Soñé con Sánchez
Ése penetró en mi psique más íntima y mi subconsciente, insolente, me sorprendió con un latigazo de vanidad. Solo encuentro una explicación a semejante arrebato delirante: me sometí sin anestesia tras las vacaciones al visionado de la entrevista que le hizo Pepa Bueno en TVE1
Anoche soñé con Pedro Sánchez. Estoy en shock. A lo largo de mi vida he soñado con actores, profesores, padres, hijos, abuelas fallecidas, hasta con personas desconocidas a las que parecía conocer de toda la vida, pero nunca había soñado con alguien por el que siento una profunda antipatía y me resulta extraño actuar de manera tan contradictoria.
Les cuento: en mi sueño coincidía con Sánchez en el lobby de un hotel y, para mi bochorno más íntimo, yo intentaba gustarle: mi fuero interior se arrebolaba, el corazón me latía con fuerza, erguía mi porte y añadía un puntito de simpatía extra a mis palabras, risas y gestos al saberme observada. Me hacía la interesante. Alucinante.
El jeta del pucherazo a los suyos propios para hacerse con el poder, el del suegro dueño de puticlubs, el que se pasó por el forro la sangre de las víctimas de ETA y pone a Bildu a los mandos, el que arrodilla a España ante Puigdemont, el de la esposa imputada por tráfico de influencias, corrupción, apropiación indebida, intrusismo profesional y malversación; el del hermano enchufado que cobra sin trabajar y reside fuera para escaquear impuestos; el felón, que se pasa las fronteras de Europa por el forro, permite las maletas de Delcy en Barajas en pleno confinamiento y ejemplarmente AENA echa al segurata que cuenta lo que vio; el del apagón por sus delirios fotovoltaicos; el de «si quieren ayuda que la pidan»; el del Falcon con gafas de sol y trajes slim de chuloperas que solo verlo genera un rechazo físico.
Ése, penetró en mi psique más íntima y mi subconsciente, insolente, me sorprendió con un latigazo de vanidad. Solo encuentro una explicación a semejante arrebato delirante: me sometí sin anestesia tras las vacaciones al visionado de la entrevista que le hizo Pepa Bueno en TVE1, y aquel vis a vis de Sánchez con la periodista, su tono impostado de «entrevistadora de raza» pero inevitablemente genuflexo, debió arañar mis recuerdos y sueños de justiciera de cuando estudié periodismo y anhelaba ser presentadora de telediario.
Me pregunté qué lleva a un profesional a ese punto de pleitesía informativa. Sinceramente, no sé si estos excesos serviles se cometen a conciencia, es decir, si estos periodistas fabrican coartadas morales a los de arriba con el mero afán de procurarse prebendas o dádivas, o si se debe a un embeleso ancestral con el poder, a un alma servil que les traiciona y que obnubila de un modo fatal su pensamiento, o tal vez obedezca, como en mi sueño, a un mero ramalazo vanidoso.
Dice Rosa Montero que la vanidad es como la droga. Una vez probada, nunca sacia. Y cuanto más cedemos a ella —cuanto más nos pinchamos— más necesitamos. Solo los más sabios, los más puros de espíritu, están a salvo. Yo soñé con él y, como una mema, caí en la trampa vanidosa.
Resulta que ahora tengo miedo al dormir (aprovecho mi vigilia para escribir estas líneas) y nunca me había parado a pensar una cosa: que nadie —ni siquiera mi marido, que yace a mi lado— puede velar por nuestros sueños. Ignacio duerme, y en ese estado suyo de despreocupación total me siento perdida y a merced de lo que mi mente retorcida invente. No es que él me descuide (me da las buenas noches y un beso), pero está incapacitado para comprender lo que sucede dentro de mi sueño, nunca me despertaría a tiempo.
¿Por qué soñamos? Siempre me ha intrigado esa otra vida indómita e inventada. La inteligencia artificial me dice que es por razones evolutivas, psicológicas, neuronales… Nadie lo sabe. Lo más tentador, naturalmente, es pensar que los sueños son mensajes del más allá. Yo misma, sin ser gurú, llevo toda mi vida interpretando los de mi familia. Mis hijos corren a contarme lo que han soñado y yo estratégicamente les doy la versión que más les conviene oír.
Me pregunto si Pedro Sánchez soñará. Y si lo hace, ¿con qué será? Espero sinceramente que no sea conmigo. ¿Tendrá pesadillas con una muchedumbre hambrienta y enfurecida con picas y antorchas derribando las puertas de su palacio? ¿Con la traición de sus compinches del Peugeot? ¿Soñará con ser un líder como el de Corea del Norte?
Calpurnia, mujer de Julio César, tuvo una pesadilla y cuentan que imploró a su marido que no fuera al Senado el día en que lo asesinaron. Yo misma predije, a través de tres sueños repetitivos, la muerte de mi hermano Publio una semana antes de que muriera. Hanníbal, Carlomagno o Alejandro Magno decían soñar estrategias antes de las batallas. Eso a mí también me pasa. Tras horas enrocada con una conferencia o un artículo, muchas veces es durante el sueño cuando se me revela la solución.
Incluso hoy, en pleno siglo XXI, cuando la inteligencia artificial acelera un ritmo que supera al humano, sigue siendo difícil resistirse a ese pálpito irracional de que los sueños sean un presagio, o un mensaje freudiano codificado. Esta idea me tiene insomne y aquí estoy, intentando entender qué me quiso revelar mi psique. ¿Que soy vanidosa? ¿Que estoy ávida de una palmada en el ego de presentadora de telediario que nunca fui? ¿O sencillamente fue un cataclismo mental de ver aquella entrevista kafkiana?
Asustada estoy.