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Palabra de honorCarmen Cordón

Nacen, crecen, se reproducen y...

Siempre me han fascinado los ojos de los jóvenes. No hay bótox ni cirugía capaz de imitar la fuerza de ese iris cristalino, casi líquido, sobre el blanco perfecto, con la nitidez y la determinación de un alma nueva. Ese espíritu tiene la fuerza del que nada sabe, el empuje del que se cree inmortal

Cómo cambian las cosas con el paso del tiempo. Una se hace consciente de ello especialmente cuando llega el temido momento de la prueba del bikini de rigor de cada verano. Qué atrás quedaron aquellos días de físico de elegante gacela. Repentinamente, los años están pasando por mi vida a velocidad de vértigo y una incontrolable sensación de que el tiempo se me escapa entre los dedos empieza a minar mi ánimo. ¿Será posible que ese hombre hecho y derecho de 29 años sea hijo mío?, me pregunto observando a mi familia en el mar desde el cobijo que me da un sombrero de paja. Los jóvenes siguen arremetiendo contra las olas con la misma furia feliz de cuando tenían seis años. Veo unas chicas con sus melenas zarandeadas por el viento pasear por el rompeolas riendo vitales, son perfectamente conscientes de las miradas que las siguen, y ellos, en la escena, les dedican sus mejores cabriolas acuáticas. Pienso en la decrepitud de mis carnes y doy gracias al cielo por mi nuevo superpoder: la invisibilidad. Esa bendita capacidad consistente en ser traspasada por las miradas de su joven mundo sin percibir mi presencia de 'señora mayor'. Pensar que hace dos días yo era uno de ellos. Mi cuerpo ya no es escenario de miradas, sino un archivo de batallas ganadas. Cada arruga es una carcajada a carcajadas; cada mancha un tórrido agosto de descubrimientos gloriosos; cada cicatriz una torpeza sobrevivida de la que aprendí. El tiempo avanza, sin pausa, sin permiso… pero yo, por fin, he dejado de correr detrás y me siento más ligera, menos pendiente, más mía.

«Los seres vivos nacen, crecen, se reproducen y mueren». Cuánto daño ha hecho esta frasecita que nos soltaron sin anestesia en la EGB. Y ahora, que ya he cumplido con lo de reproducirme ¿qué me espera?

Tengo entendido que en el año 1900 la esperanza de vida media en España no superaba los 35 años. Si al menos eso no hubiese cambiado, hace tiempo que se me habría acabado tanta elucubración. El problema (bendito sea) es que hoy la esperanza de vida ronda los 85 años, y eso, si la suerte se pone de mi lado, me deja por delante unos treinta y tantos años más por recorrer. Con una diferencia fundamental: ahora sé sumar, restar, multiplicar y dividir. Y, sobre todo, puedo ahorrarme las tediosas pérdidas de tiempo copiando cuadernillos de caligrafía en un pupitre; las infinitas horas dedicadas a convertirme en alguien que gustara, que encajara, solo para dejar de abochornarme ante la idea de ser la última escogida para el balón prisionero o para los malditos trabajos en equipo; también me ahorro los esfuerzos invertidos en la seducción de quien no lo merecía; las noches en vela de la crianza y ni medio minuto más a gente autocomplaciente o frívola que, como decía Gabriel García Márquez, dan importancia a las cosas por lo que valen, y no por lo que significan. Sí, he cumplido (casi sin darme cuenta) con las tres primeras partes de aquel guion pautado. Lo que no me esperaba es que entre «reproducirme» y morir, como dice la frasecita, me quedara casi otra vida por delante.

Siempre me han fascinado los ojos de los jóvenes. No hay bótox ni cirugía capaz de imitar la fuerza de ese iris cristalino, casi líquido, sobre el blanco perfecto, con la nitidez y la determinación de un alma nueva. Ese espíritu tiene la fuerza del que nada sabe, el empuje del que se cree inmortal, el privilegio de vivir el presente sin miedo a perder. Están preparados para luchar, para devorar la vida.

Y resulta que, a pesar de mi flamante invisibilidad en esta ardiente playa, es ahora —por fin— cuando yo me siento preparada para hacer exactamente eso: devorar la vida. Para escribir mi propio guion, ese del que no nos hablaron los libros de la EGB.

Dice Rosa Montero que uno de los espejismos más extendidos es creer que nosotros no seremos como los otros viejos, que seremos distintos. Pero la edad siempre te atrapa y terminas igual de tembloroso, de inestable y frágil. Yo pienso vivir como si mi vida fuese eterna, pero con más sabiduría y con la conciencia de que cada instante que pasa no vuelve, que es único y que, bueno o malo, es mío.

Séneca afirmaba que los hombres, ante el menor conflicto sobre los límites de los territorios de cada uno recurrimos a las armas, a pedrada limpia, pero, inexplicablemente, cuando se trata de nuestro tiempo, cuando es invadido por cualquier idiota, lo regalamos con una generosidad asombrosa. Sinceramente, si hay un terreno donde la avaricia me parece absolutamente justificable, incluso necesaria, es precisamente con nuestro tiempo

En fin… Me dejo vencer de nuevo por la brisa y el murmullo del mar, y tumbada en la arena pienso en Cela cuando decía: «Tengo que darme cierta prisa porque el zurriago del tiempo pasa volando como una gaviota». La vie est une maladie mortelle de transmission sexuelle. Sigamos consumiéndola y disfrutándola mientras dure. Sea lo que sea que esta nos traiga. Feliz verano.

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