La balada andorrana de Pedro y Begoña
¿Qué tipo de tara explica que a alguien se le ocurra prolongar unas vacaciones de lujo y al mismo tiempo enviar al Rey a zonas devastadas?
En agosto ha ardido media España, Europa se ha reunido en Washington sin nosotros para tratar de lograr una paz decente en Ucrania, la Casa Blanca nos ha puesto bajo sospecha por las relaciones de Moncloa con China y la crisis migratoria ha vivido nuevos episodios, sin tregua alguna.
A todo ello hay que incorporarle el agravamiento de lo que ya se arrastraba: el bloqueo del Congreso, el chantaje independentista, la ausencia de Presupuestos o el carrusel judicial, con novedades funestas para Begoña Gómez y Santos Cerdán y la sensación de que, de aquí a octubre a lo sumo, la constelación de defensores del Estado que componen la UCO y el Tribunal Supremo ofrecerá novedades insoportables para Sánchez.
Ese es el atroz escenario, que mezcla un descrédito internacional con una parálisis doméstica, perfumada con el hedor a sumario judicial y sauna sexual, y en él el presidente del Gobierno solo ha tenido un registro: coger a Begoña de la mano y pegarse unas vacaciones de lujo en un palacio que no está para eso, tal y como figura en los documentos de cesión a Patrimonio Nacional firmados por el donante, el rey Juan Carlos, receptor inicial del obsequio del rey de Jordania.
La falta de empatía de Sánchez, que no se disimula con visitas fugaces y tardías a un par de zonas quemadas y acordonadas para que no se escuchen los abucheos vecinales, ha quedado rematada con un último gesto: insatisfecho con tres semanas largas de buceo y tumbona en La Mareta, se ha ido con la imputada a un hotel de cinco estrellas a Andorra, a gastar un dinero propio y ajeno que no tributará en España.
Luego que si los youtubers y que si Ferrovial, pero lo cierto es que el presidente del Gobierno que pontifica contra la prostitución y ha vivido quince años en una casa comprada con dinero de la explotación carnal de seres humanos, da también lecciones de patriotismo fiscal y luego se va a descansar a un paraíso incompatible con su propio discurso tributario.
Pero hay algo más que la falta de escrúpulos, el espíritu faraónico del personaje y su tendencia al hedonismo subvencionado: en el antagonismo entre lo que le pasa a España y lo que él hace mientras, coincidente con la estadística oficial sobre la ausencia de vacaciones en uno de cada tres hogares por falta de recursos, se percibe la última pincelada psicológica del personaje, que algún especialista sabrá poner nombre para completar el perfil psicopático y narcisista ya constatado.
Y es que, si cuanto más sufre el ciudadano medio y más aprieta la vida política, tú necesitas escapar y lanzas el mensaje de que, en ese preciso momento, más ostentoso va a ser el ejercicio del poder, desvelas el profundo desprecio que sientes por el pueblo.
A nadie en sus cabales se le ocurre privatizar un trozo de mar para bañarse a solas mientras el país que gobiernas arde, pero solo a un cacique se le pasa por la cabeza enviar al Rey a las zonas devastadas mientras tú te marchas, con tu churri sospechosa de cinco delitos, a un hotel de lujo en el mismo sitio en el que persigues a cuatro o cinco chavales empadronados allí para pagar menos impuestos. Solo a un chulo, solo a un loco, solo a un peligro público.