La narcodictadura y su amigo español
¿Cuándo van a explicar las razones de la cercanía de Zapatero y de Sánchez al chavismo?
No es fácil prever cómo acabará el cerco naval ordenado por Trump a las costas caribeñas de Venezuela, pero ya tiene una virtud: se ha elevado a público una acusación soterrada durante años; la conexión de la dictadura chavista con el narcotráfico y el impacto de todo ello en la exportación de toneladas de droga a los Estados Unidos.
La recompensa millonaria que Washington ha puesto por las cabezas de Nicolás Maduro y su siniestro número dos, Diosdado Cabello, añade un toque de marketing político exitoso que consigue abrirse hueco destacado en todas las portadas y resume el asunto: el chavismo no es solo un régimen antidemocrático; es además una organización mafiosa criminal que secuestra a todo un pueblo, anula el Estado de derecho, privatiza en su propio beneficio sus recursos naturales y actúa como un cártel.
No muy lejos, ideológicamente, andan los gobiernos populistas de toda Latinoamérica, comprometidos con seguir deteriorando a todo un continente y buscando enemigos exteriores con los que justificar la regresión en todos los órdenes imaginables, en una especie de Internacional Extremista que utiliza a los Estados Unidos como coartada de sus penurias y señala a España como origen colonialista de sus problemas.
Esto último hace aún más insólita la complicidad del Gobierno con la narcodictadura venezolana y más siniestra, si cabe, la condición de Zapatero de embajador oficioso del régimen, sustentada en hechos incontrovertibles: fue España quien prestó su embajada para que los enviados de Maduro, los hermanos Rodríguez, extorsionaran al ganador de los comicios, Edmundo González, y quien ayudó en su expulsión y en consecuencia en blanquear el pucherazo.
Y es el Gobierno quien ha renunciado a encabezar una posición europea frente a Maduro, quien ha permitido que Zapatero actúe como emisario internacional del sátrapa, quien ha atendido oscuros intereses con rescates sospechosos de aerolíneas y visitas opacas de Delcy y quien, en definitiva, ha mirado para otro lado ante el latrocinio institucionalizado en uno de los países con más potencial y, a la vez, mayor pobreza.
La sospecha de que el petróleo venezolano pudo financiar incluso a la Internacional Socialista ahora encabezada por Pedro Sánchez, sugerida por Víctor de Aldama y nunca desmentida por nadie con autoridad en la organización, añade otra duda legítima sobre las verdaderas causas de la complacencia de Sánchez con el chavismo, apuntaladas por el recelo y el desprecio de la Casa Blanca hacia La Moncloa.
Porque si España trabaja con Huawei, corteja a China, se arrima a Venezuela, ataca a Israel, recibe los aplausos de Hamás y trabaja codo con codo con el Grupo de Puebla, es normal que América le retire la condición de socio menor pero importante y la coloque en la estantería de los problemas estratégicos, especialmente cuando tiene a Marruecos y a Italia para sustituirnos como aliado coyuntural o estructural fiable.
A las insensateces domésticas de Sánchez, un títere del separatismo cuya existencia está vinculada a ayudar a los enemigos de España a conseguir sus objetivos en un claro caso de traición conceptual, se le suman así las geopolíticas, con la sombra de que no todo obedece a una visión política sectaria y delirante, sino también al negocio puro y duro: mientras Zapatero no dé cuentas de nada y Sánchez se alinee sutilmente con sus discursos, con volantazos y silencios diplomáticos impropios de un país europeo, temerse lo peor es, más que razonable, inevitable.