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El observadorFlorentino Portero

Humillación por tiempo

Si no somos capaces de aprovechar ese tiempo, que es muy breve, para poner al día nuestra capacidad industrial dotando a la defensa y a las empresas de los medios que necesitan, entraremos en un callejón sin más salida que nuevos y lamentables ejercicios de humillación

Act. 05 ago. 2025 - 02:33

Lo europeos se lamentan, unos resignados otros abiertamente enfadados, por el acuerdo arancelario entre la Unión Europea y Estados Unidos. No hay duda de que es humillante, como lo fue con anterioridad la cumbre atlántica celebrada en La Haya en la que se aprobó el ya célebre 5% anual de inversión en defensa, aunque no sepamos para qué, pues ni hay estrategia, ni evaluación de amenazas, ni el consiguiente objetivo de capacidades. Estamos asistiendo a una revisión en profundidad del 'vínculo trasatlántico' a causa del enfado monumental de las elites norteamericanas con los gobiernos europeos, tras años de despreocupación en materia de seguridad y defensa y por unas relaciones comerciales que algunos consideran desequilibradas.

Tenemos todo el derecho del mundo para sentirnos molestos, pero esa no deja de ser una actitud estéril. Sería más práctico mirarnos al espejo y reconocer todo lo que hemos hecho mal, a sabiendas, con pleno conocimiento, durante las últimas décadas. El Tratado de Maastricht y la consiguiente ampliación de la recién creada Unión Europea abrió un tiempo nuevo en una Europa que había asistido feliz a la descomposición de la Unión Soviética. Sin amenazas a la vista dejamos de tomarnos en serio la defensa y hoy, por no tener, no disponemos ni de munición. Dependemos absolutamente de Estados Unidos por lo que no nos queda más remedio que humillarnos ante sus exigencias.

Ante el reto de avanzar en el proceso de integración continental caímos en el burocratismo, la inflación normativa y una fiscalidad agobiante, sin consolidar una auténtica Unión. Hoy Europa se ha quedado, en gran medida, fuera de la Revolución Digital y depende, aquí también, de las grandes multinacionales norteamericanas para el día a día de sus actividades. Tal es el agobio al que sometemos a nuestras empresas y tan limitadas son sus expectativas en el Viejo Continente que buscan el mercado norteamericano para poder desarrollarse. Si uno se molesta en ver los resultados de nuestras grandes compañías, desagregando beneficios por territorios, el resultado es tan esclarecedor como alarmante. No soy precisamente un fan de la señora Von der Layen. Aquellos que tienen la cortesía de seguir esta columna lo saben bien. Sin embargo, me parece injusto cebarse con ella tras el acuerdo comercial. No tenía otra. Europa está cosechando lo que, con manifiesta irresponsabilidad, ha sembrado durante mucho tiempo. Muy posiblemente Trump se está equivocando con su política comercial. Su neomercantilismo puede generar más daño que beneficio a sus votantes y a sus empresas. No soy economista y dejo al paso del tiempo la resolución de este debate. Lo que tengo claro es que a los europeos no nos interesa abrir una guerra comercial con Estados Unidos. Un arancel supone una doble imposición, contra el consumidor y contra el exportador. Es preferible una humillación puntual que una crisis comercial.

Hace algo más de veinte años, todavía Aznar estaba en la Moncloa, Rafael Bardají, uno de los pocos españoles con cabeza para entender la política internacional, afirmaba que sería necesario un «shock darwiniano» para que Europa despertara y fuera capaz, en primer lugar, de asumir la realidad tal cual era para, a continuación, poder reaccionar y volver a jugar un papel relevante en el mundo. En mi opinión, la suma de crisis que estamos viviendo –Ucrania, vínculo trasatlántico, China, Oriente Medio, globalización, Revolución Digital– ha permitido a nuestras elites y a buena parte de la población salir del ensueño en el que se encontraban para chocar de bruces con el muro de la realidad. Ahora ya saben que la defensa es una necesidad, que nos hemos quedado atrás en la Revolución Digital, que tenemos una dependencia crítica de Estados Unidos y que China está penetrando en nuestros mercados de manera tan desleal como efectiva. Todo ello es una buena noticia porque sin recuperar el sentido de la realidad la reacción es imposible.

¿Puede un pirómano apagar un fuego? La Comisión Europea viene siendo parte del problema, junto con los gobiernos nacionales. Su gestión durante los últimos años ha sido lamentable, poniendo obstáculos a nuestras empresas en vez de favorecer su adaptación hacia un entorno sensiblemente distinto. Es evidente que en Bruselas lo saben y que están tratando de rectificar. Es ya muy obvio en temas como las políticas verde o inmigratoria. Bien está rectificar. Más aún si de verdad, como afirman, avanzan junto con los gobiernos para establecer un marco regulatorio sensato. Pero es necesario mucho más. Tanto en La Haya como en Escocia hemos comprado tiempo a cambio de humillación. Si no somos capaces de aprovechar ese tiempo, que es muy breve, para poner al día nuestra capacidad industrial dotando a la defensa y a las empresas de los medios que necesitan, entraremos en un callejón sin más salida que nuevos y lamentables ejercicios de humillación.

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