivo: cada uno de sus próximos terminarán entendiéndolo, pero antes serán material de derribo y pasto de portadas.

La evidencia demuestra que el que piensa en Moncloa, pierde. Miren a la portavoz Pilar Alegría defendiendo a Salazar a las puertas del Comité cuando ya estaba preparando la guillotina para Paquito su propio jefe. Ahora solo hay que esperar a que profundicen esas informaciones que sitúan a una de las personas de confianza de la sustituta de Cerdán, Rebeca Torró, en la adjudicación de contratos a firmas vinculadas al caso Koldo para que veamos desfilar en breve a este nuevo refuerzo de marineros que tienen los compartimentos encharcados de lodo. Sánchez lo ha querido: van a dejar tantos muertos que no le van a caber en la cubierta. Mientras tanto, las autollamadas feministas –¡ay, Marisu, Diana, Sara, Ana y demás ministras!–, que no son más que floreros desportillados, ovacionan a Pedro, aun sabiendo que es el padre putativo de un régimen machirulo con la mano muy larga.

«¡Oh capitán, mi capitán!» loaba Walt Whitman a Abraham Lincoln en su muerte -perdón por la comparación de presidentes- y añadía: «En la cubierta donde yace mi capitán caído, frío y muerto».